Me casaré con la primera mujer que entre por esa puerta”, dijo el millonario golpeando la mesa del restaurante de lujo. Sus socios rieron pensando que era otra de sus bromas después de tanto vino caro. En ese preciso momento, la puerta se abrió y entró ella, una simple repartidora de aplicación con
su mochila térmica. El silencio cayó sobre la mesa.
Una apuesta es una apuesta, ¿verdad? Nadie imaginaba que este encuentro improbable cambiaría sus vidas para siempre. ¿De qué país nos estás viendo? Déjalo en los comentarios y no olvides suscribirte y dar like para más historias que te harán creer en el verdadero amor. El restaurante Borago brillaba
con la suave luz del mediodía que se filtraba a través de los amplios ventanales, iluminando las mesas de mantel blanco, donde la élite empresarial de Santiago compartía no solo exquisitos platos de autor, sino
también influencias y poder. Matías Fernández, con su traje Armani impecablemente cortado, sostenía una copa de vino tinto mientras observaba a sus socios con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. A sus 35 años era el rostro visible de Grupo Andina, un conglomerado inmobiliario con proyectos que
habían transformado el Skyline de la capital chilena.
“Entonces, Matías, ¿es cierto que rechazaste la invitación de Catalina Domínguez?”, preguntó Diego Vidal, su socio principal, inclinándose sobre la mesa con una expresión divertida. Media Santiago está intentando conseguir una cita con ella. Matías hizo girar el vino en su copa antes de responder,
su mirada indiferente delatando el astío que últimamente lo acompañaba.
¿Qué puedo decir? Las mujeres de nuestro círculo son tan predecibles, contestó arrastrando la última palabra. Todas cortadas con la misma tijera. Escuela de señoritas, apellido de Abolengo y una personalidad diseñada para complacer. Felipe Iraabal, el más joven de los socios, soltó una carcajada
mientras señalaba con el tenedor. Habla el hombre que ha salido con medio Santiago.
Quizás el problema no sean ellas, sino tú, que ya no encuentras emoción en nada. Un destello de irritación cruzó el rostro de Matías. odiaba que dieran en el clavo. Había alcanzado todo lo que la sociedad chilena consideraba éxito, fortuna, poder, reconocimiento. Y sin embargo, un vacío persistente
lo acompañaba cada mañana al despertarse en su ático de bitcura con vista a la cordillera.
Lo que necesitas es un desafío”, continuó Diego inclinándose hacia adelante con ese brillo en los ojos que aparecía cuando estaba a punto de proponer algo arriesgado, algo que te saque de esa zona de confort en la que te has instalado. Matías enarcó una ceja súbitamente interesado. “¿Qué tienes en
mente?” Diego observó el restaurante, su mirada deteniéndose en la puerta de entrada.
Hagamos una apuesta, propuso bajando la voz como si estuviera por compartir un secreto de estado. Te casarás con la próxima mujer que entre por esa puerta sin importar quién sea. Felipe escupió ligeramente su vino mientras Matías rompía en una carcajada que atrajo miradas de las mesas cercanas.
“Estás de mente”, respondió, pero había un brillo nuevo en sus ojos, esa chispa de adrenalina ante lo impredecible.
El gran Matías Fernández tiene miedo, provocó Diego. O es que necesitas que te presenten mujeres preaprobadas por tu círculo social. El orgullo de Matías se encendió como una llama. Durante años había construido su reputación en base a riesgos calculados que otros no se atrevían a tomar. Un desafío
personal.
¿Por qué no acepto? Declaró golpeando suavemente la mesa con la palma de su mano. Pero no matrimonio inmediato, digamos. Conocer a la mujer, invitarla a salir. La sonrisa de Diego se ensanchó anticipando el espectáculo. Demasiado fácil. Tienes que comprometerte a un noviazgo serio, por lo menos, a
menos que sea una anciana de 80 años. Claro.
Los tres hombres rieron pensando la atención hacia la puerta principal. Matías sintió una extraña mezcla de excitación y ansiedad, como si por primera vez en años estuviera haciendo algo cuyo resultado no podía controlar. El destino eligió ese momento para intervenir. La puerta del restaurante se
abrió, dejando entrar un as de luz más intensa que dibujó momentáneamente una silueta a contraluz.
Cuando la figura avanzó, los tres hombres se quedaron en silencio. Era una joven que desentonaba completamente con la atmósfera del lugar. Vestía jeans desgastados, una chaqueta deportiva algo grande para su figura y llevaba un casco de motocicleta bajo el brazo.
Su cabello negro, recogido en una coleta descuidada, enmarcaba un rostro que, aunque sin maquillaje, poseía una belleza natural imposible de ignorar. Entrega para la mesa siete”, anunció a la Jostes con una voz clara y sin afectaciones. Matías la observó sintiendo una inexplicable curiosidad. No
era el tipo de mujer con la que solía relacionarse, pero había algo en su forma de moverse, en la manera directa en que miraba a su alrededor, que captó su atención más allá de la apuesta. Vaya, vaya”, murmuró Diego con una sonrisa maliciosa.
“Parece que el destino tiene sentido del humor, una repartidora de aplicación en Borago. ¿Sigues dispuesto a cumplir tu palabra, Matías?” Felipe observaba la escena con incredulidad, alternando miradas entre la joven y Matías. Matías enderezó los hombros, ajustándose la corbata en un gesto
inconsciente. Cualquier otro día, ni siquiera habría notado la existencia de alguien como ella.
Pero hoy, impulsado por la apuesta y por un inexplicable impulso que ni él mismo comprendía, se levantó de su asiento. “Un Fernández nunca retrocede ante un desafío”, declaró antes de dirigirse hacia la joven que, ajena a lo que estaba por suceder, esperaba que la hostes verificara el pedido.
Mientras avanzaba, Matías no podía imaginar que esos pocos pasos lo alejarían del guion que había seguido toda su vida, llevándolo por un camino que jamás había considerado posible. Valentina Soto ajustó la correa de su mochila térmica, sintiendo el peso de las entregas pendientes. Este trabajo de
repartidora no era lo que había soñado cuando estudiaba para ser técnico en enfermería, pero desde que su madre enfermó, cualquier ingreso extra era bienvenido. Revisó nuevamente la aplicación en su teléfono con pantalla estrellada, confirmando que había
llegado al lugar correcto. estar en Borago, uno de los restaurantes más exclusivos de Santiago, la hacía sentir como una intrusa. Disculpe. Una voz masculina interrumpió sus pensamientos. Valentina alzó la mirada para encontrarse con un hombre que parecía sacado de una revista, alto de rasgos
definidos, cabello oscuro, perfectamente peinado, y un traje que probablemente costaba más que todo lo que ella poseía. “Sí”, respondió extrañada.
Los clientes de estos lugares rara vez notaban su existencia. “Me preguntaba si podría ayudarme”, dijo él con una sonrisa que seguramente había perfeccionado frente al espejo. “Estoy buscando a alguien que pueda darme indicaciones. Para llegar”, hizo una pausa, como buscando una excusa creíble, “El
cerro San Cristóbal, por una ruta menos turística”.
Valentina entrecerró los ojos, intrigada por la evidente mentira. El cerro San Cristóbal era imposible de perder en el horizonte de Santiago y este hombre no parecía del tipo que buscaba rutas menos turísticas. “Google Maps funciona bastante bien para eso”, respondió con una sonrisa sardónica.
“Aunque supongo que si tiene un auto como el Maserati estacionado afuera, quizás prefiera evitar algunas calles.” Matías parpadeó sorprendido por la respuesta directa. Las mujeres que frecuentaba solían seguirle la corriente, no desafiarlo abiertamente. Muy observadora, concedió extendiendo su
mano.
Soy Matías Fernández, Valentina, respondió ella, estrechando su mano brevemente. Y estoy trabajando, así que solo 5 minutos de tu tiempo insistió él, bloqueando sutilmente su camino hacia la salida. Te compensaré por el retraso. Algo en su tono, esa seguridad de quien rara vez recibe un no por
respuesta, irritó a Valentina.
¿Siempre abordas así a mujeres que no conoces?, preguntó cruzándose de brazos. O solo a las que claramente no pertenecen a tu círculo social. Desde su mesa, Diego y Felipe observaban la escena con evidente interés, intercambiando comentarios que Matías podía imaginar perfectamente. Tienes razón. Mi
aproximación ha sido torpe”, admitió Matías optando por la sinceridad. “Déjame empezar de nuevo.
Me gustaría invitarte un café cuando termines tu turno. Sin segundas intenciones, solo una conversación.” Valentina lo estudió con curiosidad. Había algo en este hombre que no encajaba con la imagen típica del empresario arrogante, una vulnerabilidad apenas perceptible tras la fachada de confianza.
“¿Por qué yo?”, preguntó directamente.
“Debe haber decenas de mujeres en tu agenda que estarían encantadas de tomar más que un café contigo. La pregunta tomó a Matías desprevenido. ¿Por qué ella, más allá de la apuesta, había algo refrescante en su franqueza? Porque eres la primera persona auténtica que he encontrado en este
restaurante”, respondió, sorprendiéndose a sí mismo con la honestidad de sus palabras. Una leve sonrisa asomó a los labios de Valentina.
Tengo que entregar esto”, señaló su mochila y después tengo otras tres entregas pendientes. “Te esperaré”, ofreció Matías sacando una tarjeta de su billetera. “Mi número, llámame cuando termines, aunque sea tarde.” Valentina tomó la tarjeta observando el logo de 19 Grupo Andina y el título de
director ejecutivo bajo su nombre.
Por un momento, Matías temió que la arrojara a la basura, pero en lugar de eso la guardó en el bolsillo de su chaqueta. No prometo nada, advirtió. Pero si termino temprano, quizás te envíe un mensaje. Con esas palabras se dirigió hacia la mesa siete, dejando a Matías con una extraña sensación de
anticipación que no experimentaba desde hacía años. Al regresar a su mesa, las expresiones de sus socios lo decían todo.
“Parece que la repartidora te puso en tu lugar”, comentó Felipe sin ocultar su diversión. Diego, sin embargo, observaba a Valentina con interés calculador. “Interesante elección del destino”, murmuró más para sí mismo que para los demás. “¿Sabes, Matías? Esto podría ser exactamente lo que
necesitamos. ¿A qué te refieres?”, preguntó Matías sin quitar la vista de Valentina, que ahora se dirigía hacia la salida.
Diego esperó a que la joven abandonara el restaurante antes de inclinarse hacia adelante, bajando la voz, después del escándalo con los terrenos de Puente Alto, “Nuestra imagen está por los suelos”, explicó. “La prensa nos pinta como buitres corporativos. Necesitamos un cambio de narrativa, Matías
frunció el seño.
El proyecto de Puente Alto había sido aprobado durante su ausencia mientras supervisaba las operaciones en Barcelona. Siempre había sentido que no le habían contado toda la historia. ¿Y que tiene que ver eso con la chica? Los ojos de Diego brillaron con esa chispa que aparecía cuando veía una
oportunidad de negocio. Piénsalo, el exitoso empresario que se enamora de la chica común. Una historia de amor que trasciende clases sociales. Los medios lo adorarían y nuestra imagen se suavizaría considerablemente.
¿Estás sugiriendo que use a esa mujer como estrategia de relaciones públicas? Matías no formuló una pregunta, sino una afirmación cargada de incredulidad. Estoy sugiriendo que conviertas esa apuesta impulsiva en algo beneficioso para todos, corrigió Diego.
Ella obtiene acceso a un mundo que nunca conocería de otra forma. Tú encuentras algo de emoción en tu vida predecible y la empresa mejora su imagen pública. Todos ganan. Matías guardó silencio contemplando la idea. Parte de él, la parte formada en las mejores escuelas de negocios, reconocía la
brillantez estratégica. Otra parte, una que raramente escuchaba, sentía una incomodidad que no podía nombrar.
Su teléfono vibró con un mensaje de un número desconocido. Termino mi turno a las 7. Hay una cafetería en providencia que se llama cafeto. Nada ostentoso, pero el café es bueno. Ve. Matías no pudo evitar sonreír, sintiendo una anticipación que lo sorprendió por su intensidad. Tengo una cita esta
noche”, anunció guardando su teléfono.
“Perfecto, respondió Diego levantando su copa por las nuevas oportunidades en todos los sentidos.” El brindis resonó, pero mientras las copas se encontraban, Matías se preguntó si estaba a punto de cometer el mayor error de su vida o de descubrir algo que ni siquiera sabía que buscaba. El cafeto
era exactamente como Valentina lo había descrito, nada ostentoso, pero con carácter.
Ubicado en una esquina de providencia, el local tenía un aire bohemio con sus paredes de ladrillo expuesto, lámparas de estilo industrial y sofás desgastados pero cómodos. Matías, aún vestido con su traje formal, desentonaba completamente con el ambiente, atrayendo miradas curiosas de los
estudiantes y artistas que frecuentaban el lugar.
Valentina llegó 15 minutos tarde con el cabello húmedo, recién lavado y vistiendo jeans limpios y una sencilla blusa blanca. Se había quitado el uniforme de la aplicación, pero mantenía esa aura de sencillez que la distinguía. “Pensé que no vendrías”, comentó Matías levantándose al verla. “Yo
también lo pensé”, admitió ella con franqueza, sentándose frente a él, pero la curiosidad pudo más.
No todos los días un ejecutivo de Grupo Andina me aborda en un restaurante cinco estrellas. Una mesera se acercó y Valentina pidió un café de grano colombiano. Matías, que ya había ordenado un expreso, notó como ella interactuaba con la camarera. La llamó por su nombre, preguntó por su hija, mostró
una familiaridad que delataba que era cliente habitual.
“Vienes mucho aquí”, observó cuando quedaron solos. Queda cerca del hospital donde hago turnos como técnico en enfermería”, explicó Valentina. O hacía hasta que mi madre enfermó y tuve que buscar trabajos con horarios más flexibles. Algo en su tono, una mezcla de orgullo y resignación captó la
atención de Matías. Estaba acostumbrado a personas que ocultaban sus dificultades, que mantenían una fachada de éxito permanente.
La honestidad de Valentina sobre su situación resultaba desconcertante y refrescante a la vez. “¿Qué le ocurrió a tu madre?”, preguntó genuinamente interesado. Cáncer de mama, etapa tres. Respondió Valentina con una calma que solo puede venir de haber aceptado una realidad dolorosa. Está en
tratamiento en el hospital público, pero necesita medicamentos que no cubre el FONASA. De ahí los tres trabajos.
Matías sintió una punzada de incomodidad. sus problemas, la presión del directorio, las expectativas familiares, el vacío existencial, a pesar de su éxito, parecían repentinamente triviales. “Lo siento”, dijo. Y por primera vez en mucho tiempo realmente lo sentía. “No necesito lástima,” respondió
ella, aunque sin hostilidad. Solo trabajo duro y un sistema de salud que funcione mejor.
Pero supongo que eso no es tema de conversación para una primera cita, ¿verdad, Matías? sonríó ante su franqueza. Prefiero esto a las conversaciones ensayadas sobre exposiciones de arte o viajes a destinos exclusivos que suelo tener en las primeras citas. La mesera trajo el café de Valentina
interrumpiendo momentáneamente la conversación.
Cuando quedaron solos nuevamente, Matías se encontró contándole sobre su semana, las presiones corporativas, la sensación de estar atrapado en una vida que otros envidiaban, pero que a él le resultaba cada vez más vacía. No entendía por qué se abría así con una desconocida, pero había algo en
Valentina que invitaba a la honestidad.
Pareces tenerlo todo, pero no pareces feliz, observó ella tras escucharlo atentamente. Es curioso cómo funciona eso. ¿Y tú con todo lo que enfrentas eres feliz? Preguntó él genuinamente curioso. Valentina consideró la pregunta revolviendo su café pensativamente. Tengo momentos de felicidad,
respondió finalmente.
Cuando mi madre tiene un buen día y reímos juntas. Cuando logro pagar todas las cuentas del mes, son pequeñas victorias, pero reales. Matías asintió absorbiendo sus palabras. De pronto recordó la conversación con Diego, la propuesta que había estado dando vueltas en su mente durante toda la tarde.
Se sintió súbitamente avergonzado de estar considerando usar a esta mujer auténtica para una estrategia de marketing. Pero entonces su teléfono vibró.
Era un mensaje de Diego. ¿Cómo va tu cita con la repartidora? Recuerda, necesitamos cerrar esto pronto. El directorio se reúne en dos semanas. La presión de la realidad volvió a caer sobre sus hombros. El escándalo de Puente Alto había afectado seriamente las acciones de la empresa. Necesitaban un
golpe de efecto, algo que cambiara la narrativa.
Valentina comenzó odiándose un poco por lo que estaba a punto de hacer. Hay algo que debo proponerte. Ella lo miró con curiosidad inclinando ligeramente la cabeza. Te escucho. Mi empresa está pasando por un momento complicado de imagen pública explicó optando por ser lo más honesto posible dentro de
la deshonestidad.
