Madre salva a su pequeña del fuego… ver más

¡PÁRENLE A SUS ROTATIVAS Y AGÁRRENSE DEL ASIENTO, RAZA! PORQUE LA HISTORIA QUE LES VAMOS A CONTAR HOY NO ES DE PELÍCULA GRINGA, ¡ES LA PURA Y SANTA VERDAD QUE NOS HACE CREER QUE LOS ÁNGELES SÍ EXISTEN Y NO TIENEN ALAS, TIENEN MANDIL Y UN CORAZÓN QUE NO LES CABE EN EL PECHO!
TÍTULO PRINCIPAL: ¡EL INFIERNO EN LA TIERRA Y EL MILAGRO DEL AMOR DE MADRE! CRÓNICA DE CÓMO UNA JEFECITA SE METIÓ A LAS MISMÍSIMAS LLAMAS PARA ARREBATARLE A SU CHILPAYATE A LA “HUESUDA”. ¡UNA HISTORIA QUE TE HARÁ LLORAR Y CREER EN LOS HÉROES DE CARNE Y HUESO!
SUBTÍTULO DE IMPACTO: Todos vimos ese titular en el “feis” que nos heló la sangre: “Madre salva a su pequeña del fuego… ver más”. Ese maldito “ver más” que nos dejó con el alma en un hilo. Pues bien, aquí no hay puntos suspensivos. Aquí está la neta, la cruda y humeante realidad de una mañana que olía a café y terminó oliendo a tragedia y heroísmo puro en una colonia popular donde Dios a veces se tarda en llegar, pero las madres nunca fallan.
POR: EL TUNDEMÁQUINAS RAMÍREZ / CRÓNICA ROJA Y SUCESOS DEL BARRIO
CIUDAD DE LA FURIA (Y DE LOS MILAGROS TAMBIÉN).– ¡Ay, nanita! Si usted, amable lector de estómago curtido y nervios de acero, pensaba que ya lo había visto todo en este valle de lágrimas, permítame decirle que se equivoca. La nota que hoy les traemos calientita –literalmente– es de esas que te enchinan el cuero y te hacen querer correr a abrazar a tu jefecita.
Esta no es una historia de bomberos musculosos llegando al último segundo. ¡No, señor! Esta es la historia de María Guadalupe “N”, Lupita pal’ barrio, una mujer de 28 años, luchona, de esas que se parten el lomo doble turno pa’ que no falte la papa en la mesa. Y de su pequeña bendición, Sofía, una muñequita de apenas dos añitos que ayer volvió a nacer.
EL INICIO DE LA PESADILLA: UN MARTES QUE PARECÍA NORMAL
Todo comenzó en una vecindad de esas antiguas, con olor a humedad y ropa tendida al sol, en el corazón de la colonia Doctores. Eran pasaditas de las 9 de la mañana. Lupita, como todas las mañanas, andaba en chinga loca. Había dejado a la pequeña Sofí dormidita en su cuna, en el cuarto del fondo, mientras ella aprovechaba para lavar unos trastes y preparar el desayuno antes de irse a la chamba.
La vida transcurría normal. El ruido de los camiones, el del gas gritando su letanía, la música de la vecina chismosa a todo volumen. Pero de repente, algo cambió en el aire.
No fue un ruido. Fue un olor. Ese olor maldito a plástico quemado que te prende todas las alarmas internas. Lupita pensó que era la plancha de Doña Chona, la del 4, que siempre se le olvida. Pero luego vio el humo.
Un hilito de humo negro, espeso, tóxico, saliendo por debajo de la puerta del cuarto donde dormía su tesoro.
EL MOMENTO DE LA VERDAD: INSTINTO MATERNO VS. EL CHAMUCO HECHO FUEGO
¡El corazón se le fue a los pies! Lupita soltó el sartén y corrió hacia la puerta. Al abrirla, el infierno la recibió.
Se dice fácil, pero imagínense la escena, mi gente. Un cortocircuito traicionero en una instalación eléctrica vieja, de esas que abundan por falta de lana pa’l electricista, había convertido la habitación en una trampa mortal. Las cortinas ya eran antorchas, el ropero de madera crujía escupiendo lenguas de fuego que lamían el techo, y el humo… ¡ese humo negro que no te deja ver ni respirar, más denso que la conciencia de un político corrupto!
Y en medio de ese rugido del fuego, un sonido que a Lupita le partió el alma en mil pedazos: el llanto aterrorizado y la tos de su niña.
“¡Sofí! ¡Mi niña!”, gritó Lupita, pero el humo se le metió en la garganta.
Los vecinos, alertados por el humo y los gritos, empezaron a salir. Don Beto, el mecánico, llegó con una cubeta de agua inútil. La señora Rosa gritaba pidiendo a los bomberos. Al ver el fuego vivo, alguien intentó agarrar a Lupita del brazo: “¡No entres, Lupe! ¡Te vas a matar, ya está muy prendido, espera a los tragahumo!”.
