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Motociclistas vieron un bulto en la orilla se acercaron y la escena los dejó sin… Ver más

Motociclistas vieron un bulto en la orilla se acercaron y la escena los dejó sin… Ver más

 

 

¡PÁRENLE A SUS RELOJES Y AGÁRRENSE DEL ASIENTO PORQUE LO QUE ESTÁN A PUNTO DE LEER LES VA A HELAR LA SANGRE Y LES VA A HERVIR LA PÓLVORA EN LAS VENAS!

TÍTULO PRINCIPAL: ¡EL HORROR TIENE FORMA DE BULTO! MOTOCICLISTAS VIVIERON LA PEOR PESADILLA DE SUS VIDAS EN UNA CARRETERA OLVIDADA DE DIOS. LA ESCENA LOS DEJÓ SIN ALIENTO, SIN VOZ Y CON EL ALMA ROTA.

SUBTÍTULO DE IMPACTO: Creían que era basura, pensaron que era un animal atropellado, pero la curiosidad les ganó y al destapar aquel paquete siniestro a la orilla del asfalto, se toparon de frente con la cara más cruda y podrida de este México nuestro que se nos cae a pedazos entre la indiferencia y la barbarie. ¡UNA CRÓNICA NO APTA PARA CARDÍACOS QUE DESTAPA LA CLOACA NACIONAL!

POR: “EL TUNDEMÁQUINAS” RAMÍREZ / CRÓNICA ROJA DESDE EL ASFALTO / CIUDAD DE MÉXICO, EN UNA MADRUGADA QUE HUELE A TRAGEDIA.

¡Ay, nanita, mis valedores! Si ustedes pensaban que ya lo habían visto todo en este valle de lágrimas, si creían que entre los camionazos que dejan decenas de luto, los cerdos mutantes que parecen fisicoculturistas del infierno y las “buchonas” presumiendo cuerpazo mientras los niños cargan huacales más pesados que su propia miseria (sí, como todo ese collage del horror que ven en la imagen), ya no había nada que los pudiera sorprender, ¡pues siéntense bien y tómense un bolillo pal’ susto!

Porque la historia que les traemos hoy, fresca y sangrante desde las carreteras del Estado de México, es de esas que te hacen cuestionar si todavía queda algo de humanidad en este mundo perro.

Todo comenzó como una rodada nocturna cualquiera para Carlos “El Charly” y su compadre Beto, dos jinetes de acero que nomás buscaban desestresarse de la chamba dándole gas a sus máquinas. La carretera estaba oscura como boca de lobo, de esas donde el único alumbrado es la luna y el faro de tu propia moto. Iban tranquis, disfrutando el viento frío, cuando de repente, a la altura del kilómetro “donde el diablo perdió el poncho”, algo llamó la atención de “El Charly”.

EL PRESENTIMIENTO GACHO QUE OLÍA A MUERTE

—¡Aguanta, Beto! —gritó por el intercomunicador, frenando en seco y dejando una marca de llanta en el pavimento.

—¿Qué tranza, mi Charly? ¿Se te ponchó una? —contestó el Beto, parándose unos metros más adelante.

—Nel, carnal. Mira allá, en la cuneta, entre la hierba alta. ¿Qué no ves ese bulto?

Ahí estaba. Un paquete grande, amorfo, envuelto en lo que parecían ser cobijas viejas y bolsas de basura negras amarradas con cinta canela. No se movía. No hacía ruido. Pero tenía esa “vibra” pesada que te pone la piel de gallina.

En este país, raza, uno aprende a la mala que un bulto en la carretera casi nunca es algo bueno. La mente de los bikers voló rápido: ¿Drogas? ¿Fayuca? ¿O lo que todos tememos encontrar…?

“La neta, mi primera intención fue acelerar y hacerme güey”, nos confesó “El Charly” horas después, todavía temblando y con los ojos inyectados de espanto mientras se fumaba un cigarro sin filtro. “Pero algo me jaló, carnal. Una curiosidad morbosa, o quizás fue el angelito de la guarda que me dijo: ‘no seas culero, bájate a ver'”.

Con el corazón latíendoles en la garganta como tambor de guerra, los dos motociclistas pusieron la pata de cabra, dejaron las motos prendidas para que los faros iluminaran la escena, y se acercaron paso a pasito, como quien se acerca a un animal rabioso.

El olor les pegó primero. No era el olor inconfundible de la muerte vieja, no. Era un olor más triste. Olía a miseria, a orines concentrados, a humedad y a abandono.

LA REVELACIÓN QUE LES ROMPIÓ EL ALMA

“El Beto”, haciéndose el valiente, sacó una navaja de su chaleco y, con la punta, empezó a cortar la cinta canela. La tensión se podía cortar con cuchillo. El silencio de la noche era sepulcral, solo roto por el sonido de la cinta desgarrándose.