Necesitamos cambiar la percepción que tiene la gente de nosotros. ¿Y eso qué tiene que ver conmigo? Preguntó entrecerrando los ojos con sospecha. Matías respiró hondo antes de continuar. Diego, mi socio, ha propuesto que tú y yo, hizo una pausa buscando las palabras adecuadas, tengamos una relación
pública, un noviazgo que eventualmente llevaría a un compromiso.
El rostro de Min Valentina pasó de la sorpresa a la incredulidad y finalmente a la indignación. ¿Me estás proponiendo fingir ser tu novia por dinero? Su voz, aunque baja para no atraer atención, tenía un filo cortante. No lo pondría así, comenzó Matías, pero ella lo interrumpió. ¿Y cómo lo pondrías
exactamente? Porque suena bastante claro para mí. Matías se inclinó hacia adelante bajando la voz.
Serían seis meses. Cuatro de noviazgo, dos de compromiso, apariciones públicas, eventos sociales, algunas entrevistas. Todo completamente profesional. ¿Y cuánto vale mi dignidad según grupo Andina? Preguntó Valentina con sarcasmo. Aunque Matías notó que no se había levantado para marcharse, lo cual
era una buena señal.
5 millones de pesos respondió manteniendo su mirada. Más gastos de vestuario y cualquier otra cosa que necesites para los eventos. Valentina soltó una risa incrédula, pero Matías pudo ver el cálculo en sus ojos. 5 millones resolverían los problemas médicos de su madre, le darían un respiro
financiero que claramente necesitaba. ¿Por qué yo?, preguntó finalmente.
¿Podrías contratar a una modelo o actriz que sepa cómo comportarse en tu mundo? Era una buena pregunta, una que él mismo se había hecho. Porque eres auténtica respondió con sinceridad. La gente puede detectar la falsedad. Tú tienes algo que no se puede fingir. Valentina guardó silencio mirando su
café ahora frío.
Cuando levantó la vista, sus ojos mostraban una determinación que Matías encontró. Admirable. Tengo una condición”, dijo finalmente, “no fingiré ser alguien que no soy. No me convertiré en una versión pulida y aceptable para tu mundo. Si quieren autenticidad, la tendrán con todo lo que eso implica.
” Matías sintió una mezcla de alivio y, sorprendentemente, respeto. “Trato hecho”, respondió extendiendo su mano sobre la mesa. Valentina dudó un momento antes de estrecharla, sellando un acuerdo que ninguno de los dos podía imaginar cómo cambiaría sus vidas. “Mañana tendrás el contrato”, añadió
Matías con todos los términos claros y los pagos especificados.
“Y mañana lo leeré con mi tía, que es abogada”, respondió Valentina con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos, para asegurarme de que no me estés viendo la cara. Mientras terminaban sus cafés y acordaban los detalles iniciales, Matías no podía evitar preguntarse si acababa de tomar la decisión más
brillante o más desastrosa de su carrera.
Lo que no esperaba era que esa decisión terminaría siendo la más importante de su vida por razones que nada tenían que ver con estrategias corporativas o relaciones públicas. El vestido de diseñador italiano se sentía extraño sobre la piel de Valentina, como si estuviera usando un disfraz para una
obra de teatro en la que no había ensayado su papel.
Frente al espejo del lujoso vestidor en la boutique de Alonso de Córdoba, apenas reconocía a la mujer que le devolvía la mirada. Cabello recogido en un elegante moño, maquillaje profesional que realzaba sus rasgos y un vestido color esmeralda que, según la estilista contratada por Matías,
complementaba perfectamente su tono de piel.
“Te ves diferente”, comentó Matías observándola desde el umbral con una expresión indescifrable. Me siento como un pavo real en exhibición”, respondió Valentina ajustándose incómodamente los tacones de 10 cm. “¿Es realmente necesario todo esto? Habían pasado tres semanas desde que firmaron el
contrato, tres semanas de reuniones con asesores de imagen, clases express, de protocolo social y sesiones informativas sobre quién era quién en la alta sociedad santiaguina.
Esta noche sería su debut oficial como pareja en la gala anual de la Fundación Cultural Andina, un evento al que asistiría lo más selecto de la élite empresarial y política de Chile. La gente esperará verte así”, explicó Matías con paciencia. “Es parte del juego, un juego con reglas que solo
benefician a quienes las crearon”, murmuró Valentina, pero se resignó a su papel.
El tratamiento experimental de su madre ya había comenzado, financiado por el primer pago del contrato y eso era lo único que importaba. El trayecto en el Maerati de Matías, desde la boutique hasta el centro cultural Gabriela Amistral, donde se celebraría la gala, transcurrió mayormente en
silencio. Valentina observaba las calles de Santiago transformarse desde los barrios comerciales exclusivos hasta el centro histórico, sintiendo que atravesaban no solo la ciudad, sino diferentes mundos.
Recuerda, esta noche solo es una introducción”, dijo Matías cuando el auto se detuvo frente a la alfombra roja. “Sonríe, mantente cerca de mí. Y si te preguntan, nos conocimos a través de un amigo común. Creí que habíamos acordado autenticidad”, respondió Valentina arqueando una ceja. “Autenticidad
estratégica,”, matizó él con una media sonrisa.
“La verdad sobre cómo nos conocimos no ayudaría a nadie.” Cuando el ballet abrió la puerta, Valentina inspiró profundamente, preparándose para sumergirse en un océano desconocido. Las cámaras comenzaron a destellar inmediatamente, capturando la imagen del poderoso empresario y su misteriosa
acompañante. El interior del centro cultural había sido transformado en un salón de gala digno de la realeza europea.
Candelabros de cristal, arreglos florales exuberantes y una orquesta de cámara que interpretaba piezas clásicas creaban una atmósfera de opulencia refinada. Valentina sentía las miradas evaluadoras siguiéndola mientras Matías la guiaba a través de la multitud, saludando aquí y allá con esa
familiaridad casual que solo viene de pertenecer.
Matías, qué sorpresa haberte acompañado. Los abordó una mujer de unos 50 años, elegantemente vestida y con joyas que probablemente costaban lo mismo que un departamento en Ñuñoa. Generalmente viene solo a estos eventos. Isabel, permíteme presentarte a Valentina Soto, respondió Matías, colocando
suavemente su mano en la espalda baja de Valentina.
Valentina Isabel Undurraga, presidenta de la Fundación Cultural Andina y vieja amiga de la familia. Los ojos de Isabel escrutaron a Valentina de pies a cabeza con esa mirada que pretendía ser discreta, pero que evaluaba cada detalle. “Un placer, querida”, dijo con una sonrisa que no llegaba a sus
ojos.
“¿Y a qué te dedicas?” Valentina sintió la ligera presión de la mano de Matías en su espalda, una advertencia silenciosa para que siguiera el guion. “Actualmente estoy tomándome un descanso profesional”, respondió decidiendo esquivar sin mentir directamente. Aunque tengo formación como técnico en
enfermería. “Fascinante”, comentó Isabel, aunque su tono sugería lo contrario. “Siempre es refrescante ver nuevas caras en nuestros círculos.
” La conversación continuó con ese tono superficialmente amable, pero sutilmente condescendiente, que Valentina comenzaba a reconocer como característico de este mundo. A medida que avanzaba la noche, fue presentada a docenas de personas cuyos nombres y rostros comenzaron a mezclarse.
Políticos, empresarios, figuras de la televisión, todos parte de un club exclusivo al que ella tenía un pase temporal. Durante la cena, sentada junto a Matías en la mesa principal, Valentina observaba las dinámicas sociales a su alrededor con la misma atención que pondría al monitorear los signos
vitales de un paciente, las risas medidas, las conversaciones cuidadosamente calibradas para impresionar, sin revelar demasiado, los intercambios de favores disfrazados de cortesías. Siempre es así”, susurró Matías mientras aplaudían mecánicamente
tras el discurso del ministro de cultura. “¿Así como?”, preguntó él genuinamente curioso, tan artificial, como si todos estuvieran interpretando un papel en una obra donde nadie dice lo que realmente piensa. Matías la miró con una expresión que Valentina no supo interpretar, algo entre sorpresa y
reconocimiento.
“Supongo que sí”, admitió finalmente. “Te acostumbras con el tiempo. No estoy segura de querer acostumbrarme”, murmuró ella tomando un sorbo de champán. El momento de tensión fue interrumpido por Diego, quien se acercó a su mesa con una sonrisa calculadora.
La pareja de la noche saludó inclinándose para besar la mejilla de Valentina con una familiaridad que la incomodó. Todos están hablando de ustedes. Espero que sea por las razones correctas, respondió Matías con un tono que sugería advertencia. Por supuesto, aseguró Diego sentándose en una silla
vacía junto a ellos. La prensa está encantada con la historia.
El empresario que encuentra el amor fuera de los círculos habituales. Muy refrescante, muy del pueblo. Valentina sintió una oleada de irritación ante la forma en que Diego hablaba de ella como si fuera una estrategia de marketing y no una persona presente en la mesa. Del pueblo repitió con una
sonrisa afilada.
Qué manera tan encantadora de decir de clase social inferior. Diego parpadeó momentáneamente desconcertado por su franqueza. No pretendía ofender. Se recuperó rápidamente. De hecho, es precisamente tu autenticidad lo que necesitamos. Nuestros focus groups muestran que la gente está cansada de
figuras corporativas desconectadas de la realidad.
Y yo soy tu conexión con la realidad, preguntó Valentina, manteniendo su voz baja pero firme. Qué conveniente. Matías intervino colocando su mano sobre la de Valentina en un gesto que para cualquier observador parecería afectuoso, pero que ella reconoció como una señal para moderar su tono.
Lo que Diego intenta decir torpemente, enfatizó, lanzando una mirada de advertencia a su socio. que tu perspectiva es valiosa precisamente porque es diferente. La tensión en la mesa era palpable cuando los acordes del bals comenzaron a sonar señalando el inicio del baile.
Matías, aprovechando la oportunidad para cambiar el ambiente, se puso de pie y extendió su mano hacia Valentina. ¿Me concederías este baile?, preguntó con una formalidad que contenía un toque de súplica. Valentina dudó. Durante las últimas semanas había recibido lecciones básicas de baile social,
pero la idea de exhibirse frente a todos estos jueces silenciosos la aterraba. “No sé si estoy lista para eso”, confesó en voz baja.
Para su sorpresa, la expresión de Matías se suavizó, mostrando una comprensión que no esperaba. “Solo sígueme”, dijo con una gentileza que no había mostrado antes. “Y si pisas mi pie, prometo no quejarme demasiado.” El comentario arrancó una sonrisa. genuina a Valentina, que finalmente aceptó su
mano y se dejó conducir hacia la pista de baile. Mientras otras parejas se unían a ellos, Matías la guiaba con una seguridad tranquilizadora.
“Relájate”, susurró mientras giraban suavemente al ritmo de la música. “Lo estás haciendo bien, todo esto es una locura”, respondió ella, encontrando sorprendentemente fácil seguir sus pasos. En mi población las fiestas son muy diferentes. ¿Cómo son? Preguntó él con genuina curiosidad. Más
ruidosas, más auténticas. Sonrió Valentina.
La gente baila porque lo siente, no porque es lo que se espera de ellos y nadie te juzga por tu apellido o la marca de tu ropa. Mientras bailaban, Valentina notó que varias personas los observaban, algunos con aprobación, otros con evidente curiosidad. Estaban creando exactamente el espectáculo que
Diego había planeado, el poderoso empresario y la chica común, una historia de amor que trascendía barreras sociales, solo que no era real, o al menos no debería serlo. Pero cuando Matías la acercó un poco más durante un giro, Valentina sintió algo inesperado, una conexión que
iba más allá del contrato, una química que no estaba en las cláusulas que había firmado y por la forma en que él la miraba, con un brillo en los ojos que no había notado antes, sospechaba que él también lo sentía.
Esa noche, mientras el Maerati se alejaba del centro cultural bajo el cielo estrellado de Santiago, Valentina se preguntó en qué se había metido realmente, porque fingir un romance era una cosa, pero comenzar a sentir algo auténtico por alguien de un mundo tan diferente al suyo, eso era un peligro
para el que nadie la había preparado. La población Villa los Alerces en Puente Alto no estaba acostumbrada a ver maeratis estacionados en sus calles estrechas.
Los niños se agolpaban alrededor del vehículo tocando su pintura reluciente con dedos curiosos mientras los vecinos observaban desde ventanas y puertas entreabiertas especulando sobre su dueño, Matías, sentado al volante, recorría con la mirada las viviendas modestas, algunas de concreto, otras aún
de madera, todas decoradas con el ingenio y colorido característico de los barrios populares chilenos.
verificó nuevamente la dirección en su teléfono, asegurándose de estar en el lugar correcto. Cuando Valentina le había dicho que su madre había tenido una mañana particularmente buena y quería conocerlo, Matías había aceptado sin pensarlo demasiado. Solo después, mientras conducía hacia el sur de
Santiago, comenzó a preguntarse qué estaba haciendo realmente.
Este no era un evento programado en el contrato. No había cámaras ni periodistas, ninguna ganancia estratégica para la empresa. Era simplemente una visita personal, algo que iba más allá de su acuerdo profesional. Finalmente reunió el valor para bajar del auto, ignorando las miradas curiosas de los
vecinos.
caminó hacia la casa de color celeste que Valentina le había descrito con sus macetas de geráneos rojos en la entrada y una pequeña virgen de yeso en un nicho junto a la puerta. Antes de que pudiera tocar, la puerta se abrió, revelando a Valentina con una apariencia totalmente diferente a la que le
había visto en los eventos sociales de las últimas semanas.
Vestía jeans desgastados y una camiseta sencilla de la Universidad de Chile. El cabello recogido descuidadamente, sin maquillaje. A Matías le sorprendió descubrir que la prefería así, natural y sin pretensiones. “Viniste”, dijo ella con una mezcla de sorpresa y algo más que Matías no supo
identificar.
“Dije que lo haría”, respondió sintiendo una extraña timidez que contrastaba con su habitual confianza en entornos corporativos. traje esto para tu madre”, extendió un ramo de flores y una caja de bombones finos que había comprado en una chocolatería del barrio El Golf. Valentina sonrió tomando los
regalos.
No tenías que traer nada”, dijo, aunque parecía conmovida por el gesto. “Pasa te está esperando.” El interior de la casa era pequeño, pero inmaculadamente limpio y ordenado. Fotografías familiares adornaban las paredes. Valentina en su graduación, una mujer mayor que debía ser su madre en años más
jóvenes. Momentos capturados de una vida sencilla, pero rica en conexiones humanas.
Matías se encontró envidiando esa sencillez tan distinta del frío minimalismo de su ático en Vitacura. En la pequeña sala de estar, sentada en un sillón rodeado de cojines tejidos a mano, estaba Carmen Soto, aunque el tratamiento contra el cáncer había dejado huellas evidentes, su extrema delgadez,
la ausencia de cabello cubierta por un pañuelo colorido. Sus ojos brillaban con la misma vivacidad que Matías reconocía en su hija.
“Así que tú eres el famoso Matías”, dijo Carmen, extendiendo una mano frágil, pero de apretón firme. Mi hija habla mucho de ti, espero que cosas buenas”, respondió Matías, sentándose en la silla que Valentina le indicó.
“Dice que eres arrogante, pero con buen corazón”, respondió Carmen con una franqueza que claramente había heredado su hija. “Una combinación interesante.” Valentina se sonrojó visiblemente. “Mamá, por favor, está bien”, la interrumpió Matías sorprendentemente cómodo con la sinceridad. Es una
descripción bastante acertada. En realidad la tensión se disipó y pronto los tres estaban conversando con una naturalidad que sorprendió a Matías.
Carmen le contó historias de Valentina como niña, su determinación desde pequeña, su tendencia a defender causas perdidas, sueño de convertirse algún día en enfermera profesional. Valentina, por su parte, intervenía ocasionalmente para corregir detalles o para quejarse juguetonamente de las
anécdotas embarazosas que su madre compartía.
“Mi vale siempre ha sido fuerte”, dijo Carmen en un momento, tomando la mano de su hija. “desde que su padre nos dejó cuando tenía 8 años ha sido mi roca”. Matías observó la interacción entre madre e hija, reconociendo un vínculo que iba más allá de las palabras. pensó en su propia madre, a quien
apenas veía dos veces al año, a pesar de vivir en la misma ciudad, y sintió una punzada de remordimiento. El almuerzo fue una experiencia completamente nueva para él.
Sentados alrededor de una mesa pequeña en la cocina, compartieron una cazuela preparada por Valentina, un plato tradicional chileno que Matías rara vez comía fuera de ocasiones formales, donde se servía como homenaje a la gastronomía local. Aquí, sin embargo, era simplemente la comida del día
servida con pan amasado recién horneado y pebre casero.
