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Este fue el caballo Que deb∅r0 a su due…Ver Más

Este fue el caballo Que deb∅r0 a su due…Ver Más

 

¡PÁRENLE A SUS PRENSAS, MI GENTE! ¡AGÁRRENSE DE DONDE PUEDAN PORQUE LA NOTICIA QUE LES TRAEMOS HOY ESTÁ MÁS CALIENTE QUE EL ASFALTO AL MEDIODÍA Y MÁS CRUDA QUE LA REALIDAD MISMA!

¡EL INFIERNO TIENE CUATRO PATAS Y RELINCHA! LA ESPELUZNANTE Y SANGRIENTA CRÓNICA DEL “CABALLO CANÍBAL” QUE DEVORÓ A SU PROPIO DUEÑO EN UN RANCHO OLVIDADO DE DIOS. ¡MÉXICO ENTERO ESTÁ EN SHOCK Y CON EL JESÚS EN LA BOCA!

SUBTÍTULO DE IMPACTO: Todos pensaron que era un error de dedo, un meme macabro o un chisme de lavadero cuando vieron ese titular mocho en el celular: “Este fue el caballo Que deb∅r0 a su due…Ver Más”. ¡Pero no, raza! Ese maldito “Ver Más” escondía la pesadilla más grotesca que se haya vivido en el campo mexicano en décadas. ¡Aquí te destapamos la cloaca completa, sin censura y con todos los pelos y señales que la tele fifí no se atreve a pasar!


POR: EL TUNDEMÁQUINAS RAMÍREZ / CRÓNICA ROJA DESDE EL LUGAR DE LOS HECHOS (DONDE TODAVÍA HUELE A AZUFRE)

EN ALGÚN LUGAR DE LA SIERRA MADRE (DONDE EL DIABLO PERDIÓ EL PONCHO).– ¡Ay, nanita! Si usted, mi estimado lector de nervios de acero y estómago de trailero, pensaba que ya lo había visto todo en este México nuestro, tan lindo y tan herido, permítame decirle que se equivoca. La historia que hoy nos sacude las entrañas no tiene que ver con narcos, ni con políticos transas. No, señores. El horror esta vez vino de la naturaleza misma, de un ser que considerábamos noble, pero que demostró tener al mismísimo Chamuco metido en las tripas.

Prepárense un bolillo pal’ susto y siéntense bien, porque lo que les voy a narrar los va a dejar temblando más que gelatina en terremoto.

EL ESCENARIO DE LA TRAGEDIA: EL RANCHO “LA ESPERANZA ROTA”

Todo comenzó en el Rancho “La Esperanza”, propiedad de Don Anastasio “Tacho” Mondragón. Don Tacho, un señorón de 65 años, hombre de campo de los de antes, de bota, sombrero y palabra de honor. Un tipo que quería a sus animales más que a muchos cristianos. Decían en el pueblo que Don Tacho le hablaba a las bestias y ellas le entendían. ¡Pobre iluso! No sabía que estaba criando a su propio verdugo.

La joya de la corona del rancho era “Lucifer”. Sí, mi gente, así le puso. ¡Hágame usted el rechingado favor! Desde ahí ya empezamos mal. “Lucifer” era un semental azabache, pura sangre, una mole de músculo y brío que costaba más que todas las camionetas del pueblo juntas. Era hermoso el condenado animal, de eso no hay duda. Su pelaje brillaba como si lo hubieran pulido con aceite, y cuando corría, parecía que volaba.

Pero “Lucifer” tenía una mirada… ¡Híjole! Una mirada de esas que te calan hasta el hueso. Unos ojos inyectados en sangre que te decían: “No te me acerques, güey, porque te parto tu madre”.

LA RELACIÓN TÓXICA: AMOR Y ODIO ENTRE HOMBRE Y BESTIA

Don Tacho estaba obsesionado con ese caballo. Lo había comprado potrillo, pagando una millonada, y se dedicó en cuerpo y alma a domarlo. Pero “Lucifer” no era un caballo normal. Era rebelde, terco como una mula y traicionero como político en campaña. Ya había mandado al hospital a dos caporales que intentaron montarlo. Les quebró las costillas de una patada sin siquiera avisar.

“Ese caballo está maldito, patrón”, le decía Doña Rosa, la cocinera del rancho, persignándose cada vez que pasaba cerca del corral. “Tiene el diablo adentro, mejor véndalo o métale un tiro”.

Pero Don Tacho, necio como buen ranchero mexicano, se reía. “¡Qué diablo ni qué mis polainas, Rosa! Es brío, es carácter. A este cabrón yo lo domo porque lo domo. Soy Tacho Mondragón y a mí ninguna bestia me queda grande”.

¡Ay, Don Tacho! Qué caro pagó su orgullo.

LA NOCHE QUE SE DESATÓ EL INFIERNO

La tragedia ocurrió la madrugada del martes. Una tormenta eléctrica azotaba la sierra. Los truenos retumbaban como si el cielo se estuviera cayendo a pedazos y los relámpagos iluminaban el campo como si fuera de día.

Dicen los peones que “Lucifer” estaba inquieto. Relinchaba de una forma que no era normal, un sonido agudo, casi humano, que ponía los pelos de punta. Golpeaba las trancas del corral con una furia descomunal, queriendo salirse.

Don Tacho, preocupado por su inversión millonaria (y por el animal, hay que decirlo), decidió salir a calmarlo. Se puso su impermeable amarillo, agarró una linterna y, cometiendo el peor error de su vida, se fue solo hacia las caballerizas.

