👉 Niño mu3re en su propia casa… n@die lo esperaba 😨 Ver más
Caso Joaquín Enzo Ruffo: el crimen en Lomas de Zamora, la investigación contra Alejandro Ruffo y las señales que nadie debería ignorar
Lomas de Zamora amaneció en agosto de 2025 con una noticia que dejó a un barrio entero sin palabras: un niño de 8 años, Joaquín Enzo Ruffo, perdió la vida dentro de su propia casa, en un lugar que tendría que haber sido sinónimo de cuidado. No fue un hecho lejano ni una historia “de otro lado”: fue la confirmación brutal de que, a veces, lo más peligroso no está en la calle, sino en lo íntimo.
Joaquín estaba en esa edad donde el mundo todavía cabe en planes simples: escuela, amigos, una cancha, una camiseta, el orgullo de llevar una mochila más grande que el cuerpo. Quienes hablaron de él lo describieron como un nene querido, con rutinas normales y el tipo de alegría que llena una casa aunque haya problemas entre adultos. Por eso la herida se vuelve doble: no solo se apagó una vida, se quebró la idea misma de seguridad.
Según reconstrucciones periodísticas, en su hogar se atravesaba un proceso de separación conflictivo. Cuando una relación se rompe, el riesgo no siempre aparece como un grito: a veces llega como control, resentimiento, mensajes ambiguos, tensiones diarias que van subiendo de volumen sin que el entorno dimensione el peligro real. Y, en ese clima, un niño puede quedar atrapado en medio como si fuera un objeto de disputa, no una persona.

La secuencia que estremeció al país se ubicó entre la noche del 4 de agosto y la mañana del 5 de agosto de 2025, cuando Natalia Ciak, su mamá, salió a trabajar. La rutina decía que Joaquín debía ir al colegio, que el día seguiría su curso, que por la tarde habría mensajes o algún “todo bien” para calmar el corazón. Pero ese día la normalidad se rompió desde adentro.
Antes de que la tragedia quedara expuesta, hubo señales que hoy se leen distinto. Medios como TN informaron que Natalia recibió mensajes que le encendieron una alarma emocional, esa sensación difícil de explicar que aparece cuando algo no encaja, incluso si no tenés pruebas. En historias así, la intuición no es exageración: muchas veces es el primer mecanismo de defensa.
Pasaron las horas y Joaquín no respondió como solía hacerlo. Natalia llamó al colegio y llegó la frase que cambia el pulso: no había asistido. A partir de ahí, todo se volvió urgencia: llamadas, intentos de contacto, el cuerpo funcionando en automático mientras la mente se niega a imaginar lo peor.
Cuando logró comunicarse con Alejandro Ruffo, su ex pareja, él intentó tranquilizarla con una explicación que, más tarde, quedaría marcada en los relatos públicos del caso. Natalia tomó una decisión inmediata: pedir ayuda y volver. En situaciones de posible violencia intrafamiliar, cada minuto importa, aunque nadie quiera admitirlo.
La policía ingresó a la vivienda y encontró una escena irreversible: Joaquín ya no podía ser salvado. Alejandro Ruffo fue trasladado para recibir atención médica y quedó en calidad de detenido, bajo custodia. Ese mismo día, Lomas de Zamora entendió que había un dolor que no se iba a repartir solo entre una familia: iba a contagiar a toda la comunidad.
Con el avance de la causa, se conoció que la investigación quedó en manos de la fiscalía local, y que el expediente se tramita como homicidio agravado por el vínculo, una figura que refleja la gravedad cuando el daño proviene de quien debía proteger. Mientras el acusado permanecía internado, la Justicia aguardaba condiciones para avanzar con evaluaciones y declaraciones formales.
La autopsia y los informes forenses fueron clave para sostener el rumbo del expediente. Algunas coberturas informaron que los peritos detallaron a la fiscalía cómo se produjo el fallecimiento de Joaquín, y eso terminó de fijar, en términos técnicos, lo que la familia ya enfrentaba en términos humanos: un final que no debió ocurrir nunca.
Con el correr de las semanas se habló también de una frase atribuida al acusado, incorporada por medios como parte del material del caso, que apuntaba a la idea de “hacerle llegar un mensaje” a la madre a través del niño. Si esa lógica existió, revela el núcleo más oscuro de ciertas violencias: cuando la otra persona deja de ser humana y se vuelve “castigo”, y cuando un hijo es usado como herramienta para herir.
Hacia septiembre de 2025, TN y otros medios informaron que Alejandro Ruffo fue alojado en un sector psiquiátrico de la Unidad Penitenciaria N°34 de Melchor Romero, mientras se esperaba una pericia psiquiátrica determinante para el futuro procesal. En paralelo, el paso del tiempo no alivió nada para Natalia: solo cambió la forma del dolor, que aprende a caminar, pero no desaparece.
Los meses siguientes estuvieron llenos de fechas difíciles. En entrevistas y textos publicados, la mamá de Joaquín habló del duelo, de la culpa que aparece aunque no corresponda, y de lo que significa sobrevivir cuando lo que se perdió era el centro de la vida. En estos casos, el expediente avanza en papeles, pero la familia avanza en respiraciones: una por una.
En diciembre de 2025, el caso volvió a ocupar titulares por dos motivos: la espera de esa pericia que sigue demorando definiciones, y el relato de una tarea escolar en la que Joaquín habría escrito que en su casa sentía miedo, una palabra pequeña que, vista a tiempo, pudo haber encendido otras alarmas. Cuando un niño deja pistas así, no está “dramatizando”: está pidiendo que alguien lo lea en serio.
Nada de esto se cuenta para convertir el dolor en espectáculo, sino para entender un patrón que se repite: en separaciones con control, amenazas o resentimiento, el riesgo puede subir de golpe. Señales de alerta suelen incluir mensajes intimidantes, intentos de aislar a la otra persona, cambios bruscos de ánimo, usar a los hijos para presionar, y la sensación constante de caminar “pisando vidrio”. Y en los chicos, la alarma puede aparecer como miedo persistente, retrocesos, silencio repentino, problemas para dormir o frases sueltas que parecen insignificantes… hasta que ya no lo son.
Si vos o alguien cerca está en una situación así, la ayuda existe y no hay que esperar a que “pase algo más”. En Argentina, ante una emergencia se llama al 911. Para orientación y contención en violencias por motivos de género está la Línea 144 (no es para emergencias, pero acompaña y deriva), y para violencia familiar o sexual y grooming existe la Línea 137 (también WhatsApp 11-3133-1000). Y si quien necesita ayuda es un niño o adolescente, está la Línea 102, gratuita y confidencial.