“Está delicioso”, comentó sinceramente, saboreando el caldo reconfortante. “No recuerdo la última vez que comí algo así. ¿No comes cazuela en tu casa?”, preguntó Carmen sorprendida. Matías pensó en las elaboradas creaciones culinarias que su chef personal preparaba. platos diseñados para
impresionar más que para reconfortar. No, realmente, admitió, mi vida es bastante diferente.
Debe ser solitario, observó Carmen con una perspicacia que tomó a Matías desprevenido. Vivir en esas torres de cristal, alejado de todo esto. La observación hecha sin malicia, pero con una claridad desarmante, dejó a Matías momentáneamente sin palabras. Era solitario, aunque nunca lo había
articulado así, ni siquiera para sí mismo.
Tras el almuerzo, mientras Carmen descansaba, Valentina invitó a Matías a dar un paseo por el barrio. Caminaron lado a lado por las calles estrechas, donde niños jugaban fútbol con pelotas desgastadas y vecinos conversaban de ventana a ventana. Tu madre extraordinaria”, comentó Matías genuinamente
impresionado. “¿Lo es”, concordó Valentina con orgullo. Ha luchado toda su vida. Primero como madre soltera, ahora contra el cáncer.
Nunca la he visto rendirse. Se detuvieron frente a un mural comunitario que contaba la historia del barrio en vívidos colores. En una esquina, una sección más reciente mostraba un edificio corporativo amenazante sobre casas pequeñas con la frase “No” a la demolición escrita en letras rojas. Matías
se detuvo estudiando la imagen con creciente incomodidad.
El logo apenas disfrazado era inconfundiblemente el de Grupo Andina. ¿Qué es esto?”, preguntó, aunque temía conocer la respuesta. Valentina siguió su mirada y su expresión se endureció sutilmente. Hace dos años, una inmobiliaria compró terrenos en el sector norte de la población. Desalojaron a 40
familias para construir un centro comercial. Algunas de esas familias llevaban tres generaciones viviendo aquí.
Matías sintió que el suelo se movía bajo sus pies. El proyecto de Puente Alto, el mismo que había causado el escándalo de relaciones públicas que intentaban mitigar con su relación ficticia. Grupo Andina, murmuró no como pregunta, sino como confirmación. Valentina lo miró evaluando su reacción.
“Sí, tu empresa no sabía,”, respondió honestamente Matías, recordando que había estado en Barcelona durante ese periodo, supervisando la expansión europea. Te lo juro, Valentina. Este proyecto se aprobó durante mi ausencia. Ella lo estudió por un largo momento, como si intentara determinar la
veracidad de sus palabras.
“Te creo”, dijo finalmente, “pero eso no cambia lo que sucedió. Familias que conocí toda mi vida tuvieron que reubicarse. Algunas terminaron en situaciones mucho peores. Matías miró nuevamente el mural, viendo más allá de la pintura, imaginando las vidas reales afectadas por decisiones tomadas en
salas de juntas asépticas basadas únicamente en proyecciones de retorno de inversión.
“Voy a investigar qué pasó exactamente”, prometió con una determinación que sorprendió a Valentina. Y si se cometieron injusticias, las repararé. Valentina soltó una risa incrédula. ¿Por qué harías eso? No está en nuestro contrato preocuparte por mi barrio. Matías se giró para mirarla directamente,
sintiendo una claridad que no había experimentado en años. “Tal vez es hora de que hagamos cosas que no están en el contrato”, respondió sosteniendo su mirada.
Tal vez este acuerdo artificial está comenzando a sentirse demasiado limitante. El sol de la tarde proyectaba largas sombras sobre el pavimento mientras permanecían allí frente al mural en un silencio cargado de posibilidades no articuladas. Algo estaba cambiando entre ellos. una transformación
sutil, pero innegable, que ninguno de los dos había previsto.
De vuelta en la casa, mientras se despedía de Carmen con la promesa de volver pronto, Matías se dio cuenta de que ya no estaba actuando según guion escrito. Sus palabras, sus gestos, sus intenciones, todo era genuino. Y ese reconocimiento, en lugar de alarmarlo, lo llenó de una extraña sensación de
libertad.
Esa noche, conduciendo de regreso a Bitacura, bajo el cielo que se oscurecía sobre Santiago, Matías tomó una decisión. Llamaría a sus abogados para investigar el proyecto de Puente Alto. Revisaría personalmente los contratos. hablaría con las familias afectadas, no porque fuera bueno para la imagen
de la empresa, sino porque era lo correcto.
Y mientras las luces de la ciudad comenzaban a encenderse a su alrededor, se preguntó qué otras certezas en su vida comenzarían a tambalearse ahora que había abierto la puerta a la autenticidad que Valentina había traído consigo. La oficina de Matías, en el piso 23 del edificio corporativo de Grupo
Andina, ofrecía una vista panorámica de Santiago con la cordillera de los Andes como telón de fondo. Normalmente esa vista lo llenaba de un sentido de logro y poder.
Hoy, sin embargo, mientras repasaba los documentos esparcidos sobre su escritorio, solo sentía una creciente indignación. Había pasado tres días investigando el proyecto de Puente Alto, revisando contratos, hablando con abogados, rastreando decisiones. Lo que descubrió lo enfermaba.
Representantes de la empresa habían presionado a familias vulnerables para que vendieran sus propiedades a precios muy por debajo del mercado, utilizando tácticas de intimidación apenas legales. Los permisos municipales se habían obtenido a través de conexiones políticas dudosas y todo había
ocurrido mientras él estaba en Barcelona con Diego supervisando las operaciones locales. El intercomunicador zumbó interrumpiendo sus pensamientos.
Señor Fernández, el señor Vidal está aquí para verlo, anunció su asistente. Hazlo pasar, respondió Matías, organizando rápidamente los documentos comprometedores. Diego entró con su habitual confianza, impecable en su traje italiano, una sonrisa satisfecha en su rostro.
Las acciones subieron tres puntos desde que comenzaste a aparecer con tu novia de pueblo”, anunció sin preámbulos sirviéndose un whisky del chavar en la esquina. La estrategia está funcionando perfectamente. Matías lo observó en silencio, viendo a su socio de casi 10 años con ojos nuevos. Siempre
había sido así de cínico o simplemente él había elegido no notarlo. Siéntate, Diego! Dijo finalmente señalando la silla frente a su escritorio. Tenemos que hablar sobre Puente Alto.
La sonrisa de Diego vaciló ligeramente. Puente Alto, ese proyecto está cerrado, Matías. El centro comercial abre en 6 meses. Estuve revisando la documentación, continuó Matías ignorando su comentario. Los métodos utilizados para adquirir esos terrenos fueron como mínimo cuestionables éticamente.
Diego bebió un sorbo de whisky estudiando a Matías por encima del borde del vaso. “Por favor, no me digas que tu noviecita te está metiendo ideas en la cabeza”, respondió con una risa desdeñosa. Negocios son negocios, Matías, siempre lo has entendido. 40 familias, Diego”, insistió Matías empujando
una carpeta hacia él. Personas reales cuyas vidas fueron trastornadas y ahora descubro que les pagamos menos de la mitad del valor real de sus propiedades.
Diego dejó su vaso sobre el escritorio con un golpe seco. “¿Qué te está pasando?”, preguntó con genuina perplejidad. “Nunca te importaron estos detalles antes. Compramos, construimos, vendemos. Ese es nuestro negocio. Matías se levantó caminando hacia la ventana para contemplar la ciudad que se
extendía a sus pies.
Desde aquí arriba, las diferencias entre el Golf y Puente Alto se difuminaban. Todo parecía parte de un mismo organismo urbano. Tal vez nunca me detuve a pensar en las consecuencias reales de nuestras decisiones, admitió. Pero ahora lo he visto de primera mano, Diego. He caminado por esas calles,
he hablado con esas personas. Por Dios, Matías. Diego se levantó también claramente exasperado. Esto es precisamente lo que temía.
Te estás involucrando demasiado con esta chica. Te recuerdo que todo esto es una estrategia de marketing, un acuerdo comercial nada más. Matías se giró para enfrentarlo, sintiendo una claridad que no había experimentado en años. Ya no estoy seguro de que sea solo eso confesó. Diego lo miró
fijamente, la incredulidad dando paso a una expresión calculadora.
“No me digas que te estás enamorando de la repartidora”, dijo con una mezcla de burla y preocupación. “Por favor, dime que no eres tan ingenuo. Lo que siento por Valentina no es asunto tuyo”, respondió Matías con una frialdad que sorprendió a ambos. Pero lo que sí te concierne es esto. Vamos a
crear un fondo de compensación para las familias afectadas por el proyecto de Puente Alto.
Les pagaremos la diferencia hasta alcanzar el valor justo de mercado, más una compensación por daños morales. Diego lo miró como si le hubiera crecido una segunda cabeza. Eso costará millones, protestó los accionistas. Lo presentaré como una iniciativa de responsabilidad social corporativa, lo
interrumpió Matías, y saldré personalmente en los medios para anunciarlo.
Si la preocupación es la imagen pública, esto la mejorará significativamente. Diego estudió a su socio por un largo momento, su mente claramente evaluando ángulos y estrategias. Estás cambiando, Matías”, dijo finalmente, “y no estoy seguro de que sea para mejor, al menos no para los negocios. Tal
vez los negocios también necesitan cambiar”, respondió Matías, sorprendiéndose a sí mismo con la convicción en su voz.
Cuando Diego se marchó, visiblemente molesto, pero sin argumentos para rebatir la decisión, Matías se quedó contemplando la ciudad mientras el atardecer teñía de dorado los edificios. tomó su teléfono y casi sin pensar marcó el número de Valentina. “¿Podemos vernos esta noche?”, preguntó cuando
ella contestó, “Hay algo importante que quiero decirte.
3 horas después estaban sentados en una banca del parque bicentenario, la silueta de la cordillera recortándose contra el cielo nocturno. Valentina escuchaba en silencio mientras Matías le explicaba lo que había descubierto sobre el proyecto de Puente Alto y las medidas que planeaba tomar. ¿Por qué
haces esto realmente?, preguntó ella cuando él terminó de hablar. Es otra estrategia de marketing.
Matías negó con la cabeza buscando las palabras adecuadas. Al principio, tal vez habría dicho que sí, admitió, pero ahora, ahora lo hago porque no puedo seguir ignorando el impacto real de mis decisiones, porque conocerte me ha hecho ver que he estado viviendo en una burbuja, Valentina.
Ella lo estudió a la tenue luz de las farolas del parque, como si intentara leer la verdad en su rostro. Esto no estaba en nuestro contrato dijo finalmente con una pequeña sonrisa. Creo que deberíamos olvidarnos del contrato, respondió Matías tomando su mano con suavidad. De hecho, quiero romperlo.
Valentina se tensó retirando su mano instintivamente.
¿Qué quieres decir? Preguntó con una nota de alarma en su voz. Ya no necesitas esta farsa. Ya obtuviste lo que querías. No, no me expliqué bien, se apresuró a aclarar Matías. Quiero romper el contrato porque ya no quiero fingir. Lo que siento por ti es real, Valentina, y quiero la oportunidad de
construir algo auténtico, no una relación basada en un acuerdo comercial.
Valentina lo miró fijamente, la sorpresa dando paso a una mezcla compleja de emociones que Matías no podía descifrar completamente. ¿Cómo puedo confiar en eso?, preguntó finalmente, “¿Cómo sé que esto no es solo otra estrategia más elaborada? Era una pregunta justa, una que él mismo se había hecho.
¿Cómo podía probar que sus sentimientos eran genuinos cuando todo había comenzado como una mentira? No puedo darte garantías”, respondió honestamente. “Solo puedo pedirte que me des la oportunidad de demostrártelo día a día, sin contratos, sin obligaciones, solo dos personas conociéndose de verdad.
Un silencio se extendió entre ellos, lleno de posibilidades y temores no expresados. En la distancia, las luces de Santiago parpadeaban como estrellas caídas.
“No será fácil”, dijo finalmente Valentina. “Venimos de mundos diferentes, Matías”. Lo sé, asintió él, “pero tal vez eso es exactamente lo que ambos necesitamos.” Valentina no respondió inmediatamente. En su lugar se levantó y caminó unos pasos mirando hacia la ciudad que se extendía a sus pies.
Cuando se volvió hacia él, había una determinación en sus ojos que Matías había llegado a admirar. De acuerdo, dijo finalmente, rompamos el contrato, pero con una condición, lo que sea respondió Matías, levantándose para acercarse a ella. Quiero que conozcas a mi madre adecuadamente, no como el
novio falso, sino como el hombre que dice querer algo real conmigo.
Matías sonrió sintiendo un peso levantarse de sus hombros. Será un honor, respondió tomando suavemente su mano bajo el cielo estrellado de Santiago, con la brisa nocturna susurrando entre los árboles del parque, sellaron su nuevo comienzo con un beso que por primera vez no tenía nada de fingido.
Era el inicio de algo incierto, probablemente complicado, pero indudablemente real. Lo que ninguno de los dos podía imaginar era que las fuerzas que habían puesto en movimiento tanto dentro de la empresa como en sus propias vidas, pronto convergirían en una tormenta que pondría a prueba la
autenticidad de sus sentimientos y la fortaleza de su naciente relación.
La clínica Las Condes, con su arquitectura moderna y sus amplios ventanales que dejaban entrar la luz natural, representaba todo lo que el sistema de salud público chileno no era, eficiente, lujoso, exclusivo. Mientras Valentina caminaba por sus pasillos inmaculados junto a Matías, no podía evitar
pensar en el contraste con el hospital donde su madre había recibido tratamiento inicialmente con sus largas esperas, instalaciones deterioradas y personal sobrecargado.
“Tu madre estará cómoda aquí”, comentó Matías como si leyera sus pensamientos. El Dr. Saavedra es uno de los mejores oncólogos del país. Valentina asintió en silencio. Había pasado una semana desde su conversación en el parque bicentenario, desde que habían decidido intentar construir algo real.
Una de las primeras acciones de Matías había sido arreglar el traslado de Carmen a esta clínica privada, donde recibiría el mejor tratamiento disponible.
Valentina había protestado inicialmente, preocupada por la deuda que esto generaría. Pero Matías había sido inflexible. No era un préstamo ni caridad, sino simplemente lo que hacía una persona por alguien que le importaba. Aún me cuesta creer que estemos aquí, confesó Valentina mientras esperaba en
el ascensor. Todo ha cambiado tan rápido. Matías tomó su mano, un gesto que ahora se sentía natural entre ellos.
Para mejor, espero, respondió con una nota de vulnerabilidad que rara vez mostraba. El ascensor los llevó al piso de oncología donde Carmen había sido instalada en una habitación privada con vista a la cordillera. Cuando entraron, la encontraron sentada junto a la ventana contemplando el paisaje
urbano con los “Des de fondo.
“Mi hija!”, exclamó Carmen al verlos, su rostro iluminándose. “Y Matías, qué bueno verlos juntos.” Valentina abrazó a su madre con cuidado, notando que a pesar de su fragilidad, Carmen parecía más animada que en semanas. “¿Cómo te están tratando, mamá?”, preguntó ajustando suavemente el pañuelo que
cubría la cabeza de Carmen.
“Como a una reina”, respondió Carmen con una sonrisa. “Las enfermeras son un amor y la comida hasta tiene sabor. Nada que ver con esa sopa de agua que servían en el hospital.” Matías observaba la interacción entre madre e hija con una mezcla de calidez y una emoción más compleja que tardó en
identificar. Envidia, no por la relación en sí, sino por la autenticidad de ese vínculo tan diferente de la fría cordialidad que caracterizaba su propia relación familiar. “Señora Carmen”, dijo acercándose a la ventana. “Me alegra que esté cómoda aquí.” Carmen lo miró con
esa mirada penetrante que parecía ver más allá de las apariencias. Matías, no nos andemos con formalismos. Si vas a estar en la vida de mi hija, puedes llamarme Carmen simplemente algo en la forma en que lo dijo, si vas a estar en la vida de mi hija.
Hizo que Matías se diera cuenta de que Carmen probablemente intuía la naturaleza inicial de su relación con Valentina. La mujer era perspicaz y el súbito cambio en las circunstancias de su tratamiento médico debía haberle dado pistas. Carmen corrigió con una inclinación de cabeza. Quería
preguntarle si hay algo más que podamos hacer para que se sienta a gusto. Carmen intercambió una mirada con su hija antes de responder.
De hecho, hay algo que podrías hacer por mí, dijo con un brillo travieso en los ojos. Podrías contarme más sobre ti, el verdadero tú, no la versión que aparece en las revistas de negocios. Valentina apareció alarmada. Mamá, no tienes que Está bien. La interrumpió Matías acercando una silla para
sentarse junto a Carmen. Es una petición justa.
