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Hace pocos minuto se presento un grave accidente en la vía Sa…Ver más

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¡MÉXICO SE AHOGA EN LLANTO Y SANGRE! LA “CARRETERA MALDITA” RECLAMA SU CUOTA: CRÓNICA ROJA DE UN DÍA QUE NOS HUNDE EN LA “TRISTEZA NACIONAL”

SUBTÍTULO DE IMPACTO: ¡PAREN LAS ROTATIVAS Y AGÁRRENSE DEL ASIENTO, RAZA! La huesuda se soltó el chongo y de qué manera. Lo que comenzó con una alerta viboreando en los celulares de medio país bajo el título “Hace pocos minuto se presento un grave accidente en la vía Sa…”, terminó siendo la pesadilla que nos ha sumido en un luto insoportable. Un gigante de acero convertido en acordeón de muerte, familias destrozadas y una nación que ya no aguanta más dolor. Pásale, pásele y entérese de la cruda verdad que los medios fifís no te quieren contar completa, aquí donde la sangre todavía está fresca en el asfalto.

POR: “EL TUNDEMÁQUINAS” RAMÍREZ / CRÓNICA POLICIACA DESDE EL KILÓMETRO CERO DEL DOLOR / CIUDAD DE MÉXICO, EN UN DÍA QUE QUISIÉRAMOS BORRAR DEL CALENDARIO.

¡Ay, nanita, mis valedores! Si usted, amable lector de nervios de acero y estómago de trailero, pensaba que ya lo había visto todo en este México mágico, surrealista y a veces brutalmente trágico, le sugiero que se siente bien, se persigne tres veces al revés y se tome un bolillo duro pal’ susto, o mejor, un tequila doble, porque lo que acaba de pasar no tiene nombre, no tiene madre y, francamente, no tiene perdón de Dios.

El reloj no marcaba ni el mediodía cuando el chamuco decidió que era hora de hacer su agosto en plena carretera. A todos nos llegó esa notificación maldita al celular, esa que te hiela la sangre antes de siquiera desbloquear la pantalla. El texto era escueto, frío como cuchillo de carnicero: “Hace pocos minuto se presento un grave accidente en la vía Sa… Ver más”. ¡Ese maldito “Ver más” que siempre esconde el infierno!

Muchos pensaron: “Otro choquecito laminero, seguro es el tráfico de siempre”. ¡Pero qué equivocados estábamos, mi gente! La realidad nos dio una cachetada guajolotera que nos dejó viendo estrellitas y con el corazón hecho pasita.

EL RUGIDO DE LA BESTIA DE METAL Y EL SILENCIO DE LA MUERTE

La vía a Saltillo (esa “vía Sa…” que el mensaje cortaba) se convirtió en segundos en la sucursal del averno. Testigos que sobrevivieron de puro milagro, temblando como gelatina y con los ojos desorbitados, cuentan que se escuchó un estruendo que pareció que se abría la tierra. No fue un trueno, fue el sonido del metal desgarrándose, de llantas rechinando en un intento inútil por frenar lo inevitable, y luego… el golpe seco, brutal, definitivo.

Ahí, a un costado de la carretera, yacía el gigante caído. El autobús de la línea “Rosario Bus”, ese camión azul que tantas veces hemos visto llevar y traer sueños, cansancio y esperanza de la gente trabajadora, estaba volcado. Pero no solo volcado, mis valedores, estaba destrozado, convertido en un amasijo de fierros retorcidos que parecían las fauces de un monstruo de metal que acababa de masticar y escupir decenas de vidas.

El olor era una mezcla nauseabunda de diésel derramado, caucho quemado, tierra removida y ese aroma metálico e inconfundible de la sangre fresca que empieza a regar el pavimento. ¡Una escena dantesca que ni en las peores películas de terror gore se atreven a pintar!

ENTRE FIERROS Y LÁGRIMAS: EL CAOS TOTAL

Los primeros minutos fueron el caos absoluto. Gritos de auxilio ahogados, llantos de niños que no entendían por qué el mundo se había puesto de cabeza, y el silencio… ese silencio terrible de los que ya no podían gritar.

