Toca Aquí Para Ver TODA LA INFORMACION COMOLETA

👇👇👇👇👇👇👇

Hombre cae accidentalmente en un pozo de aproximadamente 30mts de…Ver mas

Hombre cae accidentalmente en un pozo de aproximadamente 30mts de…Ver mas

 

¡SE LO TRAGÓ LA TIERRA Y LE ESCUPIÓ A LA MUERTE EN LA CARA! CRÓNICA DE UN MILAGRO BAJO TIERRA: EL DRAMÁTICO RESCATE DEL HOMBRE QUE CAYÓ A LAS FAUCES DEL DIABLO, UN POZO DE 30 METROS.

SUBTÍTULO DE IMPACTO: Fueron horas de angustia pura, enterrado en vida en un tubo de oscuridad y lodo. Rezándole a la Virgencita y sintiendo el aliento gélido de la “Huesuda” en la nuca. Las imágenes que están dando la vuelta al país muestran el momento exacto en que unos héroes sin capa le arrebatan una víctima segura al inframundo. ¡Pásale, pásele y entérese de esta historia que le enchinará el cuero!

POR: EL TUNDEMÁQUINAS RAMÍREZ / CRÓNICA ROJA Y SUCESOS ESPELUZNANTES.

CIUDAD DE MÉXICO (O EL LUGAR DONDE DIOS PERDIÓ EL PONCHO, USTED ELIJA).– ¡Ay, nanita! Si usted, amable lector de nervios de acero y estómago de trailero, pensaba que ya lo había visto todo en este valle de lágrimas, agárrese bien de la silla y tómese un bolillo pal’ susto, porque la historia que le traemos hoy está más cardiaca que final de telenovela en domingo.

Esta no es una nota cualquiera, mis valedores. Esta es la prueba viviente de que, cuando no te toca, ¡aunque te pongas!, y cuando te toca, ¡aunque te quites! Pero a este compadre, definitivamente, la parca le dio “ride” y luego lo bajó a medio camino.

La imagen que acompaña esta nota y que se volvió viral en cuestión de minutos –gracias a ese botoncito traicionero que dice “Ver más” y que nos encanta picar–, es el retrato vivo del terror y la esperanza. Mírenla bien. No es una escena de película de Hollywood. Es la cruda realidad mexicana. Un hombre emergiendo de las entrañas mismas de la tierra, sucio, golpeado, con la mirada perdida entre el alivio y el trauma, siendo jalado por manos amigas que se negaron a dejarlo morir ahí abajo.

EL INICIO DE LA PESADILLA: UN PASO EN FALSO HACIA EL VACÍO

¿Cómo diablos acaba uno en el fondo de un agujero de 30 metros? ¡Treinta metros, señores! Estamos hablando de un edificio de diez pisos, pero hacia abajo, hacia la negrura total.

La víctima, a quien llamaremos “Don Beto” para proteger su identidad (porque imagínense la pena de que todo el barrio sepa que te caíste al pozo), es un hombre de trabajo, de esos que se parten el lomo de sol a sol. Cuentan las malas lenguas y las vecinas chismosas que Don Beto regresaba a su cantón después de una jornada larga. Quizás la noche estaba muy oscura, quizás se echó unas “chelas” de más pa’ la sed, o quizás, simplemente, el destino le tenía preparada una trampa mortal.

El escenario: un terreno baldío, de esos que abundan en nuestras colonias, llenos de hierba mala, cascajo y peligros olvidados. Ahí, escondido como boca de lobo, estaba el pozo. Un pozo artesanal, viejo, seco y, lo más criminal de todo: ¡sin tapa! Una trampa para osos, pero para humanos.

Don Beto iba caminando, pensando en la cena, cuando de repente… la nada bajo sus pies.

No hubo tiempo ni de gritar “¡Ay, güey!”. Fue una caída libre, vertiginosa, golpeándose contra las paredes de tierra rústica, raspándose la piel, sintiendo que el corazón se le salía por la boca. Fueron segundos que parecieron eternos, hasta que el golpe seco y brutal contra el fondo le sacó el aire y casi le apaga la luz para siempre.

EL INFIERNO BAJO TIERRA: HORAS SEPULTADO EN VIDA

Imagínese usted la escena allá abajo. 30 metros de profundidad. El silencio sepulcral, roto solo por tus propios quejidos de dolor. El olor a humedad, a tierra mojada, a encierro. La oscuridad es tan densa que parece sólida, te aplasta.

Don Beto intentó moverse. Le dolía hasta el alma. Se tentó las piernas, los brazos. “¡Milagro!”, pensó. Al parecer nada estaba roto, pero estaba magullado entero. Entonces vino el verdadero terror: el pánico psicológico.

Empezó a gritar. “¡Auxilio! ¡Sáquenme de aquí! ¡Me lleva la…!”. Pero allá abajo, la voz no sube igual. El pozo se tragaba sus lamentos. Pasaron minutos, que se convirtieron en horas. El frío de la tierra empezó a calarle los huesos. Empezó a pensar en su jefecita, en sus hijos, en si había dejado pagada la luz. La desesperación te juega malas pasadas ahí abajo. Te imaginas que las paredes se cierran, que el aire se acaba, que nadie te va a encontrar nunca y que ese agujero será tu tumba.

