Estas son las consecuencias de tener intimidad con… Ver más

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Nadie habla de esto en voz alta.
Nadie lo pone en el centro de la conversación.
Pero el cuerpo… el cuerpo siempre recuerda.

La imagen es clara, directa, imposible de ignorar. Dentro, donde todo debería fluir en silencio, algo invade. Algo microscópico, invisible a simple vista, pero devastador cuando se multiplica. Bacterias avanzan, se adhieren, se reproducen sin pedir permiso. Y el tejido, rojo, inflamado, responde con dolor.

La frase queda suspendida, porque lo que sigue incomoda. Porque obliga a mirar más allá del placer inmediato, más allá del momento, más allá de lo que “a mí no me va a pasar”.

Al principio no se siente grave.
Una pequeña molestia.
Una sensación extraña al orinar.
Un ardor leve que se justifica con cansancio, con falta de agua, con cualquier excusa.

Pero el cuerpo sabe cuándo algo no está bien.

Por dentro, la vejiga comienza a inflamarse. Las paredes, que deberían ser suaves y resistentes, se vuelven sensibles, irritadas. Cada bacteria es una chispa sobre una herida abierta. Y mientras afuera todo parece normal, adentro se libra una batalla silenciosa.

La imagen lo muestra sin rodeos: el trayecto por donde deberían circular solo líquidos limpios se convierte en un camino invadido. Las bacterias ascienden, se aferran, avanzan. No respetan edades, no respetan intenciones, no respetan descuidos.

Estas son las consecuencias…
Consecuencias de no informarse.
Consecuencias de confiar sin cuidarse.
Consecuencias de ignorar señales tempranas.

El dolor aparece cuando ya no se puede fingir. Orinar deja de ser automático y se convierte en una experiencia temida. El cuerpo se tensa. El miedo aparece. Y la pregunta llega tarde: “¿por qué no me cuidé más?”

No es castigo.
No es vergüenza.
Es biología.

El cuerpo humano es delicado. La intimidad, aunque natural, también implica riesgos cuando no hay cuidado, higiene, atención. Y estas bacterias no son un invento alarmista: son reales, persistentes, y saben aprovechar cualquier descuido.

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