Levantaron la primera capa de cobijas mugrosas. Y ahí fue cuando el mundo se les detuvo. Ahí fue cuando la escena los dejó SIN ALIENTO, SIN PALABRAS Y CON LAS RODILLAS DOBLADAS.

No era un narcomensaje. No era fayuca.

Era una abuelita.

¡Sí, raza, leyeron bien! Una señora de la tercera edad, pequeñita, arrugada como una pasita, hecha bolita en posición fetal. Estaba viva, pero apenas. Sus ojitos, nublados por cataratas y por el terror, se abrieron lentamente al sentir la luz de los faros. Estaba amarrada de pies y manos con agujetas viejas.

—¡Hijos de su…! —gritó “El Beto”, cayendo de rodillas y vomitando la cena ahí mismo a un lado de la carretera.

La señora no podía hablar. Tenía la boca seca y los labios partidos. Solo emitía un gemido quedito, un “ay, ay, ay” que te partía el corazón en mil pedazos.

LA CRUDA VERDAD DETRÁS DEL “BULTO”

Rápido, los bikers cortaron las amarras. “El Charly” se quitó su chamarra de cuero, esa que cuidaba más que a su vieja, y envolvió a la señora, que temblaba de hipotermia. Le dieron un poco de agua que traían, y poco a poco, entre balbuceos, la pesadilla tomó forma.

Doña “Esperanza” (llamémosla así para proteger lo poco que le queda de dignidad) no había sido víctima de un cártel sanguinario. No la habían secuestrado para pedir rescate millonario. Su historia es mucho más cruel porque es la historia de la “TRISTEZA NACIONAL” que vemos en las portadas de los periódicos que sostienen los viejitos llorando en las noticias.

Fueron sus propios hijos.

Así como lo oyen, valedores. Su propia sangre. Esos a los que ella les limpió la cola, a los que les dio de tragar quitándose el pan de la boca. Resulta que Doña Esperanza ya “estorbaba” en la casa. Ya olía a viejo, ya se hacía pipí, ya no servía para nada más que para ocupar espacio.

“Me dijeron que íbamos a un día de campo, joven”, logró articular la señora, con una lágrima rodándole por la mejilla sucia. “Me subieron a la camioneta, me taparon con las cobijas porque hacía frío… y luego sentí que me bajaron aquí. Me dijeron: ‘ahorita venimos por usted, ama, no se mueva’. Y ya no volvieron”.

¡Hágame usted el rechingado favor! ¡Qué clase de bestia hace eso! La dejaron ahí tirada como si fuera un perro atropellado, esperando a que el frío, el hambre o un tráiler le pasaran por encima para acabar con el “problema”.

UN PAÍS DE CABEZA: LA REFLEXIÓN FINAL

“El Charly” y “El Beto” llamaron a la patrulla y a la ambulancia. Como siempre en este México mágico, tardaron hora y media en llegar, mientras los bikers cuidaban a la abuelita como si fuera la suya propia.

Cuando los paramédicos se la llevaron, los dos hombrestones, rudos, tatuados, jinetes del asfalto, se sentaron en la orilla de la carretera y lloraron como niños chiquitos.

Esta es la realidad que nos golpea, mi gente. Mientras el internet nos distrae con influencers plásticos tomándose selfies en el baño, mientras nos asombramos con radiografías de gente que se traga cadenas enteras o cerdos musculosos que parecen fenómenos de circo (como bien ilustra el caos de la imagen de esta nota), estamos perdiendo lo más sagrado: la humanidad.

El “bulto” que encontraron esos motociclistas no era solo una señora abandonada. Era el espejo de una sociedad podrida, donde los viejos son basura y la empatía está en peligro de extinción. Una sociedad que se vuelca en los accidentes espectaculares de autobús, pero que ignora la tragedia silenciosa que ocurre dentro de las casas.

“El Charly” nos lo dijo claro antes de irse, con la voz quebrada: “Carnal, yo he visto accidentes gachos, he visto muertos en el asfalto, pero nada me ha dolido tanto como ver los ojos de esa jefecita cuando la destapamos. México se está yendo al carajo, y nosotros vamos manejando el camión”.

¡Aguas, raza! Cuiden a sus viejos, porque el karma es canijo y la vida da muchas vueltas. Y a los hijos de Doña Esperanza, si están leyendo esto: Ojalá que el infierno tenga un lugar especial y muy caliente para ustedes.

Seguiremos informando sobre el estado de salud de Doña Esperanza, una víctima más de la verdadera pandemia nacional: la falta de madre.

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