Toca Aquí Para Ver TODA LA INFORMACION COMOLETA

👇👇👇👇👇👇👇

👉 Dos niñas no regresaron con su madre… la verdad es aterradora 😨 Ver más

👉 Dos niñas no regresaron con su madre… la verdad es aterradora 😨 Ver más

 

Caso Anna y Olivia (Tenerife, 2021): la desaparición, el hallazgo de Olivia en el mar y la causa archivada mientras Anna sigue sin aparecer

Beatriz Zimmermann llevaba el corazón en la mano aquella tarde en que sus hijas, Anna (1 año) y Olivia (6 años), debían volver con ella. Era un intercambio de custodia que, en teoría, tenía que terminar con dos niñas entrando por la puerta, riendo o quejándose por cualquier cosa pequeña. En lugar de eso, llegó el silencio… y la sensación helada de que alguien estaba usando lo más sagrado —sus propias hijas— para hacerle el mayor daño posible.
La historia empieza como empiezan muchas tragedias domésticas: con una separación reciente, tensiones acumuladas y un vínculo que se rompe en la peor fase posible, cuando el control se convierte en obsesión. Tomás Gimeno Casañas, el padre, recogió a las niñas el 27 de abril de 2021 en Tenerife y no las devolvió. Lo que parecía un retraso se convirtió en alarma, y la alarma se convirtió en una búsqueda nacional que España entera siguió con la respiración contenida.
Esa noche, la comunicación con Beatriz dejó un rastro emocional que después aparecería en autos judiciales y crónicas: mensajes y llamadas en los que él sugería que ella no volvería a verlas, alimentando deliberadamente la incertidumbre. No es solo una amenaza: es un mecanismo de crueldad calculada, una forma de violencia en la que el dolor no termina con la desaparición, sino que se estira, día tras día, como un castigo sin final.
Cuando se activaron las alertas, la Guardia Civil y la investigación judicial empezaron a reconstruir cada movimiento: registros, teléfonos, trayectos, tiempos, puertas que se abren y se cierran. En casos así, cada minuto es un hilo, y cada hilo puede romperse para siempre si se pierde el primer tramo. Por eso la investigación se movió rápido: no era “una desaparición más”, era un escenario con indicios de alto riesgo desde el inicio.
La mañana siguiente apareció una pieza inquietante: la embarcación de Tomás fue localizada a la deriva, y el mar empezó a convertirse en la gran pregunta. Con el paso de los días también se hallaron objetos relacionados con las niñas flotando, como si el océano estuviera devolviendo señales sin querer dar respuestas completas. Ese tipo de hallazgos no tranquiliza: al contrario, aprieta el miedo, porque sugiere que alguien quiso borrar el rastro en el lugar más difícil de rastrear.
Los autos judiciales fueron todavía más claros al describir la intención: la jueza sostuvo que el objetivo era dejar a Beatriz en la incertidumbre sobre el destino de sus hijas, ocultando lo ocurrido en un lugar profundo, lejos de la costa, donde creyó que nunca serían encontradas. Ese punto es esencial para entender el caso: no se trató solo de desaparecer, sino de construir un dolor prolongado, pensado para durar.
La búsqueda se convirtió en una operación extraordinaria. Se sumó el buque oceanográfico Ángeles Alvariño, con tecnología de rastreo submarino y robots para explorar fondos marinos complejos. Aun así, el mar tiene su propia lógica: profundidades, grietas, zonas escarpadas, corrientes que cambian el mapa cada hora. La investigación avanzaba, sí, pero cada día quedaba más claro que el escenario era tan inmenso como despiadado.
El 10 de junio de 2021, la búsqueda encontró una verdad devastadora: el cuerpo de Olivia apareció en el fondo del mar, dentro de una bolsa de deporte lastrada con un ancla, a gran profundidad, y cerca se localizó otra bolsa vacía. La confirmación de identidad llegó después por procedimientos forenses. Para la familia, ese hallazgo fue una mezcla imposible: dolor absoluto por Olivia… y el terror inmediato de lo que esa bolsa vacía podía significar para Anna.