“¡Ahorita vengo, vieja, voy a ver qué le pasa al pinche caballo loco este!”, le gritó a su esposa, Doña Lupe. Esas fueron las últimas palabras que ella escuchó de su marido.

Nadie sabe exactamente qué pasó en esos minutos oscuros. No hubo testigos oculares, solo testigos auditivos que ahora desearían ser sordos.

Los peones, atrincherados en sus cuartos por la lluvia, cuentan que primero escucharon los gritos de Don Tacho. No eran gritos de mando, como cuando trataba con el ganado. Eran alaridos de terror puro. “¡Lucifer, no! ¡Atrás! ¡Ayúdenme, por Dios!”.

Y luego… el silencio. Un silencio sepulcral que duró unos segundos, roto después por un sonido grotesco, húmedo. Un sonido de masticar, de romper huesos, de rasgar carne. Como cuando un perro hambriento se pelea con un hueso de res, pero amplificado diez veces.

EL HALLAZGO MACABRO: UNA ESCENA SACADA DE UNA PELÍCULA GORE

La tormenta pasó y el amanecer trajo consigo la luz de la verdad. Cuando los trabajadores salieron, extrañados de que el patrón no estuviera ya dando órdenes, se dirigieron al corral de “Lucifer”.

Lo que vieron ahí, mis valedores, hizo que los hombres más curtidos del rancho, tipos que han visto parir vacas y sacrificar cerdos sin pestañear, vomitaran hasta la primera comunión.

La puerta del corral estaba destrozada. Y en el centro, sobre el lodo mezclado con sangre, estaba lo que quedaba de Don Tacho Mondragón.

La imagen era dantesca. No es que el caballo lo hubiera pateado hasta matarlo, que ya de por sí sería horrible. ¡No! El titular del celular no mentía con ese “deb∅r0”. El caballo… se lo había comido.

¡No manchen! Las botas de Don Tacho estaban ahí, pero las piernas ya no. El torso estaba desgarrado, abierto en canal. Faltaban pedazos enteros de carne de los brazos y el pecho. Era una carnicería humana.

Y ahí estaba “Lucifer”. El magnífico semental azabache. Estaba parado junto a los restos de su amo, tranquilo, como si nada hubiera pasado. Pero su hocico… ¡Virgencita santa! Su hocico estaba bañado en sangre fresca. Sus dientes, esos dientes planos de herbívoro, tenían atorados pedazos de tela del impermeable amarillo y… bueno, ustedes se imaginan qué más.

El animal miró a los peones que llegaban. No relinchó. No corrió. Solo los miró con esos ojos rojos, profundos, y cuentan que parecía sonreír de una forma macabra. Había una satisfacción maligna en su postura.

¿POSESIÓN DEMONÍACA O LOCURA ANIMAL? MÉXICO EN SHOCK

La noticia corrió como reguero de pólvora. Llegó la policía municipal, llegaron los estatales, llegó el Ejército y hasta la Guardia Nacional. Acordonaron la zona como si hubiera caído un ovni. Nadie quería acercarse al caballo.

Los veterinarios que llegaron no daban crédito. “Esto es biológicamente imposible”, decían, rascándose la cabeza. “Los caballos son herbívoros. Pueden morder por agresividad, sí, ¿pero devorar carne humana de esta manera? Esto no tiene explicación científica”.

El pueblo, por supuesto, tiene su propia explicación. Y la neta, suena más creíble que la de los científicos.

“Se los dije”, lloraba Doña Rosa. “Ese animal era el Diablo. Don Tacho le puso el nombre y el Chamuco se lo tomó en serio. Anoche, con la tormenta, las puertas del infierno se abrieron y esa bestia cumplió su misión”.

Se habla de brujería. Se habla de que alguien que odiaba a Don Tacho le hizo un “trabajito” al caballo. Se habla de rabia, aunque los análisis preliminares dicen que no.

EL DESTINO DE LA BESTIA Y LA LECCIÓN PARA LA RAZA

¿Y qué pasó con “Lucifer”? Pues ahí sigue. Encerrado en un corral reforzado con vigas de acero, custodiado por policías que no le quitan el dedo del gatillo a sus armas largas.

Nadie sabe qué hacer con él. Unos dicen que hay que meterle 50 balazos ahí mismo y quemar el cuerpo para que el mal no se propague. Otros, los defensores de animales de la ciudad que no saben cómo se bate el cobre en el rancho, dicen que hay que “estudiarlo” porque es un caso único. ¡Que lo estudien en su casa, cabrones!

La familia de Don Tacho está destrozada. Doña Lupe no para de llorar y maldecir el día en que ese caballo pisó sus tierras. El rancho “La Esperanza” se quedó sin patrón y con una mancha de sangre que nunca se va a borrar.

Esta historia, mis valedores, nos deja una lección muy perra: Nunca te confíes. Creemos que dominamos la naturaleza, que los animales son nuestros juguetes o nuestras herramientas. Pero allá afuera, en el campo, donde las reglas de la ciudad no valen, hay fuerzas que no entendemos.

A veces, el monstruo no está debajo de la cama. A veces, el monstruo es hermoso, come pasto de tu mano y duerme en tu propio establo, esperando el momento justo para cobrarte la factura.

Tengan cuidado, mi raza. Cuiden a sus animales, pero nunca olviden que son eso: animales. Y si alguno los mira feo… mejor córrale, no vaya a ser que traiga al Diablo adentro, como el infame “Lucifer” que se cenó a su patrón.

Seguiremos informando… si es que los nervios nos lo permiten. ¡Qué Dios nos agarre confesados!

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