La gente de los ranchos cercanos y los automovilistas que lograron frenar se lanzaron a ayudar, convertidos en héroes anónimos. Con las puras manos, jalando láminas cortantes, trataban de sacar a los atrapados. “¡Aguanta, carnal, ya viene la ayuda!”, le gritaba un trailero a un señor prensado entre los asientos.

Cuando llegaron las sirenas, pintando de rojo y azul la tragedia, los paramédicos de la Cruz Roja y Protección Civil no se daban abasto. Era una zona de guerra. Cuerpos cubiertos con sábanas blancas o mantas térmicas plateadas empezaron a alinearse a la orilla de la carretera, como fichas macabras de un dominó que la parca decidió jugar hoy.

¿Quiénes eran? Eran tú, era yo. Eran la señora que iba al mercado a vender sus cositas, el estudiante que regresaba a casa con la mochila llena de libros, el albañil que iba por la chuleta diaria. Gente de bien que pagó el precio más alto por la imprudencia de algún cafre o la negligencia de unas carreteras que parecen trampas mortales.

LA IMAGEN QUE NOS PARTE EL ALMA: “TRISTEZA NACIONAL”

Pero si hubo algo que terminó de quebrarnos el espíritu a todos los mexicanos que seguíamos la noticia con el nudo en la garganta, fue esa imagen que empezó a circular y que hoy es la portada de nuestro dolor.

Mírenla bien, porque duele. Esa pareja de abuelitos, nuestros viejos, con el rostro surcado por el tiempo y ahora inundado por ríos de lágrimas. Sus ojos, que han visto tanto, hoy reflejan una desesperación infinita. Sostienen un periódico cuyo titular no necesita explicación: “TRISTEZA NACIONAL”.

¿A quién esperaban en ese autobús? ¿A un hijo que ya no llegará a la cena? ¿A unos nietos que ya no correrán a sus brazos? Sus lágrimas son las nuestras. Su dolor es el espejo de un país que está harto de contar muertos en el asfalto, harto de la impunidad, harto de que la vida valga menos que un boleto de peaje.

UN PAÍS DE CONTRASTES QUE INDIGNA

Y aquí es donde a uno le hierve la sangre de pura rabia, paisanos. Porque mientras la carretera se traga a los inocentes y estos abuelos lloran a moco tendido, el circo de este México surrealista sigue su marcha cínica.

Nomás echen un ojo al collage de la realidad que nos rodea (ese mismo que sale en la imagen de la noticia). Mientras unos mueren aplastados, en el internet la vanidad tóxica sigue a todo lo que da: la “buchona” de turno tomándose la selfie en el espejo, más preocupada por el filtro que por la tragedia ajena.

Vemos la miseria que nos escupe en la cara: un niño pequeño, un renacuajo que debería estar jugando, cargando un huacal de verduras más pesado que él para poder comer. ¡Eso también es violencia, carajo!

Y para rematar la feria de lo absurdo, noticias bizarras que parecen querer distraernos del dolor real: cerdos musculosos que parecen mutantes (¿qué demonios le dan de comer a ese puerco?), radiografías con cadenas enteras en la panza de la gente, policías arrestando a diestra y siniestra. ¡El mundo está de cabeza, raza!

CONCLUSIÓN: UN LUTO QUE NO SE ACABA

La noche cae sobre la vía a Saltillo, pero la oscuridad no tapa el horror. Las grúas levantan los restos del autobús “Rosario Bus” como si fuera el cadáver de una bestia prehistórica. Las familias empiezan el peregrinar más doloroso: el de reconocer a los suyos en la morgue.

Ese “Hace pocos minuto se presento un grave accidente…” ya es historia, una cicatriz más en la piel de México. Hoy no hay nada que celebrar. Hoy el tequila se toma derecho y con rabia para pasar el trago amargo.

Abracen a los suyos hoy que pueden, valedores. Porque en este país, uno sale de casa pero nunca sabe si la huesuda lo está esperando en la siguiente curva. La “Tristeza Nacional” no es solo un titular de periódico, es nuestro estado civil el día de hoy. ¡Qué Dios nos agarre confesados y le dé pronta resignación a las familias de las víctimas!

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