Hace pocos m¡nuto se presento un grave accidente en la vía Sa…Ver más

¡PÁRENLE A SUS PRENSAS Y AGÁRRENSE DEL ASIENTO PORQUE LO QUE LES VAMOS A CONTAR ESTÁ MÁS CALIENTE QUE EL ASFALTO AL MEDIODÍA Y MÁS CRUDO QUE LA REALIDAD MISMA!
¡EL INFIERNO TIENE CÓDIGO POSTAL Y HOY SE INSTALÓ EN LA CARRETERA! CRÓNICA DE UNA TRAGEDIA ANUNCIADA QUE TIENE A MEDIA CIUDAD CON EL JESÚS EN LA BOCA Y EL CORAZÓN HECHO PEDAZOS.
SUBTÍTULO DE IMPACTO: Todos vimos esa notificación maldita en el celular: “Hace pocos minutos se presentó un grave accidente en la vía Sa…Ver más”. Ese “ver más” escondía la pesadilla que ninguna familia quiere vivir. Fierros retorcidos, sueños rotos y el olor inconfundible a tragedia carretera. Hoy, el destino jugó chueco y la huesuda andaba de antojo en el tramo más traicionero del estado. ¡Pásale, pásele y entérese del horror que se vivió en el kilómetro de la muerte!
POR: “EL TUNDEMÁQUINAS” RAMÍREZ / CRÓNICA ROJA DESDE LA TRINCHERA DEL ASFALTO
EN ALGÚN LUGAR DE LA CARRETERA NACIONAL (DONDE EL DIABLO PERDIÓ EL PONCHO).– ¡Ay, nanita! Si usted, mi estimado lector de nervios de acero y estómago de trailero, pensaba que este iba a ser un martes tranquilo de oficina y tráfico habitual, déjeme decirle que la vida le acaba de dar una cachetada guajolotera de esas que te reinician el Windows.
La noticia corrió como reguero de pólvora, más rápido que chisme en vecindad. Primero fue el zumbido en los grupos de WhatsApp de traileros, esas frecuencias de radio que parecen la antesala del apocalipsis cuando las cosas se ponen feas. Luego, el titular cortado en Facebook que nos dejó a todos picados y con el alma en un hilo: “Hace pocos minutos se presentó un grave accidente en la vía Sa…”.
¿San Luis? ¿Saltillo? ¿Salamanca? ¡Qué importa ya el nombre completo! Lo que importa es que ese pedazo de carretera se convirtió, en cuestión de segundos, en una sucursal del mismísimo averno.
LA ZONA CERO: DONDE LOS ÁNGELES LLORAN Y EL DIÉSEL QUEMA
Llegamos al lugar de los hechos antes que muchas ambulancias, abriéndonos paso entre un tráfico que ya estaba desquiciado. El escenario, mis valedores, era dantesco. No hay otra palabra. Parecía zona de guerra después de un bombardeo.
El aire estaba pesado, cargado de ese olor picante que se te mete hasta el tuétano: una mezcla tóxica de caucho quemado, diésel derramado, aceite de motor y ese otro olor… el olor metálico del miedo y la desesperación.
Ahí, en el tramo conocido por la raza camionera como “La Curva del Diablo” –esa bajada traicionera que ya se ha tragado más almas que el panteón municipal–, yacían los restos de lo que fue una batalla desigual entre David y Goliat, pero donde esta vez, el gigante no tuvo piedad.
LA MECÁNICA DEL HORROR: CUANDO LOS FRENOS DICEN “NO MÁS”
¿Qué pasó? ¡Ahí está el detalle, chato! Las primeras versiones, esas que sueltan los testigos con la voz temblorosa y los ojos desorbitados, apuntan a lo de siempre, a la tragedia clásica de nuestras carreteras mexicanas: una bestia de acero sin control.
Un tráiler doble remolque, cargado hasta las manitas de toneladas de varilla, venía bajando la pendiente. Dicen los que lo vieron pasar que el chofer, un pobre diablo que ahora lucha por su vida entre fierros, venía “echando las altas” y pitando como desesperado desde dos kilómetros atrás.
¡Se quedó sin frenos, raza! ¡Imagínense el terror!