Durante la siguiente hora, Matías se encontró compartiendo aspectos de su vida que rara vez discutía. Su infancia en una familia adinerada, pero emocionalmente distante, la presión constante para cumplir expectativas, su complicada relación con su propio padre, un poderoso empresario que medía el
valor de las personas por su utilidad y éxito.
“Hace años que apenas hablo con mi madre”, confesó sorprendiéndose a sí mismo con su franqueza. Después del divorcio, ella se mudó a Viña del Mar. Nos llamamos en cumpleaños y Navidad, pero se interrumpió dándose cuenta de lo vacía que sonaba esa relación al decirlo en voz alta.
Carmen lo escuchaba con atención, sin juzgar, mientras Valentina observaba con una mezcla de sorpresa y comprensión. Nunca había oído a Matías hablar tan abiertamente sobre su familia. “Las madres siempre esperamos”, dijo finalmente Carmen con suavidad. No importa cuánto tiempo pase, siempre hay
una puerta abierta para nuestros hijos.
Sus palabras tocaron algo profundo en Matías, una herida que había ignorado durante años. “Quizás debería llamarla”, murmuró más para sí mismo que para ellas. “Quizás deberías”, concordó Carmen con una sonrisa cálida. La vida es demasiado corta para desperdiciarla en distancias autoimpuestas. La
conversación derivó hacia temas más ligeros, pero las palabras de Carmen habían plantado una semilla en la mente de Matías.
Mientras observaba a Valentina ayudar a su madre a acomodarse en la cama para descansar, pensaba en su propia madre, Aurora, sola en su casa, frente al mar en Reñaca, rodeada de comodidades materiales, pero quizás tan solitaria como él lo había estado antes de conocer a Valentina. Cuando llegó el
momento de marcharse, Carmen tomó las manos de ambos, uniéndolas entre las suyas.
“Cuídense mutuamente”, dijo con una seriedad que contrastaba con su habitual tono jovial. “No siempre encontramos personas que nos hagan mejores, que nos desafíen a ser más auténticos.” De regreso en el auto, un silencio reflexivo se instaló entre ellos. Matías conducía automáticamente su mente aún
procesando la conversación con Carmen y la revelación de lo mucho que había desatendido su propia relación familiar. “Tu madre es extraordinaria”, dijo finalmente.
“Siempre lo ha sido”, respondió Valentina mirando por la ventana las calles de las condes. Tiene esa capacidad de ver a las personas como realmente son, no como pretenden ser. Matías asintió pensativo. “Voy a llamar a mi madre”, anunció de repente tomando una decisión. De hecho, me gustaría que la
conocieras. Valentina lo miró con sorpresa.
“¿Estás seguro? Por lo que has contado, ella es parte de ese mundo del que intentas distanciarte. Es mi madre”, respondió simplemente Matías. “Y Carmen tiene razón. La vida es demasiado corta para las distancias autoimpuestas.” Esa noche, por primera vez en años, Matías llamó a su madre no por
obligación, sino por deseo genuino. La conversación fue inicialmente incómoda, llena de silencios y frases cuidadosamente medidas, pero a medida que avanzaba, algo comenzó a descongelarse entre ellos. “Me gustaría verte, mamá”, dijo finalmente Matías, “y
presentarte a alguien importante para mí.” Del otro lado de la línea, Aurora Fernández guardó silencio por un momento antes de responder con voz emocionada. Me encantaría, hijo. Te he extrañado más de lo que imaginas.
Después de colgar, Matías permaneció sentado en la terraza de su ático, contemplando las luces de Santiago y la silueta oscura de la cordillera contra el cielo nocturno. Por primera vez, en mucho tiempo, sentía que las piezas de su vida comenzaban a encajar de una manera diferente, más auténtica.
Su teléfono vibró con un mensaje de Valentina. Estoy orgullosa de ti. Buenas noches. Cuatro palabras sencillas que confirmaban lo que comenzaba a sospechar.
Estaba enamorándose de verdad, sin contratos ni estrategias, simplemente cayendo en ese territorio desconocido y aterrador que era el amor auténtico. Lo que no sabía mientras sonreía al mensaje en la soledad de su terraza, era que la frágil burbuja de felicidad que estaban construyendo pronto sería
puesta a prueba de maneras que ninguno de los dos podía anticipar.
La luz azulada del celular iluminaba el rostro de Valentina en la oscuridad de su habitación. Eran las 3:17 de la madrugada cuando el incesante zumbido de notificaciones la despertó. Al principio pensó que podría ser algo relacionado con su madre, pero lo que vio al desbloquear la pantalla dejó
helada. Decenas de mensajes, notificaciones de redes, sociales y llamadas perdidas, todos refiriéndose a un video. Con el corazón acelerado, pulsó el enlace que le había enviado su amiga Camila.
Bal, ¿eres tú? Está en todos lados. El video comenzaba a reproducirse y Valentina se reconoció inmediatamente. Había sido grabado dos años atrás durante una protesta estudiantil frente al Ministerio de Educación. Ella, con el rostro enrojecido por la indignación, gritaba a la cámara, “Los
empresarios de este país son todos iguales.
Se enriquecen a costa de los pobres, destruyen barrios enteros para construir sus centros comerciales y después se pasean en sus autos de lujo como si fueran dioses. Son parásitos todos ellos, especialmente grupos como Andina, que nos desalojaron de nuestras casas con mentiras y amenazas. El pueblo
unido jamás será vencido.
El video terminaba con Valentina alzando el puño, rodeada de otros estudiantes que coreaban consignas. Había sido un momento de rabia justificada después de los desalojos en Puente Alto. Pero verlo ahora fuera de contexto.
Mientras mantenía una relación pública con uno de los directores de esa misma empresa, su teléfono sonó. Era Matías. ¿Lo has visto? Preguntó él sin preámbulos cuando contestó. Acabo de verlo. Respondió Valentina la voz temblorosa. Matías, yo no tienes que explicarme nada. La interrumpió él.
entiendo perfectamente por qué sentías eso. Entonces tenías razón en muchas cosas.
Su comprensión, en lugar de tranquilizarla, hizo que las lágrimas comenzaran a caer por sus mejillas, porque este era el problema. Ya no estaba segura de qué pensar. La línea entre sus convicciones y sus sentimientos se había vuelto borrosa desde que conoció a Matías, desde que vio otra faceta del
mundo que había criticado tan duramente. “La gente está diciendo cosas horribles”, murmuró revisando los comentarios que inundaban sus redes sociales.
“Me llaman hipócrita, oportunista, dicen que me vendí. Son los riesgos de estar en el ojo público, respondió Matías con una calma que sugería que estaba acostumbrado a este tipo de escrutinio. Esto pasará, Valentina. Pero a medida que avanzaba la mañana, quedó claro que la tormenta mediática no
pasaría fácilmente.
Los principales portales de noticias y programas de farándula habían recogido la historia. la novia revolucionaria del empresario, de protestar contra Grupo Andina a salir con su director, amor verdadero o estrategia calculada, rezaban los titulares. Para el mediodía, Valentina ya no podía soportar
más. Apagó su teléfono y se encerró en su habitación, ignorando los intentos de su tía Gloria de animarla.
Sentía que su identidad estaba siendo desgarrada en dos direcciones opuestas. La Valentina que había luchado por su comunidad y la Valentina que ahora amaba a un hombre cuyo mundo representaba todo lo que antes había rechazado. El timbre sonó insistentemente. Cuando Gloria abrió la puerta, Diego
Vidal estaba allí, impecablemente vestido y con una sonrisa que no llegaba a sus ojos.
“Necesito hablar con Valentina”, anunció como si tuviera todo el derecho a irrumpir en su hogar. Valentina, atraída por las voces, apareció en el pasillo. “¿Qué haces aquí?”, preguntó la hostilidad evidente en su voz. Nunca había confiado en Diego con su mirada calculadora y su obsesión por la
imagen pública.
“Vengo a salvarte de ti misma”, respondió él entrando sin esperar invitación y a salvar la reputación de la empresa en el proceso. Gloria miró a Valentina preguntando silenciosamente si debía quedarse. “Está bien, tía.” La tranquilizó Valentina. Puedo manejar esto una vez solos en la pequeña sala
de estar, Diego fue directo al grano.
Ese video es un desastre para nuestra imagen dijo paseándose como un depredador enjaulado. Todo el trabajo que hemos hecho para humanizar a Grupo Andina a través de tu relación con Matías está en peligro. Lo siento si mis principios interfieren con tu estrategia de marketing”, respondió Valentina
con sarcasmo. Diego se detuvo estudiándola con una nueva perspectiva.
“¿Sabes? Al principio pensé que eras perfecta para este papel”, comentó la chica del pueblo, auténtica, sin filtros. Una historia de cenicienta moderna para ablandar nuestra imagen corporativa. Pero ahora veo que cometí un error. Eres demasiado volátil. No me conoces en absoluto, respondió
Valentina cruzándose de brazos. Conozco lo suficiente, replicó Diego y sé que Matías está cambiando por tu influencia.
El fondo de compensación para Puente Alto, su repentino interés en la responsabilidad social, sus cuestionamientos sobre proyectos futuros, está poniendo en riesgo años de trabajo. Valentina lo miró con incredulidad. ¿Te das cuenta de que hablas de mejorar vidas como si fuera algo negativo? Diego
se acercó bajando la voz a pesar de que estaban solos. Tengo una oferta para ti, Valentina, un millón de dólares para que desaparezcas de la vida de Matías.
Sin escándalos, sin drama, simplemente te vas. La proposición la golpeó como una bofetada, un millón de dólares, suficiente para pagar el tratamiento completo de su madre, para completar sus estudios, para asegurar un futuro cómodo, pero a cambio de abandonar lo único auténtico que había surgido de
toda esta situación, sus sentimientos por Matías.
¿Crees que todo tiene un precio?, preguntó finalmente. Su voz apenas un susurro. Todo y todos, respondió Diego con absoluta convicción. Solo es cuestión de encontrar la cifra correcta, ¿no es eso lo que hiciste cuando aceptaste nuestro contrato inicial? Sus palabras se clavaron en un punto
vulnerable, porque tenía razón. Ella había aceptado fingir sentimientos por dinero.
¿Qué la hacía diferente ahora? Vete de mi casa, dijo Valentina, la voz temblorosa pero firme. No voy a aceptar tu oferta. Diego sonró como si hubiera esperado exactamente esa respuesta. “Piénsalo bien”, dijo dirigiéndose a la puerta. “La oferta estará sobre la mesa por 48 horas. Después de eso, no
puedo garantizar que la historia que contemos a los medios sea amable contigo.” Cuando la puerta se cerró tras él, Valentina se desplomó en el sofá, las emociones abrumándola.
Por un lado, la indignación ante la manipulación de Diego. Por otro, una profunda duda sobre su propio lugar. en esta historia se había convertido en lo que una vez despreciaba una persona dispuesta a comprometer sus principios por comodidad y privilegios. Su teléfono sonó nuevamente.
Esta vez era su amiga Javiera, una de las que había estado a su lado durante las protestas en 19 Puente Alto. Bal, ¿estás bien? Todos están hablando del video. No lo sé, Javi respondió honestamente. Ya no sé quién se supone que debo ser. Hubo un silencio al otro lado de la línea antes de que
Javiera respondiera.
Siempre has sido la persona más auténtica que conozco, Bal. No dejes que nadie te haga dudar de eso. Ni los que te critican por estar con ese empresario, ni los que intentan moldearte para encajar en su mundo. Las palabras de su amiga resonaron en ella, provocando una claridad súbita. El problema
no era que amara a Matías a pesar de su mundo, sino que se sentía como una impostora en ambos lados.
una traidora a sus principios para sus antiguos compañeros y una intrusa para el círculo social de Matías. Esa noche, mientras la controversia seguía creciendo en redes sociales y medios, Valentina tomó una decisión dolorosa. Necesitaba espacio, claridad, un momento para reencontrarse con su
esencia, sin las presiones de ambos mundos, tirando de ella en direcciones opuestas.
Con manos temblorosas escribió una carta a Matías. No un mensaje de texto o un email, sino una carta real en papel como las que su madre le había enseñado a valorar. Matías, necesito encontrarme a mí misma nuevamente.
Estos meses contigo han sido como vivir en un mundo de ensueño, pero he perdido de vista quién soy realmente. No puedo ser la persona que tu círculo espera, ni puedo ignorar que he cambiado demasiado para simplemente volver a mi vida anterior. No estoy terminando lo nuestro. Solo estoy pidiendo
tiempo para reconciliar estas dos partes de mí que parecen irreconciliables. Por favor, no me busques por ahora.
Volveré cuando esté lista, si es que alguna vez lo estoy. Con amor, Valentina. A la mañana siguiente, antes de que el sol despuntara sobre la cordillera, Valentina abordaba un bus hacia Valparaíso, donde su tía Gloria tenía una pequeña casa en el cerro alegre. Dejaba atrás Santiago, a Matías, el
escándalo mediático y la oferta de Diego, llevando consigo solo lo esencial y la esperanza de encontrar entre las coloridas calles del puerto la claridad que tanto necesitaba.
Lo que no sabía era que su partida desencadenaría una serie de eventos que transformarían no solo su vida, sino también la de Matías y el futuro de Grupo Andina, de maneras que ninguno podía prever. Valparaíso se desplegaba ante Valentina como un lienzo multicolor pintado sobre las laderas de los
cerros que descienden hacia el Pacífico.
Desde la ventana de la pequeña casa de su tía Gloria en Cerro Alegre contemplaba el puerto al amanecer con sus barcos anclados como pequeños juguetes en la inmensidad azul. El aire salado se mezclaba con el aroma del café recién preparado, creando una atmósfera que invitaba a la reflexión. Siempre
te gustó mirar el mar”, comentó Gloria entregándole una taza humeante.
Desde niña, cuando venías de visita, pasabas horas en esta ventana. Valentina sonrió con nostalgia, recordando veranos más simples antes de las responsabilidades adultas, antes de Matías, antes de que la vida se complicara tanto.
El mar tiene ese efecto en mí, respondió envolviendo la taza con ambas manos para absorber su calor. Me hace sentir pequeña, pero no de mala manera, como si mis problemas también fueran pequeños en comparación. Gloria, una mujer de 50 y pocos años con el mismo fuego en los ojos que su sobrina, se
sentó en el gastado sofá junto a ella.
Como abogada especializada en derechos humanos, había pasado su vida defendiendo causas difíciles, enfrentando al sistema, manteniendo sus principios intactos a pesar de las presiones. Era exactamente la persona que Valentina necesitaba en este momento de confusión. “¿Has hablado con tu madre?”,
preguntó Gloria. “Debe estar preocupada. La llamé ayer,” contestó Valentina.
“Le dije que estaba contigo, que necesitaba tiempo para pensar. No quise preocuparla con los detalles.” Gloria asintió, comprendiendo la situación. Carmen estaba respondiendo bien al tratamiento en la clínica privada y lo último que necesitaba era estrés adicional por los problemas de su hija. “¿Y
él? ¿Te ha buscado?” Valentina suspiró dejando la taza sobre la mesita de centro. He mantenido el teléfono apagado.
No estoy lista para esa conversación. Lo que no le había dicho a su tía, lo que no se atrevía a compartir aún con nadie, era la sospecha que había comenzado a formarse en su mente durante las últimas semanas. Su periodo, siempre regular como un reloj, llevaba un retraso de casi tres semanas.
Las náuseas matutinas que inicialmente había atribuido al estrés se habían vuelto una constante y esa extraña sensación en su cuerpo, una intuición profunda que no podía ignorar. ¿Hay algo más, verdad?, preguntó Gloria con esa percepción que siempre la caracterizaba. Te conozco desde que eras una
niña, Valentina. Sé cuando me estás ocultando algo.
Las lágrimas que Valentina había contenido durante días finalmente encontraron su camino, resbalando silenciosamente por sus mejillas, mientras su cuerpo se estremecía con soyosos contenidos. “Creo que estoy embarazada, tía”, confesó en un susurro quebrado. “Y no sé qué hacer.” Gloria la envolvió
en sus brazos sin decir palabra, permitiéndole liberar toda la tensión acumulada.
Valentina lloró por lo que parecieron horas, dejando salir el miedo, la confusión, la incertidumbre sobre el futuro. “Lo primero es confirmarlo”, dijo finalmente Gloria cuando los sollozos se calmaron. “Después, pase lo que pase, enfrentaremos esto juntas, como siempre lo hemos hecho en esta
familia.” Esa misma tarde, sentada en el baño del pequeño apartamento, Valentina miraba la prueba de embarazo con una mezcla de temor y asombro.
