Este hombre salió de excursión y al mes lo encontraron m… Ver más

¡PÁRENLE A SUS ROTATIVAS Y AGÁRRENSE DEL ASIENTO PORQUE ESTA HISTORIA ESTÁ MÁS FRÍA QUE EL ABRAZO DE LA HUESUDA EN PLENA SIERRA! ¡MÉXICO ESTÁ DE LUTO Y EL MISTERIO DEL “VER MÁS” POR FIN REVELA SU ROSTRO MÁS MACABRO!
TÍTULO PRINCIPAL: ¡SE LO TRAGÓ EL MONTE Y LO ESCUPIÓ LA MUERTE! LA DANTESCA CRÓNICA DEL EXCURSIONISTA QUE PASÓ DE LA SONRISA DE INSTAGRAM AL INFIERNO EN LA TIERRA. ¡UN MES DESPUÉS APARECE LO QUE QUEDABA DE ÉL EN UN BARRANCO OLVIDADO POR DIOS!
SUBTÍTULO DE IMPACTO: El titular que nos dejó con el alma en un hilo en redes sociales no era un juego: “Este hombre salió de excursión y al mes lo encontraron m… Ver más”. Ese maldito “Ver más” escondía una tragedia que hoy les destapamos con pelos y señales. Prepárense, raza, porque la naturaleza no perdona y esta historia es la prueba viviente de que un paso en falso te manda directo con San Pedro.
POR: EL TUNDEMÁQUINAS RAMÍREZ / CRÓNICA ROJA DE ALTO IMPACTO / DESDE DONDE LA SEÑAL DEL CELULAR SE MUERE.
SIERRA MADRE OCCIDENTAL (O LA BOCA DEL LOBO).– ¡Ay, nanita, mis valedores! Si usted, mi estimado lector de nervios de acero y estómago de trailero, pensaba que ya lo había visto todo en este valle de lágrimas, permítame decirle que la realidad nos acaba de dar otra cachetada guajolotera que nos dejó viendo estrellitas.
La imagen que circuló como pólvora en el “feis” y nos dejó picados a todos, muestra a un hombre en la flor de la vida. Mírenlo bien. Sonrisa de oreja a oreja, mochila de marca, botas de senderismo que cuestan más que mi quincena entera, y de fondo, un paisaje espectacular de nuestras sierras mexicanas. Parecía el inicio de una aventura épica, de esas que presumes con los cuates en la peda del sábado.
Su nombre era Roberto “Beto” Mondragón. Un chavo de 32 años, oficinista de lunes a viernes, pero guerrero de fin de semana. De esos que se sentían invencibles, que pensaban que el cerro era su patio de juegos. “Beto el Inmortal”, le decían de broma sus compas. ¡Qué ironía tan perra, me cae!
EL INICIO DEL VIAJE SIN RETORNO: “AHORITA VENGO, JEFA”
Todo comenzó hace exactamente 33 días. Beto, con la adrenalina a tope, anunció en sus redes que se iba a conquistar una ruta virgen en lo más profundo de la sierra, allá donde el diablo perdió el poncho y los GPS se vuelven locos. Iba solo. “Para conectar conmigo mismo, wey”, le dijo a su mejor amigo antes de partir. ¡Grave error, cabrones! ¡Al monte se le respeta y nunca se le reta a solas!
Se despidió de su jefecita con un beso en la frente y la promesa de siempre: “No te preocupes, ma, el domingo estoy aquí para el pozole”. Esa fue la última vez que Doña Rosa vio los ojos llenos de vida de su muchacho.
El primer día, todo fue risas y likes. Subió esa foto que ahora es el epitafio de su tragedia. “Aquí nomás, disfrutando la libertad”, escribió. Después de eso… el silencio. Un silencio sepulcral que empezó a preocupar a los tres días y a aterrar a la semana.
