En su propio baño encontró su muer…ver mas

¡EL ÚLTIMO REFLEJO DEL HORROR! VANESA ENCONTRÓ A LA HUESUDA ESCONDIDA DETRÁS DE SU PROPIO ESPEJO EN UN BAÑO TEÑIDO DE SANGRE Y TRAICIÓN
¡PÁRENLE A SUS RELOJES Y AGÁRRENSE DEL ASIENTO PORQUE ESTA HISTORIA LES VA A HELAR LA SANGRE, VALEDORES!
SUBTÍTULO DE IMPACTO: Lo que parecía una mañana normal de “selfie” y gimnasio se convirtió en una escena sacada del mismísimo infierno. El título que corrió como pólvora en redes sociales no mentía, pero se quedaba corto: “En su propio baño encontró su muer…”. Hoy, aquí en su diario de confianza, le quitamos los puntos suspensivos a la tragedia y le contamos la neta, cruda y sin censura, de cómo el santuario personal de una joven promesa se transformó en su cripta. ¡Ay, nanita!
POR: EL TUNDEMÁQUINAS RAMÍREZ / CRÓNICA ROJA DESDE EL EPICENTRO DEL DOLOR / CIUDAD DE MÉXICO
CERO HORA: EL SILENCIO QUE GRITABA MUERTE
¿Quién iba a pensarlo, mi gente? El baño. Ese lugarcito sagrado donde uno va a echar la firma, a cantar bajo la regadera como si fuera José José en el OTI, o a echarse una manita de gato antes de salir a corretear la chuleta. Es el lugar donde uno se siente más seguro, más en privado, ¿a poco no? Pues para Vanesa “N”, una joven llena de vida, con sueños más grandes que la deuda externa y una cabellera rubia que era la envidia de la colonia, ese pequeño cuarto de azulejos fríos se convirtió en una trampa mortal, un callejón sin salida donde el destino le jugó la peor de las bromas macabras.
La imagen que ha circulado en redes es el último vestigio de la normalidad: Vanesa, con su chongo bien hecho, su ropita deportiva negra, mirándose al espejo. Quizás checando que no se le viera la lonjita, quizás ensayando la sonrisa para la foto del “Insta” antes de irse al zumba. Esa mirada serena, concentrada en su reflejo, no sabía que estaba viendo sus últimos minutos de vida. Ese espejo, valedores, fue el único testigo mudo de una carnicería que hoy tiene a una familia con el alma rota y a un barrio entero pidiendo justicia a gritos.
LA CRÓNICA DE UNA TRAGEDIA ANUNCIADA EN LA COLONIA OBRERA
Eran eso de las 8:30 de la mañana en un edificio multifamiliar de esos que huelen a jabón zote y café de olla en la Colonia Obrera. Vanesa, de 26 primaveras, conocida por los vecinos como “La Güera Fitness” porque siempre andaba en mallas y con su botellita de agua, se preparaba para su rutina.
Doña Chona, la vecina del departamento de abajo, la que todo lo oye y todo lo ve (benditas sean las vecinas chismosas que a veces son las mejores alarmas), dice que escuchó el trajín normal. “Se oía el agua correr, luego la secadora, lo normal pues, mijo. La Vane siempre ponía su reggaetón para animarse”, relató la doña persignándose con una mano temblorosa.
Pero la música paró de golpe.
Y no fue para cambiar de canción.
Lo que siguió, según los testigos que ya estaban con la oreja pegada a la pared, no fue silencio, sino un ruido seco. Un golpe sordo, como de un costal de papas cayendo al suelo. Y luego… nada. Un silencio sepulcral, pesado, de esos que te apachurran el corazón porque sabes que algo anda muy mal.
EL HALLAZGO DANTESCO: SANGRE EN EL AZULEJO
Pasaron las horas. El novio de Vanesa (no el tóxico del que hablaremos luego, sino el actual, un chavo bien portado que trabaja en un call center) le marcaba y le marcaba al celular. Nada. Mandaba Whatsapps con corazoncitos que se quedaban en un solo “palito” gris. La angustia empezó a carcomerle las entrañas.
Con el corazón en la garganta, el joven, llamémosle “Beto”, llegó al departamento a eso de la 1:00 de la tarde. Tenía llave. Al abrir la puerta, un olor metálico, dulzón y terrible le golpeó la nariz. No era el perfume de Vanesa. Era el olor inconfundible de la tragedia.
“¡Vane! ¡Mi amor!”, gritó, pero solo el eco de las paredes le respondió.
Revisó la sala, la cocina, la recámara. Todo en orden. Hasta que llegó a la puerta del baño. Estaba entreabierta. Una franja de luz amarilla salía de ahí.