Dos líneas rosadas, claras e innegables confirmaban lo que su cuerpo ya sabía. Dentro de ella crecía una nueva vida, un ser que unía dos mundos aparentemente irreconciliables. Los días en Valparaíso se convirtieron en semanas. Valentina encontró en los laberínticos pasajes del puerto un espacio
para redescubrirse. Caminaba por horas entre los murales coloridos y las escaleras interminables, subiendo y bajando cerros, como quien asciende y desciende por su propia conciencia.
Pasaba tardes enteras en cafés pequeños escribiendo en un cuaderno pensamientos que nunca antes se había permitido explorar. En las noches, sentada junto a su tía en la terraza, hablaban de todo. Política, amor, principios, compromiso, el significado de la autenticidad en un mundo de apariencias.
No tienes que elegir entre tus principios y tus sentimientos le dijo Gloria una noche, mientras las luces del puerto parpadeaban bajo un cielo estrellado. El mundo no es blanco y negro, Valentina.
Puedes mantener tus convicciones y amar a alguien que viene de un contexto diferente, siempre que haya respeto mutuo y valores compartidos. Pero, ¿y si estar con él significa convertirme en parte de ese sistema que siempre critiqué?, preguntó Valentina, acariciando inconscientemente su vientre, un
gesto que se había vuelto habitual desde que confirmó su embarazo.
“La pregunta no es si te conviertes en parte del sistema”, respondió Gloria con la sabiduría de años luchando contra molinos de viento. La pregunta es, ¿qué haces una vez que estás dentro? ¿Te conviertes en una más o usas esa posición para cambiar las cosas desde adentro? Las palabras de su tía
resonaron profundamente en Valentina.
pensó en Matías, en cómo él mismo había comenzado a cuestionar las prácticas de su empresa en su genuino deseo de reparar el daño causado en Puente Alto. Quizás ambos podían aprender el uno del otro, crecer juntos hacia algo mejor que lo que cualquiera de los dos habría sido por separado.
Pero entonces recordaba el video, los comentarios crueles, la oferta de Diego y el miedo volvía a paralizarla. ¿Cómo podía confiar en que lo que tenían sobreviviría al escrutinio constante, a las presiones externas, a los mundos tan diferentes de los que provenían? Una mañana, mientras desayunaba
en la cocina de su tía, escuchó el timbre.
Gloria, que había salido temprano para una reunión, debía haber olvidado sus llaves. Sin pensar demasiado, Valentina abrió la puerta solo para encontrarse frente a frente con la última persona que esperaba ver, Matías Fernández. Estaba diferente. Su habitual traje impecable había sido reemplazado
por jeans y una camisa sencilla. Tenía barba de varios días y un cansancio evidente en los ojos, como si no hubiera dormido bien en semanas.
Pero lo que más impactó a Valentina fue la expresión en su rostro, una mezcla de alivio, ansiedad y algo más profundo, más vulnerable. “Te encontré”, dijo simplemente su voz un susurro ronco. Valentina se quedó paralizada en el umbral, incapaz de invitarlo a pasar, incapaz de cerrar la puerta. Un
torbellino de emociones la atravesó.
Alegría al verlo, miedo por la conversación inevitable, preocupación por cómo reaccionaría ante la noticia del embarazo. ¿Cómo comenzó? Pero no pudo terminar la pregunta. Tu madre, respondió Matías, entendiendo lo que quería preguntar. Fui a verla a la clínica. Estaba preocupado por ti y por ambas.
Ella no quiso decirme dónde estabas al principio, pero creo que vio algo en mí, algo que la convenció de que mis intenciones eran sinceras. Valentina no pudo evitar una pequeña sonrisa. Carmen siempre había sido una excelente juez de carácter. ¿Puedo pasar?, preguntó Matías con una gentileza que
contrastaba con el hombre seguro y dominante que había conocido inicialmente. Solo quiero hablar. Si después quieres que me vaya, lo haré.
Lo prometo. Después de un momento de duda, Valentina se hizo a un lado, permitiéndole entrar a la modesta sala de estar con vista al mar. Matías avanzó con cautela, como si temiera que cualquier movimiento brusco pudiera romper la frágil oportunidad que le estaba dando. “Bonito lugar”, comentó
observando la decoración bohemia, los libros apilados en cada superficie disponible, las plantas que crecían en macetas de colores. “Es de mi tía Gloria”, respondió Valentina, manteniéndose a distancia. “Ha sido mi
refugio estas semanas.” Se instaló un silencio incómodo. Había tanto que decir, tantas emociones contenidas que ninguno sabía por dónde empezar. Tu carta, dijo finalmente Matías, la he leído tantas veces que prácticamente la sé de memoria. Valentina se tensó recordando las palabras que había escrito
en un momento de desesperación y confusión. No debí irme así, admitió.
Fue cobarde. No la contradijo Matías. Fue valiente. Reconociste que necesitabas espacio para pensar para reencontrarte. Yo habría seguido fingiendo que todo estaba bien, hundiéndome cada vez más en una vida que no me hacía feliz. se acercó un paso, todavía manteniendo una distancia respetuosa.
Estos días sin ti, continuó con voz quebrada, me han hecho darme cuenta de muchas cosas, Valentina, de lo vacía que era mi vida antes de conocerte, de cómo me había convertido en alguien que ni siquiera reconocía. Valentina sintió que sus defensas comenzaban a desmoronarse. Había extrañado su voz,
su presencia, la forma en que la miraba como si realmente la viera. Súpelo de Diego”, dijo Matías, sorprendiéndola.
“Su oferta para que desaparecieras de mi vida”. Valentina palideció. ¿Cómo? Él mismo me lo contó después de que me enfrenté a la junta directiva por el fondo de compensación para Puente Alto, explicó Matías. Pensó que me estaba haciendo un favor, liberándome de tu influencia, como él lo llamó.
Una risa amarga escapó de sus labios. Lo despedí en ese mismo momento frente a toda la junta directiva. Los ojos de Valentina se abrieron con sorpresa. Lo despediste, pero es tu socio, tu amigo desde hace años. Era mi socio, corrigió Matías. Y nunca fue realmente mi amigo. Los amigos no intentan
comprar y vender personas como si fueran acciones en la bolsa. Se acercó otro paso. Y esta vez Valentina no retrocedió.
He estado pensando mucho en lo que dijiste en tu carta”, continuó sobre encontrarte a ti misma sobre esas dos partes que parecen irreconciliables. Y creo que entiendo porque yo también estoy luchando con eso. El Matías que era antes de conocerte y el que quiero ser ahora. Sus ojos se encontraron y
Valentina vio en ellos una sinceridad que derritió las últimas capas de su resistencia.
Te amo, Valentina”, dijo simplemente, “no a la idea de ti, no a lo que representas para mi imagen o mi empresa. Te amo a ti con tu autenticidad, tu fuerza, tus contradicciones. Y si me das otra oportunidad, quiero construir algo real contigo, no basado en un contrato o en expectativas externas,
sino en lo que realmente importa.” Las lágrimas comenzaron a correr por las mejillas de Valentina.
Había soñado con escuchar esas palabras, pero ahora que las oía, el miedo se mezclaba con la esperanza, porque había una complicación que él aún desconocía, una responsabilidad que cambiaría sus vidas para siempre. “Hay algo que debes saber”, dijo. “Su voz apenas un susurro, algo que podría cambiar
todo.
” Respiró profundamente, reuniendo coraje para las palabras que estaba a punto de pronunciar. “Estoy embarazada, Matías. El tiempo pareció detenerse. Matías la miró fijamente, procesando la información. Su rostro una máscara indescifrable. Por un momento terrible, Valentina temió haber cometido un
error, haber revelado demasiado, demasiado pronto. Pero entonces, lentamente, una sonrisa comenzó a formarse en el rostro de Matías.
No era la sonrisa calculada del empresario, ni la sonrisa encantadora que usaba en eventos sociales. Era algo más genuino, más vulnerable, una expresión de asombro puro. ¿Un bebé? Preguntó como si necesitara confirmación de lo que acababa de escuchar. Vamos a tener un hijo. Valentina asintió,
incapaz de hablar a través del nudo en su garganta.
entiendo si esto complica las cosas”, logró decir finalmente, “No espero nada de ti. Quiero que lo sepas. Puedo hacer esto sola.” Y no pudo terminar la frase, porque en dos zancadas Matías había salvado la distancia entre ellos y la estaba abrazando, levantándola ligeramente del suelo en un gesto
de alegría pura. No hay nada en este mundo que desee más que formar una familia contigo”, dijo cuando finalmente la depositó de nuevo en el suelo, tomando su rostro entre sus manos con infinita ternura. Si tú me aceptas, si estás dispuesta a intentarlo de nuevo.
Y allí, en la pequeña sala de estar, con vista al océano Pacífico, con el sonido de las gaviotas y el rumor lejano del puerto como testigos, Valentina Soto y Matías Fernández sellaron un nuevo comienzo con un beso que sabía a lágrimas, a esperanza y a posibilidades infinitas. Lo que ninguno de los
dos sabía en ese momento era que su reencuentro en Valparaíso no era el final de su historia, sino apenas el comienzo de un camino que los llevaría a redefinir no solo su relación, sino sus propias identidades y el impacto que querían tener en el mundo. La sala de juntas de Grupo Andina, en el
último piso del
rascacielos corporativo, era un espacio diseñado para intimidar. Amplios ventanales ofrecían una vista panorámica de Santiago. La madera oscura y el cuero de los sillones transmitían una sensación de poder antiguo y la enorme mesa ovalada permitía que los ejecutivos se miraran directamente a los
ojos mientras discutían millones como si fueran calderilla.
Matías Fernández, de pie frente a los 12 miembros de la junta directiva, ya no se sentía intimidado por ese ambiente que alguna vez había considerado su hábitat natural. vestía un traje sobrio, pero no ostentoso, y su postura revelaba una determinación tranquila que sorprendió a varios de los
presentes. “Señores, señoras”, comenzó con voz clara y firme, “loss convocado hoy para comunicarles una decisión personal que afectará el futuro de esta empresa. Las miradas se intensificaron desde el despido de Diego Vidal hacía tres semanas.
Los rumores sobre cambios drásticos en la dirección habían circulado por los pasillos corporativos. La presencia de Eduardo Valdés, el abogado personal de Minones. Matías, sentado discretamente en un rincón de la sala, solo confirmaba que algo significativo estaba por ocurrir. Después de una
profunda reflexión, he decidido vender mi participación en Grupo Andina”, anunció Matías provocando un murmullo generalizado entre los presentes.
“El señor Valdés tiene preparados todos los documentos necesarios, incluyendo una oferta preferencial. para que los accionistas actuales puedan adquirir mis acciones antes de abrirlas al mercado. El murmullo se convirtió en exclamaciones de sorpresa y preguntas superpuestas. Javier Echeverría, el
miembro más antiguo de la junta, levantó la mano para pedir silencio.
“Matías, esto es completamente inesperado”, dijo con una mezcla de preocupación y curiosidad. “Tu familia fundó esta empresa. Ha sido el rostro público de Grupo Andina durante años. ¿Puedes al menos explicarnos las razones de esta decisión? Matías observó los rostros a su alrededor, algunos
genuinamente confundidos, otros calculando ya cómo podrían beneficiarse de su salida, unos pocos visiblemente aliviados de no tener que lidiar más con sus recientes iniciativas de responsabilidad social que habían reducido los márgenes de ganancia. Mis
prioridades han cambiado”, respondió simplemente. “Quiero dedicar mi tiempo y energía a proyectos que tengan un impacto más directo y positivo en la comunidad. Además, añadió permitiéndose una pequeña sonrisa, “Pronto seré padre. Eso pone muchas cosas en perspectiva. Esta última revelación causó aún
más revuelo.
Todos conocían su relación con Valentina Soto. La había presentado en varios eventos corporativos, pero este desarrollo añadía una nueva dimensión a la situación. Tu relación con la señorita Soto. Comenzó Cristina Barros, la única mujer en la junta directiva. Esto tiene que ver con tu decisión.
Matías la miró directamente apreciando su franqueza. Valentina me ha ayudado a ver cosas que antes ignoraba, admitió, pero esta decisión es completamente mía. Es el resultado de preguntarme qué tipo de legado quiero dejar, qué ejemplo quiero dar a mi hijo o hija. La reunión se extendió por horas,
hubo argumentos, negociaciones, incluso algún intento de hacerle cambiar de opinión.
Pero cuando finalmente salió de la sala, con los primeros documentos firmados y un proceso irreversible en marcha, Matías sintió un peso levantarse de sus hombros. En el estacionamiento, Valentina lo esperaba reclinada contra su auto, una imagen que contrastaba dramáticamente con el entorno
corporativo.
Vestía un sencillo vestido floreado que apenas disimulaba la pequeña curva de su vientre de 4 meses y su cabello suelto se mecía con la brisa primaveral. ¿Cómo fue?, preguntó cuando él se acercó. Por toda respuesta, Matías la besó suavemente. Está hecho dijo simplemente, “En unas semanas seré
oficialmente un hombre libre de Grupo Andina”.
Valentina estudió su rostro buscando signos de arrepentimiento o duda, pero solo encontró una serenidad que la tranquilizó. “¿Estás seguro?”, insistió. “Es la empresa de tu familia, tu herencia. Mi herencia está aquí”, respondió él colocando suavemente una mano sobre su vientre. Y aquí añadió
tocando su corazón, “Lo demás son solo edificios y papeles.” Subieron al auto.
Y Matías condujo no hacia Bitakura, donde aún mantenía su ático, sino hacia Ñuñoa, un barrio tradicional de clase media donde habían estado viendo departamentos, un área verde, tranquila, con librerías independientes, cafés acogedores y una mezcla diversa. de vecinos, profesores universitarios,
artistas, familias jóvenes, un lugar donde ambos podían sentirse cómodos, un punto medio entre sus mundos. “Hablé con mi madre esta mañana”, comentó Valentina mientras avanzaban por calles arboladas.
“Los médicos están muy optimistas. El tratamiento está funcionando mejor de lo esperado.” Matías sonríó genuinamente feliz por la noticia. En los últimos meses había desarrollado un vínculo especial con Carmen, visitándola regularmente en la clínica, escuchando sus historias, aprendiendo de su
sabiduría sencilla pero profunda. Es una luchadora como su hija. Comentó.
Le contaste sobre el departamento sí está emocionada. Dice que cuando salga de la clínica quiere ayudarnos a decorar la habitación del bebé. La idea de Carmen recuperada, ayudándoles a preparar el hogar para su nieto o nieta, creó una sensación cálida en el pecho de Matías.
Era extraño como en apenas unos meses sus prioridades habían cambiado tan dramáticamente. El éxito, el reconocimiento, el poder. Todo eso parecía ahora secundario frente a momentos simples como este. Una conversación tranquila en el auto, planes para un futuro compartido, la expectativa de una
familia.
Llegaron al edificio donde habían visto un departamento de tres habitaciones con terraza y vista a un parque cercano. La agente inmobiliaria los esperaba con una sonrisa profesional que se volvió más genuina cuando Valentina, con su naturalidad característica, comenzó a hacerle preguntas no sobre
el valor de reventa o las cuotas de mantenimiento, sino sobre la comunidad, si había niños en el edificio, si los vecinos se conocían entre sí, si existían espacios comunes donde las personas realmente interactuaran mientras recorrían las habitaciones vacías. Matías observaba a Valentina imaginar su
vida allí, dónde
pondría la cuna? ¿Cómo organizaría la cocina? ¿Qué plantas crecerían mejor en la terraza? Había una naturalidad en su forma de proyectarse en ese espacio que contrastaba con su propia relación distante con los lugares que había habitado. Su ático en Vitacura, decorado por un diseñador de interiores
siguiendo tendencias minimalistas, nunca había sentido como un verdadero hogar.
Era un espacio para impresionar, para mantener una imagen, no para vivir realmente. Este departamento más pequeño, pero lleno de luz natural y posibilidades, ya se sentía más como un hogar, incluso estando vacío. “Me gusta”, declaró Valentina finalmente después de revisar cada rincón. “Tiene buena
energía.
” Matías sonrió ante la expresión tan típica de ella. Hace unos meses habría descartado ese comentario como una superstición sin sentido. Ahora, sin embargo, entendía perfectamente a qué se refería. Este lugar tenía algo especial, una calidez que invitaba a crear recuerdos. Entonces es nuestro,
respondió tomando su mano. Haremos la oferta hoy mismo.
La agente inmobiliaria, acostumbrada a clientes que negociaban hasta el último peso, pareció sorprendida por la decisión rápida. No sabía que para Matías Fernández el valor real ya no se medía en términos monetarios, sino en la sonrisa que iluminaba el rostro de Valentina en la posibilidad de
construir algo auténtico juntos.
Esa noche, después de firmar los documentos preliminares para la compra del departamento, celebraron con una cena sencilla en un restaurante familiar de Ñuñoa. Nada que ver con los lugares exclusivos que Matías frecuentaba antes. Aquí los manteles eran de papel, los platos abundantes y sin
pretensiones, y los camareros trataban a todos los clientes con la misma familiaridad desenfadada.