LA BÚSQUEDA DESESPERADA: GRITOS EN EL DESIERTO VERDE
Cuando Beto no llegó al pozole del domingo, la angustia se apoderó de la familia Mondragón. Las llamadas mandaban directo a buzón. El “Whats” ni siquiera marcaba la primera palomita. Se activó la alerta.
Se armó un zafarrancho de búsqueda. Protección Civil, rescatistas voluntarios, perros entrenados y hasta brujos de Catemaco contratados por la familia desesperada. Peinaron la zona. Los drones zumbaban como mosquitos gigantes sobre los cañones. Pero la sierra es inmensa, traicionera, y sabe guardar muy bien sus secretos.
Pasaron dos semanas. La esperanza empezaba a oler a podrido. La madre de Beto ya no tenía lágrimas, estaba seca por dentro. Los amigos empezaron a hablar de él en pasado. “Era buen pedo el Beto”. La sierra se lo había tragado.
EL HALLAZGO QUE ENCHINÓ EL CUERO: YA NO ERA ÉL
Y entonces, llegó el día 33. Un lugareño, un señor de campo de esos que conocen el monte como la palma de su mano, andaba buscando una chiva perdida. El viento cambió de dirección y le trajo un olor que él conocía muy bien. No era olor a pino, ni a tierra mojada. Era ese olor dulzón y penetrante de la muerte cuando ya lleva rato cocinándose al sol.
Siguió el rastro. Tuvo que bajar rapelando por un barranco de difícil acceso, un lugar donde ni las águilas se atreven a anidar. Y ahí, en una repisa de piedra, a 50 metros de caída libre, lo encontró.
¡Chale, raza! No les voy a mentir, la descripción que dieron los peritos es para no dormir en un mes.
Aquello que encontraron ya no era el “Beto” sonriente de la foto. La naturaleza había sido cruel. Un mes a la intemperie, bajo el sol abrasador del día y el frío congelante de la noche, había hecho estragos. Los animales carroñeros, esos zopilotes que siempre andan de oportunistas, ya habían hecho su “chamba”.
Lo identificaron por la ropa. Esa chamarra naranja fosforescente que tan chida se veía en la foto, ahora estaba desgarrada y sucia. Y por un tatuaje en el antebrazo que apenas se distinguía.
LA CRUDA VERDAD: ¿QUÉ LE PASÓ A BETO?
La autopsia reveló la triste y dolorosa verdad. Beto no murió al instante. ¡Eso es lo más gacho!
Al parecer, el muy valiente quiso tomar una “selfie” extrema al borde del precipicio. Un mal paso, una piedra suelta, y ¡pum! Se fue para abajo. La caída no lo mató, pero le fracturó las dos piernas, dejándolo inmovilizado en esa repisa de piedra, sin señal de celular, sin poder moverse.
Imagínense la desesperación, el terror puro. Beto estuvo vivo ahí abajo, gritando hasta desgañitarse la garganta, viendo cómo pasaban los días. Se le acabó el agua. Se le acabó la comida. El dolor era insoportable. Murió lenta y agónicamente de sed y exposición a los elementos. Murió sabiendo que nadie lo iba a escuchar.
LA MORALEJA QUE NOS CUESTA SANGRE
Hoy, la casa de Doña Rosa está llena de flores blancas y rezos. El ataúd tuvo que estar cerrado, por obvias razones. El pozole se enfrió para siempre.
Ese “Ver más” del celular nos llevó a esta realidad brutal. Beto salió de excursión buscando libertad y encontró su tumba.
Raza, que esto nos sirva de escarmiento. La naturaleza es hermosa, pero es una madre muy perra si no la respetas. No le jueguen al vivo. No vayan solos. No arriesguen el pellejo por una méndiga foto pal’ Instagram. Porque allá arriba, en la soledad del monte, tus likes no te salvan de la Huesuda.
Descansa en paz, Beto. Ojalá que en el otro barrio encuentres las rutas que aquí se te negaron. ¡Qué Dios nos agarre confesados!