Buscan a Mateo de 6 años de edad, está desaparecido y nadie sabe nada de… Ver más
TÍTULO: LA MIRADA QUE NOS PERSIGUE: CRÓNICA DE UNA CIUDAD TAPUZADA POR LA AUSENCIA DEL PEQUEÑO MATEO Y EL GRITO DESESPERADO DE UNA MADRE
SUBTÍTULO: Un descuido de segundos en un tianguis de la capital se convirtió en una pesadilla interminable. La Alerta Amber resuena, pero es la imagen del menor, con sus ojos grandes y su playera negra, la que se multiplica en postes y redes sociales, pidiendo a gritos que no olvidemos que nos falta uno.
POR: RO-DO / CRÓNICA METROPOLITANA
CIUDAD DE MÉXICO.— Hay imágenes que, de pronto, te asaltan en la esquina menos pensada. Vas en el pesero, con la modorra de la mañana, o caminando rápido por la banqueta esquivando puestos ambulantes, y ahí está. Te mira fijamente desde un poste de luz despintado, pegado con diurex grueso o engrudo seco. Es una mirada que no te suelta, que te interpela directamente, que te exige detener el paso y leer las letras mayúsculas y urgentes que la enmarcan: “SE BUSCA”.
Esa es la realidad que hoy vive la colonia Doctores y, por extensión, toda esta urbe monstruosa que a veces parece tragarse a la gente. La imagen que acompaña esta nota no es una foto de estudio, no es un recuerdo feliz de un cumpleaños; se ha convertido en un estandarte de dolor y en la única esperanza de una familia rota.
Es Mateo. Tiene seis años, aunque en la foto, con esa expresión seria y esos ojos oscuros y profundos como pozos de agua, parece cargar con una sabiduría mayor. Lleva una playera negra, sencilla, de esas que cualquier “morrito” usa para salir a jugar al parque. Pero Mateo ya no está jugando.
La pesadilla comenzó el martes pasado, día de tianguis sobre la Avenida Cuauhtémoc. Doña Rosa, su madre, una mujer de trabajo que se parte el lomo a diario, relata con la voz rota, esa que ya no tiene lágrimas porque se le secaron en las primeras 24 horas, cómo sucedió lo imposible.
“Fue un segundo, joven, se lo juro por la Virgencita. Un méndigo segundo”, cuenta, apretando entre sus manos una copia arrugada del mismo volante que ilustra esta crónica. Estaban comprando la verdura de la semana. El bullicio, el olor a cilantro, los gritos de los marchantes ofreciendo “¡bara, bara!”. Rosa soltó la mano de Mateo para sacar el monedero y pagar dos kilos de jitomate. Cuando volteó para darle la mano de nuevo y seguir caminando, el vacío le heló la sangre.
“¡Mateo! ¡Mateo!”, gritó. Su voz se perdió entre la cumbia de un puesto de discos piratas y el ruido del tráfico. El niño se había esfumado. Como si la tierra de chapopote se lo hubiera tragado.

Lo que siguió es el viacrucis que, lamentablemente, miles de familias mexicanas conocen de primera mano. La carrera frenética entre los puestos, preguntando a los locatarios que negaban con la cabeza, el corazón golpeando las costillas como un tambor de guerra. Luego, la visita al Ministerio Público.
Ahí, la burocracia fría se topó con la desesperación caliente de una madre. “Tiene que esperar 72 horas, señora”, le dijo un funcionario con cara de pocos amigos detrás de un escritorio metálico. “Seguro se fue con el novio, o anda jugando con algún amiguito”, insinuaron. Pero Rosa sabía que no. Rosa sabía que su “chaneque”, como le dice de cariño, no se separa de ella.
La presión vecinal, la llegada de tíos, primos y el escándalo que armaron afuera de la fiscalía lograron que se activara la Alerta Amber antes de lo que el protocolo de la indiferencia dicta. Pero para entonces, la noche ya había caído sobre la ciudad, y con ella, el terror de imaginar dónde, y con quién, podría estar un niño de seis años solo en la inmensidad de la CDMX.
Fue entonces cuando nació la imagen. La foto que usted ve arriba. La sacaron del celular de la hermana mayor de Mateo. Era la más reciente, la más clara. Un vecino que trabaja en una imprenta no lo pensó dos veces: “Tráigase la foto, vecina, ahorita sacamos un millar, qué chingaos no”.
La madrugada del miércoles no se durmió en la vecindad de la calle Dr. Andrade. Se armaron brigadas. Con engrudo en cubetas y rollos de cinta canela, tapizaron la alcaldía Cuauhtémoc. La cara de Mateo, con el imperativo “SE BUSCA” arriba y el ruego “AYÚDANOS A COMPARTIR” abajo, apareció en casetas telefónicas, en los vidrios traseros de los taxis de sitio, en las cortinas de acero de los negocios cerrados.
La imagen se volvió viral. En Facebook, en Twitter (ahora X), en los estados de WhatsApp de miles de chilangos, la foto de Mateo se comparte a una velocidad vertiginosa. Es la solidaridad digital de un pueblo que sabe que, cuando la autoridad falla, solo nos tenemos los unos a los otros. “No manches, está bien chiquito”, comentan los usuarios al compartir. “Dios quiera que aparezca pronto”, escriben las señoras en los grupos de la colonia.
Pero los “likes” y los “shares” no han traído a Mateo de vuelta a casa.
Hoy, a casi cuatro días de su desaparición, el ambiente en la casa de Doña Rosa es de una zozobra irrespirable. La madre no come, apenas bebe agua. Se sienta en la entrada de la vecindad, con la mirada perdida en la calle, esperando ver esa cabecita de pelo corto y oscuro doblar la esquina. Cada vez que suena el celular, el aire se corta en la habitación, esperando que sea “la” llamada, la buena, y no otra extorsión de gente sin escrúpulos que intenta lucrar con el dolor ajeno pidiendo rescates falsos.
La Fiscalía dice que “se están agotando todas las líneas de investigación”. Dicen que ya revisaron las cámaras del C5 cercanas al tianguis. Pero hasta ahora, no hay nada concreto. Solo rumores, pistas falsas y el tiempo, que corre en contra.
Mientras tanto, la imagen sigue ahí. Inmutable. Mateo nos sigue mirando desde el papel bond barato pegado en el poste. Su expresión neutra, ni triste ni feliz, se ha convertido en un grito silencioso que retumba en la conciencia de la ciudad.
Esta crónica no tiene un final feliz, todavía. Es un llamado de emergencia. Es una súplica para que usted, que lee esto en su celular o computadora, no pase de largo. Mire bien la foto. Grábese esos ojos. Ese corte de pelo. Esa playera negra.
No es solo un “contenido” más en redes sociales. Es un niño de seis años que debería estar viendo caricaturas en su casa, no perdido en la jungla de asfalto. La frase al pie de la foto no es retórica, es una orden moral: AYÚDANOS A COMPARTIR. Porque cada vez que esa imagen llega a un nuevo par de ojos, la esperanza de que Mateo regrese con Rosa se niega a morir. Si usted sabe algo, si vio algo aquel martes en el tianguis, por mínimo que parezca, no se quede callado. La neta, hoy por él, mañana podría ser por cualquiera de los nuestros.