Tengo algo para ti”, dijo Matías sacando una pequeña caja de tercio pelo del bolsillo de su chaqueta. No es lo que estás pensando. Valentina abrió la caja con curiosidad. Dentro no había un anillo, como había temido momentáneamente, sino una llave antigua y ornamentada. “¿Qué es esto?”, preguntó
confundida.
La llave del local que acabo de alquilar en la plaza central de Ñuñoa, respondió Matías con una mezcla de nerviosismo y entusiasmo para tu tienda de productos naturales y artesanías chilenas. Sé que has estado investigando sobre eso. ¿Qué es tu sueño? Valentina lo miró con asombro. Pero todavía no
tengo el capital para empezar un negocio protestó débilmente.
Considéralo una inversión, respondió Matías. No una donación, no caridad. Creo en tu visión, Valentina. He visto como tus ojos se iluminan cuando hablas de crear un espacio que conecte a artesanos locales con consumidores conscientes. Quiero ser parte de eso, apoyarte como tú me has apoyado. Las
lágrimas asomaron a los ojos de Valentina, pero eran lágrimas de alegría, de gratitud, de un amor que crecía cada día más profundo.
“Acepto la inversión”, dijo finalmente secándose las mejillas con una servilleta. Pero con una condición, lo que sea, respondió Matías, recordando que había usado las mismas palabras aquella noche en el parque bicentenario cuando decidieron intentar algo real. Que me permitas pagarte cada peso con
intereses justos cuando el negocio comience a dar frutos”, declaró Valentina con esa determinación que él tanto admiraba.
“Quiero que sea mi logro, Matías. No quiero deberle mi éxito a nadie, ni siquiera a ti, Matías.” asintió, comprendiendo perfectamente. Era precisamente esa independencia, esa integridad, lo que lo había enamorado de ella. “Trato hecho”, respondió extendiendo su mano sobre la mesa en un gesto formal
que hizo reír a ambos.
Aunque técnicamente, como vamos a vivir juntos y criar a un hijo juntos, el dinero será un poco de ambos, ¿no crees? Valentina entrelazó sus dedos con los de él, pensativa. Es complicado, admitió. Venimos de ideas tan diferentes sobre el dinero, el éxito, la independencia. Tendremos que encontrar
nuestro propio camino.
Eso es exactamente lo que estamos haciendo, respondió Matías, apretando suavemente su mano, encontrando nuestro propio camino juntos. En ese momento, mientras compartían una sencilla comida en un restaurante sin pretensiones, rodeados de familias y amigos disfrutando de la compañía mutua, Matías se
dio cuenta de que nunca había sido más feliz. La riqueza verdadera, comprendió, no se medía en propiedades o cuentas bancarias, sino en momentos como este, auténticos, imperfectos, profundamente humanos.
Y mientras observaba a Valentina hablar animadamente sobre sus planes para la tienda, sus manos describiendo formas en el aire con ese entusiasmo contagioso que la caracterizaba, supo que la apuesta impulsiva que había hecho aquel día en Borago había sido, sin saberlo, la mejor decisión de su vida.
El sol de la mañana entraba a raudales por los ventanales del departamento en Ñuñoa, iluminando cajas a medio desempacar, muebles aún cubiertos con plástico protector y paredes que esperaban ser decoradas. Matías, sentado en el suelo de la que
sería la habitación del bebé, intentaba descifrar las instrucciones para armar una cuna que parecían escritas en un idioma alienígena. Creo que esto va así”, murmuró para sí mismo, encajando dos piezas que claramente no estaban diseñadas para unirse.
Desde la cocina llegaba el aroma del café recién hecho y el sonido de Valentina tarareando una canción mientras organizaba vajilla y utensilios. Su voz mezclada con los ruidos de la calle, niños jugando en el parque cercano, vendedores anunciando sus productos, conversaciones de vecinos que se
saludaban, creaba una sinfonía cotidiana que Matías encontraba extrañamente reconfortante. ¿Necesitas ayuda?, preguntó Valentina apareciendo en la puerta con dos tazas de café.
Su embarazo de 5 meses se notaba claramente bajo el overall holgado que usaba para la mudanza. Matías levantó la mirada con una expresión de derrota cómica. Dirijo una empresa multinacional. Negocio contratos de millones de dólares, pero no puedo armar una simple cun, confesó, aceptando la tasa que
ella le ofrecía. Creo que hay una lección de humildad aquí.
Valentina rió sentándose junto a él en el suelo con cuidado. Déjame ver esas instrucciones, pidió examinando el papel arrugado. Ah, aquí está el problema. Estás intentando construir el paso cinco antes del paso tres. Trabajaron juntos durante la siguiente hora encontrando un ritmo colaborativo que
reflejaba cómo su relación había evolucionado, complementándose, aprendiendo el uno del otro, cediendo cuando era necesario.
Cuando finalmente la cuna estuvo armada, ambos la contemplaron con una mezcla de orgullo y asombro, como si acabaran de crear una obra maestra. Nuestro primer proyecto conjunto terminado”, comentó Matías pasando un brazo alrededor de los hombros de Valentina. “Bueno, técnicamente, el segundo”,
corrigió ella, acariciando su vientre con una sonrisa. El timbre interrumpió el momento.
Cuando abrieron la puerta, encontraron a Carmen apoyada en un bastón, pero con un color saludable en las mejillas, que contrastaba dramáticamente con la palidez que había mostrado durante meses. Junto a ella, para sorpresa de Matías, estaba Aurora Fernández, su propia madre. Las dos mujeres, tan
diferentes en apariencia y origen, pero unidas por el vínculo con sus hijos, se habían conocido semanas atrás durante una visita a la clínica.
Para asombro de todos, especialmente de Matías, habían desarrollado una amistad inmediata basada en su preocupación, compartida por la felicidad de sus hijos y la expectativa del nieto que venía en camino. “Trajimos almuerzo”, anunció Carmen mostrando bolsas con comida casera. Y Aurora trajo algo
especial para el bebé.
La madre de Matías, una mujer elegante que hasta hace poco habría aparecido fuera de lugar en un departamento de clase media en Ñuñoa. Sacó de su bolso un paquete cuidadosamente envuelto. “Es la manta con la que envolvimos a Matías cuando nació”, explicó entregándosela a Valentina con una ternura
que su hijo rara vez había visto en ella. Ha estado guardada todos estos años. Me gustaría que mi nieto o nieta la usara también.
Valentina desenvolvió el paquete con cuidado, revelando una delicada manta tejida a mano con hilo de alpaca en tonos neutros. Es preciosa murmuró genuinamente conmovida por el gesto. Gracias, Aurora. Matías observaba la escena con una mezcla de sorpresa y gratitud. Su relación con su madre había
sido distante durante años, marcada por expectativas no cumplidas y conversaciones superficiales.
Verla ahora, haciendo un esfuerzo genuino por conectar con Valentina, por ser parte de esta nueva etapa de su vida, representaba una sanación que no había anticipado. Las cuatro comieron en la terraza, sentados alrededor de una mesa plegable, mientras esperaban que llegaran los muebles del comedor.
La conversación fluyó con una naturalidad que contrastaba con las tensas cenas familiares que Matías recordaba de su juventud. Carmen compartía anécdotas sobre Valentina Niña, haciendo reír a todos con historias de su determinación temprana y su tendencia a defender causas perdidas desde pequeña. A
los 8 años organizó una protesta en su escuela porque no dejaban jugar fútbol a las niñas, contaba Carmen con orgullo evidente.
reunió firmas, hizo carteles y convenció a la mitad de su clase para que se sentaran frente a la oficina del director hasta que cambiara la regla. ¿Y funcionó?, preguntó Aurora claramente fascinada por esta faceta de la personalidad de su futura nuera. “Por supuesto que funcionó”, respondió
Valentina con una sonrisa.
El director era un buen hombre, solo estaba siguiendo tradiciones anticuadas. cuando vio nuestra determinación, creó equipos mixtos y hasta organizó un torneo. Matías la miraba con admiración. Esa misma pasión por la justicia, esa negativa a aceptar las cosas, porque así han sido siempre, era lo
que lo había transformado a él también, lo que lo había hecho cuestionar prácticas empresariales que antes aceptaba sin reflexión.
Después del almuerzo, mientras Carmen descansaba en el sofá y Aurora ayudaba a Valentina a organizar la cocina, Matías recibió una llamada que llevaba semanas esperando. Se retiró a la terraza para hablar en privado y cuando regresó, su expresión era una mezcla de satisfacción y alivio. Era mi
abogado, anunció al grupo.
La venta de mis acciones en Grupo Andina está oficialmente completada. Ya no soy parte de la empresa. Un silencio reflexivo siguió a sus palabras. Para Aurora especialmente, esto representaba el fin de una era. La empresa había sido fundada por su esposo. Había sido el centro de la vida familiar
durante décadas.
¿Estás seguro de qué es lo que quieres, hijo? Preguntó finalmente, sin reproche, sino con genuina preocupación. Matías miró a su alrededor, el departamento a medio amueblar que ya se sentía más como un hogar que cualquier lugar lujoso donde hubiera vivido antes. Valentina, con su vientre redondeado
donde crecía su hijo Carmen, cuya fortaleza ante la adversidad le había enseñado más sobre dignidad que todos sus años en el mundo corporativo.
Y su madre, haciendo un esfuerzo por entender y apoyar sus decisiones, aunque fueran tan diferentes a lo que había esperado para él. Nunca he estado más seguro de nada en mi vida, respondió con convicción. No estoy abandonando los negocios, solo estoy eligiendo un camino diferente, uno que me
permita dormir tranquilo por las noches. Aurora asintió, aceptando su respuesta.
Había visto el cambio en su hijo en los últimos meses. Una serenidad que nunca antes había poseído. Una autenticidad que había estado ausente. Durante años de perfección superficial. Tu padre no lo entendería. dijo finalmente con una pequeña sonrisa. Pero yo sí y estoy orgullosa de ti, Matías.
Esas palabras, tan simples, pero tan significativas viniendo de ella, crearon un nudo en la garganta de Matías. Durante años había buscado la aprobación de su padre, conformándose a un molde que nunca le había quedado bien. Recibir ahora el apoyo de su madre, por ser auténticamente él mismo, era un
regalo inesperado. Esa noche, después de que Carmen y Aurora se marcharan, la primera de regreso a la clínica para sus últimas semanas de tratamiento, la segunda a su casa en Viña del Mar, con la promesa de visitas más frecuentes, Matías y Valentina se sentaron en su terraza. La
noche caía suavemente sobre Santiago. Las luces de la ciudad comenzaban a encenderse y la silueta de la cordillera se recortaba contra el cielo que pasaba del naranja al púrpura. ¿En qué piensas?, preguntó Valentina notando la expresión contemplativa de Matías. “En lo extraña que es la vida,
respondió él entrelazando sus dedos con los de ella.
Hace se meses estaba atrapado en una existencia que parecía perfecta desde fuera, pero que me estaba asfixiando. Ahora estoy aquí. en un departamento a medio amueblar, sin mi empresa familiar a punto de ser padre y nunca he sido más feliz. Valentina sonrió apoyando su cabeza en el hombro de él.
Yo pienso en lo que diría la Valentina de hace 6 meses, si pudiera vernos ahora, confesó la chica que gritaba contra empresarios como tú en ese video, enamorada del enemigo. No somos los mismos que éramos entonces, reflexionó Matías. Tú me enseñaste a ver más allá de los números, a considerar el
impacto humano de las decisiones corporativas y yo espero haberte mostrado que no todos los empresarios son villanos de caricatura, que es posible usar los recursos y el privilegio para generar cambios positivos. Me lo has demostrado cada día”, confirmó ella, acariciando
suavemente su rostro. con cada acción, no solo con palabras, se quedaron en silencio, disfrutando de la tranquilidad del momento. A lo lejos, la ciudad seguía su ritmo frenético, pero aquí, en este pequeño oasis que estaban construyendo juntos, el tiempo parecía fluir de manera diferente. “Mañana es
la apertura de la tienda”, comentó Valentina después de un rato.
“Estoy nerviosa. Será un éxito,”, aseguró Matías. Has trabajado incansablemente, has establecido relaciones con artesanos de todo Chile. Has creado un concepto único. La gente responderá a esa autenticidad. Eso espero, respondió ella. Quiero que este bebé crezca viendo que sus padres hacen lo que
aman, que es posible construir algo significativo sin renunciar a tus valores.
Matías colocó suavemente una mano sobre el vientre de Valentina, sintiendo los movimientos del bebé bajo su palma. Era una sensación que nunca dejaba de maravillarlo. Una vida creada por ambos, un futuro que estaban construyendo juntos. Lo verá, prometió, y aprenderá de la fuerza de su madre y de
los errores y aciertos de su padre. Tendrá lo mejor de ambos mundos.
Mientras la noche caía completamente sobre Santiago, sellaron esa promesa con un beso que sabía a café, a expectativas y a un amor que había superado prejuicios, diferencias sociales y las barreras que ambos habían construido alrededor de sus corazones.
Lo que había comenzado como una apuesta impulsiva en un restaurante exclusivo, se había transformado en algo que ninguno de los dos habría podido imaginar. Una segunda oportunidad para redefinir sus vidas. según sus propios términos, no los impuestos por la sociedad o las expectativas ajenas. Y
mientras las estrellas comenzaban a brillar sobre la cordillera, ambos sabían que estaban exactamente donde debían estar, construyendo cimientos sólidos para un futuro compartido, que, aunque incierto como todos los futuros, estaba lleno de posibilidades.
La pequeña tienda, Raíces Chilenas brillaba bajo la luz primaveral que entraba por sus amplios ventanales. El local, estratégicamente ubicado frente a la plaza de Ñuñoa, se había convertido en apenas 3 meses en un punto de encuentro para quienes valoraban la artesanía autóctona, los productos
orgánicos y el comercio justo.
Valentina, con su embarazo de 7 meses ya muy evidente, acomodaba un nuevo envío de tejidos aimaras en un expositor central. Había logrado crear un espacio que reflejaba perfectamente su visión. Paredes de adobe natural. estanterías de madera reciclada y cada rincón contando la historia de los
artesanos detrás de los productos.
No era simplemente una tienda, sino un puente entre tradiciones ancestrales y consumidores urbanos conscientes. La campanilla de la puerta sonó anunciando la entrada de un grupo de turistas extranjeros guiados por Camila, una antigua compañera de Valentina que ahora colaboraba con la tienda
organizando rutas culturales. Y esta es la joya de nuestro recorrido”, anunciaba Camila en un inglés fluido, una tienda que trabaja directamente con comunidades indígenas y artesanos locales, asegurando precios justos y preservando técnicas tradicionales. Valentina saludó al grupo con una sonrisa,
permitiendo que Camila
continuara la explicación mientras ella regresaba a su pequeña oficina en la trastienda, allí, entre facturas ordenadas y un mural de fotografías de los artesanos con quienes trabajaba. encontró a Matías hablando por teléfono con expresión concentrada.
“Entiendo sus dudas”, decía con esa voz profesional que reservaba para negociaciones importantes. Pero les aseguro que este modelo de microcréditos ha funcionado extraordinariamente bien en otras comunidades. No estamos hablando de caridad, sino de inversión en talento local. Valentina se sentó
silenciosamente observándolo trabajar.
Desde que había vendido su participación en Grupo Andina, Matías había canalizado su experiencia empresarial en una dirección completamente nueva, asesorando a pequeñas empresas con potencial de crecimiento, especialmente aquellas lideradas por mujeres o comunidades marginadas. Su nueva consultora,
Impacto Positivo, operaba bajo principios radicalmente diferentes a los de su antigua empresa, transparencia total, beneficios compartidos y un compromiso inquebrantable con la sostenibilidad social y ambiental. Perfecto.
Les enviaré la propuesta detallada esta tarde, concluyó Matías antes de colgar y girar hacia Valentina con una sonrisa. La cooperativa de Melipeuco está interesada. Si todo va bien, podrán expandir su producción de miel orgánica y acceder a mercados internacionales. Valentina se acercó a darle un
beso cambiando vidas, ¿sabes?, comentó genuinamente orgullosa de la transformación que había visto en él.
Usando tus conocimientos para empoderar en lugar de explotar. Matías tomó sus manos mirándola con esa intensidad que aún provocaba mariposas en su estómago. Aprendí de la mejor, respondió. Tú me mostraste que es posible hacer negocios con Alma. El momento íntimo fue interrumpido por la llegada de
Javiera, ahora gerente de la tienda cuando Valentina necesitaba descansar.
Su expresión era inusualmente seria. Bal, hay alguien preguntando por ti”, anunció con cierta incomodidad. Diego Vidal, Valentina y Matías intercambiaron miradas de sorpresa. Desde el despido de Diego de Grupo Andina, no habían tenido ningún contacto con él.