¿Pero ustedes creen que una madre mexicana se va a esperar? ¡Mis polainas! En ese momento, Lupita no pensó. No midió el peligro. En ese momento, a Lupita le salió la leona, la guerrera azteca que todas llevan dentro. Se soltó del vecino con una fuerza sobrenatural y, tapándose la boca con el mandil, ¡SE METIÓ AL INFIERNO!
ADENTRO DE LA BESTIA: CRÓNICA DE UN RESCATE IMPOSIBLE
Lo que pasó adentro solo Dios y Lupita lo saben. El calor era insoportable, de ese que sientes que se te derrite la piel de la cara. No se veía nada. Lupita se fue a gatas, guiada únicamente por el llanto de su bebé, que cada vez se oía más quedito, más ahogado.
“¡Virgencita de Guadalupe, no me la quites, llévame a mí pero a ella no!”, iba rezando y tosiendo.
El fuego ya rodeaba la cuna. Era una carrera contra la muerte. Con las manos ya ampolladas por tocar las paredes hirviendo, Lupita llegó hasta la cuna. La bebé estaba arrinconada, roja del calor, con los ojitos desorbitados por el terror.
¡No hubo tiempo de pensar! Lupita agarró a su chilpayate. ¿Y qué hizo? Lo que haría cualquier madre: se convirtió en escudo humano. Abrazó a la niña contra su pecho, la cubrió completamente con su propio cuerpo, dándole la espalda al fuego, protegiéndola con su propia carne de las vigas que empezaban a caer del techo.
El regreso fue peor. Con la niña en brazos, ya no podía ir a gatas. Tuvo que levantarse entre el humo tóxico. Sentía que se desmayaba, que las piernas no le respondían. El fuego le mordía la espalda, le quemaba el cabello. Pero el peso de su hija en brazos era el motor que la empujaba hacia la poca luz que entraba por la puerta.
EL MILAGRO EN LA BANQUETA: LÁGRIMAS, CENIZA Y UN AMOR A TODA PRUEBA
¡Y salieron! Como dos espectros salidos del averno, negras de hollín, tosiendo la vida. Lupita tropezó en el patio y cayó de rodillas, pero nunca, ¡NUNCA!, soltó a su bebé.
Los vecinos corrieron a auxiliarlas. Don Beto les echó agua encima para enfriar las quemaduras. La bebé, al sentir el aire fresco, soltó un berrido tremendo. ¡Bendito llanto! ¡Estaba viva! La pequeña Sofí apenas tenía unas chamuscadas leves en el pañal y estaba intoxicada por el humo, pero el cuerpo de su madre la había salvado de ser devorada por las llamas.
¿Pero Lupita? Ay, mi raza. Lupita estaba hecha pedazos. La espalda, los brazos, el cuello… quemaduras de segundo y tercer grado. La ropa pegada a la piel. El dolor debía ser insoportable, pero ella, con los ojos llorosos y rojos por el humo, solo preguntaba una cosa: “¿Mi niña está bien? ¿Díganme que mi niña está bien?”.
Cuando los paramédicos llegaron –con las sirenas a todo volumen abriéndose paso en el tráfico infernal de esta ciudad–, se encontraron con una escena que hizo llorar al más veterano. Una madre en camilla, retorciéndose de dolor, pero sonriendo porque en la camilla de al lado, su pequeña le estiraba la manita.
LA REFLEXIÓN FINAL: ¿QUÉ HARÍAS TÚ POR TU SANGRE?
El cuartito quedó hecho cenizas. Perdieron todo: la tele, la ropita, los muebles que tanto les costó pagar en abonos chiquitos. Pero ganaron la vida.
Hoy, Lupita está en el hospital, vendada como momia, enfrentando un largo proceso de recuperación y seguramente dolores que ni con morfina se quitan. Pero les aseguro, valedores, que si le preguntaran si lo volvería a hacer, ella se metería mil veces más a ese fuego.
Esta noticia, que empezó con un “ver más” morboso en el celular, termina con una lección de vida brutal. En un México donde a veces parece que solo hay noticias malas, donde el narco y la violencia nos agobian, surge una Lupita para recordarnos que el amor, el verdadero amor de madre, es la fuerza más poderosa del universo, capaz de vencer al mismísimo diablo vestido de lumbre.
¡Un aplauso de pie para esta jefecita rifada! Y ustedes, raza, chequen sus instalaciones eléctricas, no le jueguen al vivo con “diablitos”, y sobre todo, ¡vayan y denle un beso a su madre, que nunca saben cuándo se va a meter al fuego por ustedes!
Seguiremos informando sobre la salud de estas dos guerreras. ¡Qué Dios las bendiga!