Con el tiempo, el informe forense terminó de fijar una parte de la verdad: la autopsia concluyó que Olivia sufrió un final irreversible compatible con asfixia mecánica por sofocación. Estas palabras, frías y clínicas, no describen lo que una madre siente; describen lo que la justicia necesita para sostener hechos. Y aun así, a Beatriz le quedaba lo peor: una hija recuperada y otra hija desaparecida, como si la ausencia se hubiera quedado a vivir en su casa.
Anna nunca fue localizada. Con el paso de las semanas, la jueza y los técnicos explicaron que continuar la búsqueda en ciertas zonas era “inabordable” por la orografía submarina, con profundidades y grietas que convertían el rastreo en una apuesta casi imposible. Esta es una de las crueldades únicas del caso: cuando el lugar elegido es el mar, la verdad puede quedar enterrada en silencio, sin tumba, sin despedida, sin certeza completa.
A partir de ahí, el procedimiento entró en una fase dolorosa y extraña: había una convicción judicial sobre el autor, pero no había un detenido, ni un cuerpo del padre, ni una posibilidad real de juicio sin su localización. El 15 de marzo de 2022, el Juzgado de Violencia sobre la Mujer nº 2 de Santa Cruz de Tenerife decretó el sobreseimiento provisional del caso hasta que Tomás Gimeno aparezca o sea localizado, dejando la causa archivada “en pausa” dentro del sistema.
Ese archivo provisional no significa olvido. Significa que, sin el presunto responsable, el proceso penal queda congelado, aunque la investigación haya concluido con “total seguridad” que él fue el autor y descartara la intervención de terceras personas. Es una forma de cierre sin cierre: la justicia reconoce lo esencial, pero el procedimiento no puede caminar hasta el final. Y para una madre, ese limbo pesa como una piedra diaria.
En medio de ese duelo, Beatriz expresó públicamente su deseo de que sus hijas no llevaran el apellido paterno, como un intento de cortar el último hilo simbólico que las unía a quien les arrebató la vida y la tranquilidad. Más que un gesto administrativo, era una declaración íntima: “mis hijas no serán recordadas por el nombre de quien las rompió”.
El caso de Anna y Olivia cambió la conversación en España sobre la violencia vicaria, esa forma extrema de violencia donde los hijos se convierten en instrumento para herir a la madre. No fue una discusión abstracta: se volvió urgente, con nombres, con fotos, con una nación entera entendiendo que el mayor peligro puede esconderse en la fase más delicada de una ruptura. Y el tiempo confirmó que no era un episodio aislado: en 2025, RTVE recordaba cifras de menores asesinados en el contexto de la violencia machista y el impacto de la orfandad que deja detrás.
Si se cuenta esta historia con justicia, el centro no es el agresor ni sus movimientos: el centro son dos niñas. Olivia, que tenía edad de cuentos antes de dormir, y Anna, que estaba empezando a hablarle al mundo. Dos vidas diminutas que deberían haber crecido sin miedo, y una madre que sigue viviendo entre dos realidades: la de lo que sabe y la de lo que nunca pudo recuperar, porque el mar no devuelve todo lo que traga.
Y si algo debe quedar como conciencia útil, es esto: las separaciones con amenazas, control o mensajes intimidatorios no se tratan como “dramas de pareja”. Son señales de riesgo. Si alguien teme por sus hijos o recibe advertencias de “no los volverás a ver”, hay que pedir ayuda inmediata, documentar, reforzar redes de apoyo y no quedarse a solas con el miedo. En España, ante peligro urgente se llama al 112; para violencia contra las mujeres está el 016 (también WhatsApp 600 000 016); y si un menor necesita orientación o acompañamiento, existen recursos como ANAR (900 20 20 10) y el 116 111. Porque en historias como esta, el tiempo no es neutral: o protege… o llega tarde.

Leave a Comment