Las noticias empresariales mencionaban ocasionalmente su nombre, asociado ahora a prácticas agresivas en una nueva firma que había formado con antiguos ejecutivos descontentos. “¿Qué querrá?”, murmuró Valentina. instintivamente protectora, colocando una mano sobre su vientre. “Solo hay una forma de
averiguarlo,”, respondió Matías, poniéndose de pie con determinación. “Hablaré con él.
Iremos juntos”, corrigió Valentina con un tono que no admitía discusión. “Lo que sea que quiera decirnos, podemos enfrentarlo como pareja.” Cuando salieron a la tienda principal, encontraron a Diego examinando una colección de cerámica de aguita con expresión indescifrable. Vestía un traje
impecable como siempre, pero había algo diferente en él, una tensión, una dureza en sus rasgos que no estaba presente antes.
“¡Qué lugar tan pintoresco”, comentó al verlos con ese tono condescendiente que solía utilizar para todo lo que consideraba inferior, artesanía étnica y productos orgánicos. muy acorde con la nueva imagen que has adoptado. Matías, “¿Qué quieres, Diego?”, preguntó Matías directamente, sin caer en
provocaciones. Dudo que hayas venido a comprar tejidos aimaras.
Diego sonríó, una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. “Vine a compartir noticias”, respondió sacando de su bolsillo un recorte de periódico doblado. “Pensé que les interesaría saber que Grupo Andina está enfrentando una investigación por prácticas irregulares en la adquisición de terrenos.
Específicamente el proyecto de Puente Alto. Valentina tomó el recorte leyendo rápidamente el titular. Fiscalía investiga posible cohecho y presiones indebidas en proyecto inmobiliario en Puente Alto. ¿Por qué nos traes esto? Preguntó estudiando el rostro de Diego en busca de sus verdaderas
intenciones. Porque cuando la investigación avance, tu nombre inevitablemente saldrá a la luz, Matías, respondió Diego con fingida preocupación. Eras el director ejecutivo cuando se aprobó el proyecto.
Estaba en Barcelona, replicó Matías manteniendo la calma. Como bien sabes, tú supervisaste esa operación personalmente. Una sombra cruzó el rostro de Diego. Los documentos muestran tu firma. Contraatacó. Eras el rostro de la empresa el que aparecía en la prensa presumiendo del crecimiento y las
adquisiciones estratégicas.
Matías dio un paso adelante, enfrentándolo directamente. Si viniste a amenazarme, Diego, pierdes tu tiempo. Ya proporcioné a la fiscalía toda la documentación que tenía sobre ese proyecto, incluyendo correos electrónicos que muestran claramente quién tomó las decisiones operativas. Esta revelación
pareció desestabilizar momentáneamente a Diego.
“¿Traaste a la empresa?”, preguntó la incredulidad, mezclándose con la ira en su voz. No, respondió Matías con firmeza. Elegí la verdad y la justicia por encima de la lealtad malentendida, algo que quizás deberías considerar antes de que sea demasiado tarde. Un silencio tenso se instaló entre
ellos.
Los clientes de la tienda observaban discretamente la escena sintiendo la electricidad en el aire. Cometiste un error al abandonar Grupo Andina”, dijo. Finalmente Diego recuperando su compostura y un error aún mayor al elegir esto añadió, haciendo un gesto despectivo que abarcaba la tienda, la
evidente relación entre Matías y Valentina, la vida sencilla pero auténtica que habían construido.
Valentina, que había permanecido en silencio evaluando la situación, dio un paso adelante. “¿Sabes cuál es la diferencia entre Matías y tú, Diego?”, preguntó con una calma que contrastaba con la tensión del momento, que él tuvo el valor de cuestionarse, de reconocer errores, de cambiar.
Tú sigues atrapado en un sistema que confunde éxito con valor humano, poder con propósito. Diego la miró con una mezcla de desprecio y algo más complejo, quizás un destello fugaz de envidia. Siempre fuiste buena con las palabras inspiradoras”, respondió con sarcasmo. “Pero la realidad es que
ustedes viven en una burbuja idealista mientras el mundo real sigue funcionando según reglas que se niegan a aceptar.
” “Tal vez sea hora de cambiar esas reglas”, intervino Matías colocándose junto a Valentina. Y no estamos solos en ese pensamiento. Cada vez más empresarios están descubriendo que es posible ser rentable y ético al mismo tiempo. Diego los observó por un momento como si intentara comprender una
ecuación particularmente difícil. “Son tal para cual”, dijo finalmente con un tono que mezclaba desde resignación.
La revolucionaria y el empresario reformado. Una historia conmovedora para los medios. Sin duda, con esas palabras, se dirigió hacia la puerta. Antes de salir, se detuvo y miró por última vez a Matías. Cuando todo esto se derrumbe, cuando te des cuenta de que has renunciado a un imperio por una
fantasía, no vengas a buscarme, advirtió.
Habrás quemado todos los puentes. La campanilla sonó nuevamente cuando la puerta se cerró tras él, dejando un silencio momentáneo en la tienda antes de que las conversaciones se reanudaran gradualmente. Valentina tomó la mano de Matías, notando la tensión en sus hombros. ¿Estás bien?, preguntó
suavemente. Matías miró a su alrededor, la tienda llena de productos que contaban historias de comunidades revitalizadas.
Los clientes genuinamente interesados en el origen de lo que compraban, el pequeño equipo que Valentina había formado, personas que compartían su visión y trabajaban con pasión. Luego miró a Valentina con su vientre redondeado donde crecía su hijo, sus ojos brillantes de determinación y amor, su
presencia que había transformado su vida en algo con significado real.
“Nunca he estado mejor”, respondió con absoluta sinceridad. Diego no entiende que no renuncié a un imperio. Encontré uno más valioso. Esa noche, mientras cenaban en la terraza de su departamento con Carmen, quien finalmente había terminado su tratamiento con resultados prometedores, la visita de
Diego parecía un eco lejano de una vida anterior.
La conversación giraba en torno a planes para el futuro, el nacimiento del bebé, la expansión de la tienda para incluir un espacio cultural donde artesanos pudieran compartir sus técnicas, los nuevos proyectos de Matías con comunidades rurales. “Nunca pensé que diría esto”, comentó Carmen,
observando a su hija y a Matías con evidente orgullo.
“Pero ustedes me han enseñado que a veces los finales felices existen fuera de las telenovelas”. Matías sonrió. recordando al hombre que había sido 6 meses atrás, exitoso según los estándares convencionales, pero profundamente insatisfecho, desconectado de sí mismo y de cualquier propósito mayor.
No es un final, corrigió entrelazando sus dedos con los de Valentina.
Es solo el comienzo de algo nuevo. Mientras la noche caía sobre Santiago y las luces de la ciudad comenzaban a titilar como estrellas caídas, los tres levantaron sus copas, jugo de arándanos para Valentina, vino para Carmen y Matías, en un brindis por el futuro, por las segundas oportunidades y por
el valor de seguir el camino auténtico, aunque a veces sea el más difícil.
Lo que ninguno podía imaginar era que esa autenticidad pronto enfrentaría su prueba más difícil cuando el pasado y el presente colisionaran de formas inesperadas, poniendo a prueba todo lo que habían construido juntos. El hospital clínico de la Universidad de Chile vibraba con esa energía
particular de los centros médicos, una mezcla de urgencia contenida, eficiencia profesional y emociones humanas en su estado más puro.
En la sala de espera de maternidad, Matías caminaba de un lado a otro como un león enjaulado, verificando su reloj cada pocos minutos, aunque sabía perfectamente que el tiempo transcurría con normalidad. Vas a gastar el piso”, comentó Carmen, sentada pacientemente con un libro en su regazo. “El
parto puede durar horas, especialmente siendo el primero. Valentina es fuerte, estará bien.
” Matías asintió mecánicamente, pero continuó su recorrido nervioso. Las últimas 24 horas habían sido una montaña rusa emocional, lo que debía ser un control rutinario del embarazo en la semana 38 se había convertido en una hospitalización de emergencia cuando los médicos detectaron signos de
preeclamsia. “Necesitamos inducir el parto”, había dicho la doctora Morales con esa calma profesional que intentaba no alarmar, pero que no ocultaba completamente la urgencia. La presión arterial de Valentina está peligrosamente alta. Debería estar con
ella, murmuró Matías deteniendo momentáneamente su marcha. ¿Por qué no me dejan estar con ella? Entrará en la fase activa pronto, respondió Carmen con la serenidad de quien ha navegado estas aguas antes. Te llamarán entonces. Ahora necesitan espacio para trabajar. Como respondiendo a sus palabras,
una enfermera apareció en la puerta.
Señor Fernández, su esposa está preguntando por usted. Ya puede acompañarla. Matías siguió a la enfermera por pasillos asépticos, su corazón latiendo con una mezcla de anticipación y temor. Aunque había asistido a clases de preparación para el parto con Valentina, la realidad de lo que estaba por
ocurrir lo abrumaba.
No era el dinero, ni el poder, ni las estrategias empresariales lo que lo ayudaría ahora. Aquí solo era un hombre a punto de convertirse en padre. Tan vulnerable como cualquier otro. La habitación de parto estaba iluminada con una luz tenue y cálida. Valentina, recostada en la cama con monitores
conectados a su vientre, tenía el rostro perlado de sudor y una expresión de concentración intensa. Al ver a Matías, extendió su mano.
“Llegaste justo a tiempo”, dijo con una sonrisa cansada que se transformó en una mueca cuando otra contracción la atravesó. Matías tomó su mano, sorprendido por la fuerza con que ella apretaba la suya durante la contracción. “Estoy aquí”, murmuró, sintiendo la inadecuación de sus palabras frente a
lo que ella estaba experimentando. “No me iré de tu lado.
” Las siguientes horas transcurrieron en un borrón de contracciones, instrucciones médicas, momentos de intenso dolor y breves respiros. Matías se mantuvo firme, secando el sudor de la frente de Valentina, sosteniendo su mano, repitiendo palabras de aliento que ella probablemente apenas registraba
en medio del dolor.
Nunca había admirado tanto a otro ser humano como admiraba a Valentina en ese momento, enfrentando cada oleada de dolor con una determinación feroz. Ya veo la cabeza, anunció finalmente la doctora Morales. Un último esfuerzo, Valentina. Tu bebé está casi aquí. Con un grito que parecía contener toda
la fuerza y el dolor del mundo, Valentina dio el empujón final.
Un llanto agudo y poderoso llenó la habitación. Un sonido que transformó instantáneamente el universo de Matías. “Es una niña”, anunció la doctora colocando un pequeño bulto mojado y rosado sobre el pecho de Valentina. una hermosa niña. El tiempo pareció detenerse mientras Matías contemplaba a su
hija por primera vez, pequeña, perfecta, con una mata de cabello oscuro y puños diminutos que se agitaban como protestando contra este nuevo y frío mundo.
Algo se rompió dentro de él, una última barrera que ni siquiera sabía que existía y las lágrimas comenzaron a correr libremente por sus mejillas. Hola, Emilia”, susurró Valentina usando el nombre que habían elegido juntos, acariciando suavemente la mejilla húmeda de su hija. “Te estábamos
esperando.
” Matías se inclinó para besar la frente de Valentina, sin palabras para expresar la gratitud y el amor que sentía. Luego, con infinito cuidado tocó la manita de su hija, asombrándose cuando esos dedos minúsculos se cerraron instintivamente alrededor de su índice con una fuerza sorprendente. “Te
prometo que siempre estaré ahí para ti”, murmuró a su hija.
Una promesa solemne que iba más allá de las palabras para ambas. Las horas siguientes pasaron en una bruma de exámenes médicos, visitas de enfermeras y momentos de asombro contemplando cada detalle de Emilia. Carmen fue la primera visitante, sus ojos brillantes de lágrimas al sostener a su nieta por
primera vez.
Luego llegó Aurora, cargada de regalos y con una expresión de felicidad que Matías no recordaba haber visto en el rostro de su madre desde su infancia. Al anochecer, cuando las visitas se habían marchado y Valentina dormitaba exhausta, Matías se sentó junto a la ventana con Emilia en brazos. La
pequeña dormía plácidamente, ajena al torbellino de emociones que provocaba en su padre.
Desde allí podía ver las luces de Santiago encendiéndose gradualmente, la cordillera oscureciéndose contra el cielo del atardecer, el flujo constante de vida urbana continuando su curso. Su teléfono vibró. silenciosamente en su bolsillo, con cuidado de no despertar a Emilia, lo sacó para ver un
mensaje de un número que no reconoció inmediatamente. Felicitaciones por tu hija.
Necesitamos hablar urgentemente sobre Grupo Andina. Las cosas se están complicando. CR Carlos Ramírez, el abogado principal de Grupo Andina, con quien había trabajado durante años antes de vender sus acciones. Un escalofrío recorrió la espalda de Matías.
¿Por qué lo contactaría ahora? especialmente sabiendo que ya no tenía vinculación con la empresa. Como respondiendo a su pregunta, otro mensaje llegó. La investigación sobre Puente Alto se ha intensificado. Están citando a declarar a todos los directivos de ese periodo, incluido tú. Diego está
implicando a todos para salvarse. Matías miró a su hija dormida, luego a Valentina descansando en la cama hospitalaria, el mundo que habían construido juntos, esa burbuja de autenticidad y propósito, de pronto parecía frágil frente a las sombras del pasado que amenazaban con alcanzarlos. Con cuidado
devolvió a
Emilia a su cuna hospitalaria y salió al pasillo para hacer una llamada. Eduardo Valdés, su abogado personal, respondió al segundo timbre. “Necesito que investigues exactamente qué está pasando con la investigación de Puente Alto”, dijo Matías. Sin preámbulos. Carlos Ramírez acaba de contactarme.
Parece que Diego está intentando arrastrar a todos con él. “Ya estoy al tanto”, respondió Eduardo, confirmando los temores de Matías. De hecho, iba a llamarte mañana. La fiscalía ha solicitado formalmente tu declaración para la próxima semana. Matías cerró los ojos intentando mantener la calma.
¿Qué tan malo es esto, Eduardo? La verdad, hubo un breve silencio antes de que el abogado respondiera. Potencialmente complicado. Los documentos muestran tu firma en varias aprobaciones clave, aunque estuvieras físicamente en Barcelona. Diego está argumentando que conocías todos los detalles y los
aprobaste explícitamente. Sabes que no es cierto, protestó Matías.
Confía en su juicio para las operaciones diarias. Nunca hubiera aprobado esos métodos si hubiera conocido los detalles reales. Lo sé, respondió Eduardo con tono conciliador, pero tendremos que demostrarlo. Y mientras tanto, esto podría afectar tu reputación, tus nuevos proyectos, incluso tu
situación financiera si las cosas escalan a demandas civiles.
La magnitud de lo que enfrentaban comenzó a asentarse en Matías. No era solo su nombre o su patrimonio lo que estaba en juego. Era el futuro que había planeado con Valentina y Emilia, la credibilidad de su nueva consultora, basada precisamente en principios éticos, la estabilidad que había
prometido proporcionar. ¿Cuáles son nuestras opciones?, preguntó entrando automáticamente en el modo analítico que había utilizado durante años para resolver crisis empresariales.
“Tenemos varias vías”, respondió Eduardo, su voz adoptando un tono más profesional. Podemos cooperar plenamente con la investigación proporcionando toda la documentación que demuestre tu falta de conocimiento directo. O podemos adoptar una postura más agresiva desvinculándote completamente y
señalando a Diego como el único responsable.
Matías miró a través de la puerta entreabierta hacia la habitación donde Valentina y Emilia descansaban ajenas a la tormenta que se avecinaba. “¿Y si ofrezco un testimonio completo?”, preguntó finalmente, no solo Puente Alto, sino sobre todas las prácticas cuestionables que he observado en Grupo
Andina a lo largo de los años. Eso sería arriesgado, advirtió Eduardo.
Te expondría a potenciales contrademandas por difamación, violación de confidencialidad, pero sería lo correcto. Interrumpió Matías con una claridad que no sentía desde hacía horas. No puedo predicar transparencia y ética en mis nuevos proyectos mientras oculto información sobre prácticas que sé
que son incorrectas. Eduardo suspiró reconociendo el tono determinado de su cliente.
Realmente has cambiado, Matías, comentó con una mezcla de admiración y preocupación. Solo asegúrate de que Valentina esté completamente informada antes de tomar cualquier decisión. Esto los afectará a ambos. Después de colgar, Matías permaneció en el pasillo observando el ir y venir de médicos y
enfermeras, el pulso constante del hospital, que continuaba su ritmo independientemente de las crisis personales de quienes lo ocupaban.