Esa mole de decenas de toneladas se convirtió en un misil imparable. Y en su camino, la desgracia quiso que se cruzara un vehículo compacto. Un sedan color gris plata, un cochecito familiar, de esos que la gente compra con tanto sacrificio a meses sin intereses para llevar a la familia a pasear el fin de semana.
El impacto fue brutal. Seco. Un estruendo que, según Doña Rosa, la señora que vende cocos a la orilla de la carretera unos metros más adelante, “se escuchó como si se hubiera caído el cielo, mijo, hasta el puesto se me cimbró”.
El tráiler no solo impactó al sedán; le pasó por encima. Lo arrastró por más de cincuenta metros hasta que la misma inercia hizo que el camión volcara sobre su costado derecho, derramando la carga de varillas como si fueran palillos chinos gigantes, bloqueando los cuatro carriles de la autopista.
EL DRAMA HUMANO: JUGUETES EN EL ASFALTO
Acercarse a la escena era para valientes. Los bomberos, esos héroes sin capa que se la rifan todos los días, batallaban con las “quijadas de la vida” para intentar abrir lo que quedaba del coche compacto.
¡No manchen, se me hace un nudo en la garganta de nomás escribirlo! El coche quedó reducido a un acordeón de metal y vidrio. Era una latita de atún aplastada.
Pero lo más desgarrador no eran los fierros. Lo que nos partió la madre a todos los reporteros de nota roja que estábamos ahí, curtidos ya en mil tragedias, fueron los detalles que salieron volando del auto.
Una mochila de la Patrulla Canina tirada en el acotamiento. Un zapatito tenis de niño, chiquito, de esos con luces que prenden al pisar, atorado entre el guardarraíl. Una hielera de unicel rota, con los sándwiches y los refrescos esparcidos por el suelo.
Eran una familia. Regresaban de vacaciones, o quizás iban a visitar a los abuelos. Iban riendo, escuchando música, planeando el futuro. Y en un segundo… ¡PUM! Se apagó la luz.
Las autoridades no han confirmado cifras oficiales porque están esperando a los peritos, pero los paramédicos de la Cruz Roja salían de la zona del impacto con las camillas vacías y las caras largas, negando con la cabeza. Eso, mis amigos, en el lenguaje de la calle, significa lo peor. Se habla de al menos tres víctimas mortales en el auto compacto. Una tragedia que va a enlutar a una familia entera y que dejará cicatrices imborrables.
EL CAOS Y LA RAPIÑA: LO BUENO Y LO MALO DEL MEXICANO
Y como en este país surrealista no puede faltar el prietito en el arroz, mientras unos lloraban y otros rezaban, no faltaron los buitres. ¡Qué poca madre, me cae!
Mientras los equipos de emergencia se partían el lomo tratando de rescatar al chofer del tráiler que estaba prensado en su cabina, gritando de dolor, un grupo de gandallas de las comunidades cercanas ya estaba ahí, no para ayudar, ¡sino para ver qué se robaban!
“¡Eh, putos, dejen ahí la varilla!”, les gritaba un federal de caminos, rebasado por la situación. Pero a la raza le valió gorro. Empezaron a cargar las varillas en camionetas, en burros, ¡hasta a hombro! La rapiña, ese deporte nacional vergonzoso, se hizo presente en medio del dolor ajeno. ¡Están viendo el temblor y no se hincan, carajo!
REFLEXIÓN FINAL: BÁJENLE DOS RAYITAS, POR FAVOR
El tráfico está parado por kilómetros. La fila llega hasta el siguiente municipio. Cientos de personas no llegarán hoy a comer a sus casas. Pero hay una familia que ya no llegará nunca.
Ese “Ver más” en tu celular fue la entrada al infierno de hoy.
Raza, por favor, se los pedimos de rodillas: ¡Bájenle a la velocidad! ¡Revisen sus frenos! ¡No manejen cansados! La carretera no es pista de carreras. Hay gente que nos espera en casa. No vale la pena llegar diez minutos antes si eso significa no llegar nunca.
Hoy, una familia se destruyó en un parpadeo. Hoy, la carretera Sa… (póngale el nombre que quiera, todas son peligrosas) reclamó su cuota de sangre.
Nos vamos con el corazón apachurrado y el olor a muerte impregnado en la ropa. Seguiremos informando cuando la autoridad suelte la sopa de las cifras oficiales, si es que el estómago nos lo permite. ¡Cuídense mucho y que Dios nos agarre confesados en el camino!