Con la mano temblando más que gelatina en terremoto, Beto empujó la puerta. Y ahí, mis valedores, se le acabó el mundo.
La escena era dantesca, digna de la peor película de terror gore. Vanesa, la misma Vanesa del chongo rubio y la ropa deportiva que vemos en la foto, yacía en el suelo. Ya no se miraba al espejo. Sus ojos, abiertos y vidriosos, miraban hacia la nada, hacia el techo descascarado.
El baño, su santuario, estaba teñido de rojo. La sangre había salpicado el lavabo, la taza, y manchaba el tapete de baño en un charco que se expandía lentamente. El espejo… ay, el espejo… ese mismo donde minutos antes se chuleaba, ahora reflejaba la cruda imagen de una vida truncada.
EL MÓVIL: CELOS MALDITOS QUE MATAN
¿Qué pasó? ¿Se resbaló con el jabón? ¿Le dio un tramafat? ¡Nada de eso! La policía de investigación, esos “tecolotes” que cuando quieren sí chambean, llegaron a la escena y rápido descartaron el accidente.
Había huellas de lucha. Un frasco de crema roto, la cortina del baño arrancada. Vanesa peleó como leona, pero la huesuda venía con refuerzos.
Las primeras investigaciones apuntan a lo que ya es el pan nuestro de cada día en este país machista: un crimen pasional. Las miradas se dirigen hacia “El Brayan”, el exnovio tóxico de Vanesa. Un sujeto de esos que creen que las mujeres son de su propiedad, que ya la había amenazado anteriormente con el clásico “si no eres mía, no serás de nadie”.
Se dice, se rumora y se comenta en los pasillos de la fiscalía, que el susodicho habría estado acechándola. Que sabía sus horarios, que sabía que a esa hora estaba sola y vulnerable en el baño, preparándose para salir. Pudo haber entrado con una copia de la llave que nunca devolvió, o forzado la chapa sin hacer ruido.
La sorprendió ahí, en su espacio más íntimo. El baño, tan pequeño, no le dio oportunidad de huir. El espejo fue testigo de los reclamos, de los gritos ahogados, y finalmente, del ataque brutal. No sabemos si fue con un fierro, con un cuchillo cebollero o con sus propias manos, pero el resultado fue fatal.
“En su propio baño encontró su muerte”… la frase cobra ahora un sentido espeluznante. No la encontró por casualidad; la muerte la estaba esperando sentada en la taza del baño, con la forma de un amor podrido y vengativo.
EL LEVANTAMIENTO Y EL DOLOR DE UNA MADRE
Al lugar llegaron los peritos del SEMEFO, esos zopilotes de blanco que recogen los pedazos de las vidas rotas. Acordonaron la zona con la cinta amarilla que ya es parte del paisaje urbano. Los flashes de las cámaras forenses iluminaban el baño como relámpagos en una tormenta.
Y luego, el momento que nadie quiere vivir. Llegó la señora madre de Vanesa. El grito que pegó al enterarse de que su niña, su güerita, estaba ahí dentro, fría y sin vida, se escuchó hasta la Villa. Un lamento que desgarra el alma, que te hace preguntarte dónde está Dios en momentos así.
Sacaron el cuerpo en la camilla metálica, cubierto con esa bolsa negra que es el uniforme final de las víctimas de esta ciudad. Los vecinos miraban desde las ventanas, entre el morbo y el miedo, persignándose y abrazando a sus hijas.
CIERRE: UN ESPEJO QUE YA NO REFLEJA NADA
Hoy, el departamento está cerrado con sellos de la fiscalía. El baño ha sido limpiado, pero la mancha de la tragedia no se quita con cloro.
La imagen de Vanesa frente al espejo se ha vuelto viral. Es un recordatorio cruel de lo frágil que es la vida. Un minuto estás checando tu peinado, pensando en el futuro, y al siguiente, eres la nota roja del día, una estadística más en la interminable lista de feminicidios.
“En su propio baño encontró su muerte”. Sí, valedores. Pero la muerte no llegó sola. Llegó de la mano de la violencia, de los celos enfermos y de la impunidad que permite que bestias como el asesino de Vanesa sigan respirando mientras ella se pudre en una fosa.
¡Justicia para La Güera! ¡Qué agarren al maldito y que se pudra en el tambo! Y ustedes, mi gente, cuídense mucho. Pongan doble chapa, no confíen en nadie, porque ya vieron… hasta en el lugar más seguro de la casa, el diablo puede estar escondido detrás del espejo.
Seguiremos informando, si es que el susto nos deja escribir. ¡Ahí nos vidrios!