¿Cómo podía decirle a Valentina, apenas horas después de dar a luz que el pasado que creían haber dejado atrás amenazaba con desmoronar todo lo que habían construido? Cuando regresó a la habitación, encontró a Valentina despierta, amamantando a Emilia con una expresión de concentración mezclada con
maravilla.
La imagen era tan perfecta, tan sagrada, que por un momento Matías consideró guardar silencio, protegerlas de la tormenta inminente, aunque fuera por unos días más. “¿Sucede algo?”, preguntó Valentina, siempre perceptiva, notando inmediatamente la tensión en su rostro. Te ves preocupado.
Matías se sentó junto a la cama debatiéndose internamente. Finalmente, recordando la promesa que se habían hecho mutuamente de mantener su relación basada en la verdad, respiró profundamente. “Recibí noticias sobre Grupo Andina”, comenzó eligiendo cuidadosamente sus palabras. La investigación sobre
Puente Alto se ha intensificado.
Diego está intentando implicarme para salvarse. Los ojos de Valentina se agrandaron, pero mantuvo la calma, ajustando ligeramente a Emilia en sus brazos. ¿Qué significa eso exactamente? Preguntó con esa claridad mental que la caracterizaba incluso en momentos de crisis. Durante los siguientes
minutos, Matías le explicó la situación, las posibles implicaciones, las opciones que Eduardo había delineado.
Para su sorpresa, el rostro de Valentina reflejaba no miedo o preocupación, sino una determinación creciente. Así que básicamente, resumió ella cuando él terminó, puedes intentar minimizar tu involucración para protegerte o puedes dar un paso adelante y contribuir a exponer prácticas que sabes que
son incorrectas. Matías asintió, impresionado como siempre por su capacidad para ir directamente al núcleo del asunto.
“Cualquier camino tiene riesgos”, añadió, “Podríamos enfrentar dificultades financieras, daño a la reputación, incluso procesos legales prolongados.” Valentina miró a Emilia, que se había quedado dormida en sus brazos, pequeña y perfecta, ajena al dilema moral que enfrentaban sus padres.
¿Recuerdas lo que me dijiste cuando nos reencontramos en Valparaíso?”, preguntó finalmente, levantando la mirada hacia Matías. “Dijiste que querías construir algo real conmigo, algo basado en lo que realmente importa.” “Lo recuerdo”, respondió él, inseguro de a dónde se dirigía. “Esto es parte de
esa construcción”, continuó Valentina con una claridad que contrastaba con el agotamiento físico que debía sentir, enfrentar las consecuencias de decisiones pasadas.
Aunque sea doloroso mostrarle a Emilia con nuestras acciones que los principios no son solo palabras bonitas que decimos cuando todo va bien. Una ola de amor y admiración inundó a Matías. En ese momento, viendo a esta mujer extraordinaria sosteniendo a su hija, entendió con perfecta claridad que no
había tropezado accidentalmente en el amor.
Había encontrado exactamente a la persona que necesitaba, alguien que lo desafiaba a ser su mejor versión. “Entonces lo haremos juntos”, dijo tomando su mano libre. Enfrentaremos esto con la verdad sin importar las consecuencias. Valentina asintió y luego, con una pequeña sonrisa que iluminó su
rostro cansado, añadió, “Pero tal vez podamos esperar unos días antes de comenzar la batalla. Ahora mismo solo quiero disfrutar de nuestra hija y recuperar fuerzas.
” Matías sonrió inclinándose para besar su frente. Por supuesto, estos días son para ustedes dos. Mientras la noche caía sobre Santiago y la pequeña familia, compartía estos primeros momentos preciosos juntos. Matías comprendió que habían llegado a la verdadera prueba de su transformación. No era
solo abandonar privilegios o adoptar un estilo de vida más sencillo.
Era estar dispuesto a asumir la responsabilidad por el pasado mientras construía un futuro basado en valores auténticos. Y mirando a Valentina y Emilia, supo que no había nada más importante que ser digno de ellas, de su amor y su confianza. Cualquier precio que tuviera que pagar por la
transparencia y la integridad sería un pequeño sacrificio comparado con la riqueza inmensa que estas dos personas habían traído a su vida.
Con esa certeza en el corazón se permitió, por primera vez desde que recibió el mensaje, sentir esperanza. No porque el camino fuera a ser fácil, sino porque era el correcto. Y eso al final del día era lo único que realmente importaba.
La sala de audiencias del Tribunal de Justicia resplandecía bajo la luz matinal que se filtraba por las altas ventanas. Habían pasado 6 meses desde el nacimiento de Emilia, 6 meses de declaraciones, documentos presentados, testimonios cruzados en el caso que los medios habían bautizado como el
escándalo inmobiliario de la década. Matías, sentado junto a su abogado en la primera fila, ajustó su corbata nerviosamente.
No era la primera vez que comparecía ante el tribunal, pero hoy era diferente. Hoy se anunciaría la resolución preliminar que determinaría si enfrentaría cargos formales por su rol en el proyecto de Puente Alto. A su lado, Valentina sostenía su mano con firmeza. Había insistido en estar presente a
pesar de las recomendaciones en contra.
Somos un equipo”, había dicho esa mañana mientras preparaban a Emilia para dejarla con Carmen. Enfrentamos esto juntos, como todo lo demás. Las puertas laterales se abrieron y el juez Mendoza entró con expresión solemne. La sala se sumió en un silencio expectante mientras tomaba asiento y
organizaba los documentos frente a él.
En el caso Ministerio Público contra Grupo Andina y otros, comenzó su voz resonando en la acústica perfecta de la sala, este tribunal ha examinado exhaustivamente la evidencia presentada por todas las partes. Matías respiró profundamente, preparándose para cualquier resultado. Los últimos meses
habían sido una montaña rusa, la venta apresurada de su ático en Vitacura, para cubrir gastos legales, las noches en vela.
preparando declaraciones, los titulares sensacionalistas que lo retrataban alternativamente como víctima o villano. A través de todo, Valentina había sido su roca, enfrentando con dignidad el escrutinio público, mientras equilibraba las exigencias de la maternidad reciente y su negocio en
crecimiento.
Con respecto al acusado Matías Fernández, continúa el juez captando toda su atención, este tribunal determina que si bien ocupaba una posición de responsabilidad como director ejecutivo durante el periodo en cuestión, la evidencia presentada demuestra convincent que no tenía conocimiento directo de
las prácticas irregulares implementadas en el proyecto de Puente Alto. Un murmullo recorrió la sala.
Valentina apretó su mano con fuerza, pero mantuvo su expresión neutral, consciente de las cámaras que captaban cada reacción. Su cooperación voluntaria con la investigación, incluyendo la entrega de documentación interna, que ha sido instrumental para esclarecer responsabilidades, se considera un
acto de buena fe. Por tanto, se desestiman los cargos potenciales contra el Sr.
Fernández. Un peso inmenso se levantó de los hombros de Matías. No era una exoneración completa. El juez había sido claro en señalar su responsabilidad indirecta como líder de la organización, pero significaba que no enfrentaría consecuencias penales. El juez continuó detallando las resoluciones
para otros implicados.
Diego Vidal y tres ejecutivos más enfrentarían juicio por fraude, cohecho y uso de información privilegiada. Grupo Andina como entidad debería establecer un fondo de compensación sustancialmente mayor al que Matías había propuesto inicialmente para las familias afectadas. Cuando la sesión concluyó,
Matías y Valentina salieron del tribunal enfrentando una batería de cámaras y micrófonos.
Los periodistas se abalanzaron lanzando preguntas superpuestas. ¿Cómo se siente después de la resolución, señor Fernández? ¿Considera esto una victoria? ¿Qué opina de las sanciones contra sus exsocios? Continuará colaborando con la investigación. Matías miró a Valentina, quien asintió levemente,
animándolo a hablar.
se habían preparado para este momento, conscientes de que su respuesta definiría la narrativa pública. “No considero esto una victoria”, respondió con voz clara y firme. “No puede haber verdaderas victorias cuando tantas familias vieron sus vidas alteradas por decisiones corporativas que
priorizaron ganancias sobre personas.
Los flashes de las cámaras se intensificaron, captando cada expresión, cada gesto. Mi cooperación con la justicia no fue un cálculo estratégico, sino un imperativo moral, continuó. Durante años fui parte de un sistema que, aunque legal en muchos aspectos, a menudo operaba en zonas grises éticas que
normalizamos demasiado fácilmente en el mundo empresarial. Hizo una pausa buscando las palabras precisas.
Si hay algo que he aprendido en este proceso es que la verdadera responsabilidad no se limita a lo que hacemos directamente, sino que incluye lo que permitimos que suceda bajo nuestra supervisión. Esa es una lección que llevaré conmigo en cada proyecto futuro. Una periodista más persistente que los
demás se abrió paso hasta el frente.
Señor Fernández, ¿cómo ha afectado esta experiencia a su familia? ¿Teme que el estigma de este caso afecte a su hija en el futuro? La pregunta, formulada con evidente intención de provocar una reacción emocional tocó un punto sensible. Antes de que Matías pudiera responder, Valentina dio un paso
adelante. Nuestra hija crecerá, sabiendo que sus padres eligieron la verdad sobre la conveniencia.
Respondió con una calma digna que impresionó a todos los presentes que enfrentaron las consecuencias de sus decisiones en lugar de esconderse tras privilegios o influencias. Si eso es un estigma, entonces es uno que llevamos con orgullo. Su respuesta, desprovista de autocompasión o grandilocuencia,
resonó con una autenticidad que ningún comunicado preparado podría haber logrado.
Los periodistas, incluso los más cínicos, parecieron momentáneamente desarmados. Aprovechando ese instante de silencio relativo, Matías y Valentina se abrieron paso hacia él, auto que los esperaba, donde Eduardo Valdés los aguardaba con expresión de alivio contenido. “Lo manejaste perfectamente”,
comentó el abogado mientras el vehículo se alejaba del tribunal.
Humilde, pero firme, reconociendo responsabilidad, “Sin autocastigarte. Los medios responderán positivamente. Matías asintió distraídamente, su mente ya lejos de cámaras y titulares, enfocada en lo que realmente importaba. recoger a Emilia, celebrar tranquilamente este capítulo cerrado, continuar
construyendo la vida que habían elegido. El auto los llevó no hacia Ñuño, sino hacia Puente Alto, donde Carmen los esperaba con Emilia en la casa que recientemente habían comprado para ella, una propiedad modesta, pero cómoda cerca de donde había vivido toda su vida. La decisión
de mudarse de la población había sido difícil para Carmen, arraigada en su comunidad, pero la conveniencia de una casa sin escaleras durante su recuperación finalmente la había convencido. Cuando llegaron, encontraron no solo a Carmen y Emilia esperándolos, sino también a Aurora, quien sostenía a la
pequeña mientras le cantaba suavemente. La escena.
Las dos abuelas, tan diferentes en origen y experiencias, unidas por el amor a la misma niña, simbolizaba perfectamente la integración de mundos que Matías y Valentina habían logrado. “Papá!”, balbuceó Emilia al verlos extendiendo sus bracitos regordetes hacia Matías. Esa simple palabra, apenas
reconocible, pero cargada de significado, desató una emoción que ninguna victoria legal podría igualar.
Matías tomó a su hija en brazos. maravillándose como cada día por cómo esta pequeña persona había reordenado completamente sus prioridades, redefinido su concepto de éxito. “¿Cómo fue todo?”, preguntó Carmen, abrazando a su hija con esa mezcla de orgullo y preocupación maternal que nunca
desaparecía sin importar la edad. “Mejor de lo esperado”, respondió Valentina, permitiéndose finalmente relajarse.
“No habrá cargos contra Matías.” El juez reconoció su cooperación. Nunca dudé de que la verdad prevalecería”, comentó Aurora con esa confianza aristocrática que a veces aún asomaba en su discurso. “Mi hijo siempre ha tenido un corazón justo, aunque a veces necesitó orientación para encontrar su
camino.
Matías y Valentina intercambiaron una mirada divertida ante esta revisión, algo generosa de la historia, pero no había necesidad de corregirla. Las familias habían aprendido, construían sus propias narrativas, versiones del pasado que permitían reconciliación y avance. La poch tarde transcurrió en
esa calidez familiar que se había vuelto el centro de sus vidas.
Compartieron una comida sencilla, hablaron de planes futuros, celebraron los nuevos logros de Emilia, un diente recién aparecido, sus intentos de gatear. Cuando el sol comenzó a ponerse, tiñiendo el cielo de Santiago con tonos anaranjados y púrpuras, Matías y Valentina se prepararon para regresar a
su hogar en Ñuñoa. “Hay algo que quería preguntarte”, dijo Matías mientras acomodaban a Emilia en su silla de auto.
“Ahora que este capítulo está cerrado, se interrumpió repentinamente nervioso, como si fuera la primera vez que hablaba con ella. Valentina lo miró con curiosidad. ¿Qué pasa? ¿No es propio de ti quedarte sin palabras? Matías respiró profundamente buscando en el bolsillo de su chaqueta.
Cuando nos conocimos, todo comenzó con una apuesta y un contrato. Comenzó eligiendo cuidadosamente sus palabras. Pretendimos ser una pareja por conveniencia, cada uno con sus propios motivos. Y luego, contra todo pronóstico, nos convertimos en una familia real. sacó una pequeña caja de terciopelo,
mucho más modesta que las joyas que alguna vez habría considerado apropiadas, pero infinitamente más significativa.
No hay nada en este mundo que desee más que formalizar lo que ya sabemos en nuestros corazones. continuó abriendo la caja para revelar un anillo sencillo pero hermoso con una pequeña esmeralda que recordaba el color del vestido que Valentina había usado en su primer evento público juntos. Valentina
Soto, me harías el honor de casarte conmigo, no por un contrato, no por apariencias, sino por amor, simplemente.
Valentina miró el anillo, luego a Matías y finalmente a Emilia, quien observaba la escena con ojos curiosos desde su silla de auto. Una sonrisa lenta se extendió por su rostro, iluminándolo con esa luz interior que Matías había llegado a asociar con sus momentos de felicidad más pura.
Sí, respondió simplemente, “Sí, me casaré contigo, Matías Fernández, por dos razones correctas esta vez. Cuando se besaron, con la luz del atardecer bañando Santiago y la cordillera de los Andes, recortándose majestuosa en el horizonte, ambos sintieron la perfección del momento, no porque fuera un
final de cuento de hadas, sino porque era auténtico dos personas imperfectas que habían encontrado el camino hacia el amor verdadero a través de errores, aprendizajes y la valentía de ser honestos consigo mismos y entre sí. Meses después, en una ceremonia íntima
en una pequeño viñedo en el valle de Casablanca, rodeado solo por familia cercana y amigos verdaderos, Matías y Valentina intercambiaron votos que no prometían perfección, sino compromiso con la autenticidad. Emilia, ya caminando con pasos tambaleantes, llevó los anillos con la asistencia cuidadosa
de Carmen y Aurora, simbolizando la unión no solo de dos personas, sino de dos mundos.
Raíces chilenas, se había expandido a una segunda ubicación, convirtiéndose en un referente de comercio justo y sostenibilidad. La consultora de Matías, Impacto Positivo, trabajaba ahora con docenas de emprendimientos sociales en todo Chile, ayudándolos a crecer sin comprometer sus valores.
Su testimonio en el caso Grupo Andina había inspirado a otros ejecutivos a denunciar prácticas cuestionables, iniciando un movimiento hacia mayor transparencia en el sector corporativo. Pero más allá de los éxitos profesionales, era en los momentos cotidianos donde encontraban su mayor riqueza.
Emilia descubriendo el Aun. Mundo con asombro infinito.
Comidas familiares donde se mezclaban platillos tradicionales con experimentos culinarios, conversaciones sinceras sobre sueños y temores, desacuerdos resueltos con respeto y compromiso. Aquella apuesta impulsiva en las márgenes del río Mapocho, que debía haber sido apenas una anécdota trivial, en
la vida de un empresario acostumbrado a riesgos calculados, había desencadenado una transformación que ninguno podía haber previsto.
Matías había abandonado un mundo de falsas apariencias para encontrar propósito y amor auténtico. Valentina había superado prejuicios y desconfianza para construir una familia basada en respeto mutuo y valores compartidos, y juntos habían descubierto el verdadero valor de lo auténtico, no en
posesiones o estatus, sino en la libertad de ser genuinamente uno mismo y ser amado precisamente por ello.
Mientras el sol se ponía tras la cordillera de los Andes, tiñiendo el cielo chileno con colores imposibles de replicar, Matías, Valentina y Emilia caminaban por el parque de su barrio, una familia como tantas otras y, sin embargo, única en su historia compartida.
Una historia que les recordaba diariamente que los mejores giros del destino son aquellos que nunca planeamos y que el amor más profundo surge no cuando pretendemos ser perfectos, sino cuando nos atrevemos a ser auténticamente imperfectos juntos. Si te ha gustado este video, por favor, dale like,
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