EL HALLAZGO: UN ÁNGEL GUARDÍAN CON OREJAS

Dicen que Dios aprieta pero no ahorca. Y el milagro llegó de la forma más inesperada. Un paisano pasaba cerca del terreno baldío paseando a su perro, un “firulais” de esos corrientes pero leales. El perro empezó a ladrar como loco hacia el agujero, inquieto, jalando la correa.

El dueño, curioso y medio espantado, se acercó con la lámpara de su celular. “¡Hey! ¿Hay alguien ahí?”, gritó hacia la negrura.

Desde el fondo, una voz débil, ronca por tanto gritar, respondió: “¡Sí, chingao! ¡Ayúdeme, me caí!”.

¡Santo Niño de Atocha! El vecino casi se va de espaldas del susto. De inmediato, sacó el celular y marcó al 911. “¡Manden a todos! Bomberos, Cruz Roja, la Guardia Nacional, ¡a quien sea! ¡Hay un cristiano en el fondo de un pozo!”.

LA OPERACIÓN “RESCATE IMPOSIBLE”

En cuestión de minutos, el lugar se llenó de torretas, sirenas y luces azules y rojas que cortaban la noche. Llegaron los “tragahumo” (bomberos), los paramédicos y los elementos de Protección Civil.

El diagnóstico inicial era desalentador. El pozo era angosto, muy angosto. Las paredes eran inestables; un mal movimiento y podrían provocar un derrumbe que sepultaría a Don Beto para siempre. Bajar a un rescatista era demasiado arriesgado.

Se vivieron momentos de tensión pura. Los rescatistas deliberaban a toda velocidad. Desde arriba, le gritaban ánimos a Don Beto: “¡Aguanta, jefe! ¡Ya estamos aquí, no te nos duermas!”. Le bajaron una botella de agua y una lámpara con una cuerda. Cuando la luz iluminó el fondo, vieron el rostro de la desesperación mirando hacia arriba, cubierto de lodo y sangre seca.

El plan: montar un sistema de poleas y cuerdas. Un trípode de rescate sobre la boca del pozo. Un rescatista valiente, el más flaco y correoso del equipo, se ofreció a bajar, arriesgando el pellejo, para colocarle el arnés a la víctima.

EL MOMENTO CUMBRE: LA FOTO QUE ESTREMECIÓ A LAS REDES

La maniobra fue quirúrgica. El rescatista bajó lentamente, rozando las paredes de tierra. Abajo, aseguró a Don Beto, quien ya casi no tenía fuerzas ni para hablar.

Entonces comenzó el ascenso. “¡Jálale, muchachos! ¡Uno, dos, tres, arriba!”. Centímetro a centímetro, metro a metro, luchando contra la gravedad y el miedo. Los rescatistas arriba sudaban la gota gorda, con los músculos tensos, sabiendo que una vida dependía de la fuerza de sus brazos.

Y ahí es donde entramos a la imagen que usted vio. Ese momento exacto, congelado en el tiempo, cuando la cabeza de Don Beto asoma por el agujero.

Miren la foto de nuevo. La luz artificial de los reflectores golpea su rostro. Tiene los ojos entrecerrados, cegado por el brillo repentino después de horas de oscuridad total. Su cara es una máscara de tierra marrón. Su camiseta está desgarrada. Se le ve exhausto, derrotado, pero vivo.

Y lo más importante: esas manos. Las manos enguantadas de los rescatistas que lo sujetan de los brazos, de la ropa, de donde pueden, para darle el último jalón hacia la superficie, hacia la vida. Es la imagen de la solidaridad mexicana en su máxima expresión. Cuando la cosa se pone fea, nos damos la mano.

EL DESENLACE: ¡VOLVIÓ A NACER EL CABRÓN!

Cuando Don Beto tocó tierra firme, hubo aplausos, vítores y hasta alguna lágrima de los vecinos metiches que ya se habían juntado a ver el chisme.

Los paramédicos lo aseguraron en la camilla de inmediato. “Le duele todo, pero está consciente y orientado”, reportó el jefe de la ambulancia. ¡Un verdadero milagro! Una caída de 30 metros suele ser sentencia de muerte, o al menos, de quedar en silla de ruedas. Don Beto, al parecer, tenía a todos los santos de su lado esa noche y, probablemente, el suelo del pozo estaba algo blando por la humedad, lo que amortiguó el impacto.

Se lo llevaron a toda sirena al Hospital General para checarlo de pies a cabeza, descartar hemorragias internas y fracturas ocultas. Pero la libró. Vaya que la libró.

MORALEJA DE ESTA CRÓNICA ROJA

Mis valedores, esta historia tiene un final feliz, pero pudo haber sido una tragedia espantosa. Sirva este susto mayúsculo como un llamado a las autoridades y a los dueños de terrenos: ¡TAPEN SUS PINCHES POZOS! No puede ser que en pleno siglo XXI sigamos teniendo estas trampas mortales regadas por ahí como si nada.

Y a Don Beto, cuando salga del hospital, le recomendamos que se compre un boleto de lotería, porque la suerte que tiene no la tiene ni Obama. Hoy, este hombre puede decir con todas sus letras que fue al infierno, le vio los ojos al diablo, y regresó para contarlo.

¡Pónganse truchas al caminar por ahí, raza! Que la tierra es traicionera y a veces tiene hambre. ¡Hasta la próxima crónica!

Leave a Comment