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Este muchacho se busco una páliza por r0ba… Ver más

Este muchacho se busco una páliza por r0ba… Ver más

 

¡PÁRENLE A SUS PRENSAS, MI GENTE! ¡AGÁRRENSE DE DONDE PUEDAN PORQUE LA NOTICIA DE HOY ESTÁ MÁS CALIENTE QUE EL ASFALTO AL MEDIODÍA Y MÁS CRUDA QUE LA REALIDAD QUE NOS TOCA VIVIR EN ESTA SELVA DE CONCRETO!

TÍTULO EXPLOSIVO: ¡SE LE ACABÓ LA SUERTE A LA “RATA”! LE APLICARON TERAPIA INTENSIVA DE BARRIO A UN MALANDRO QUE QUISO MADRUGAR A QUIEN NO DEBÍA. ¡EL PUEBLO SE HARTÓ Y LE DIO SU “ESTATE QUIETO” A ESTE ANGELITO QUE TERMINÓ PIDIENDO PERDÓN A GRITO PELADO!

SUBTÍTULO DE IMPACTO: Las imágenes no mienten y el video que ya circula en redes es la prueba viviente de que cuando la justicia oficial duerme, la justicia del pueblo despierta con el puño cerrado. ¡Pásale, pásele y entérese del chisme completo, con lujo de violencia y detalles escabrosos que la tele fifí no se atreve a pasar!


POR: EL TUNDEMÁQUINAS RAMÍREZ / CRÓNICA ROJA DESDE EL LUGAR DE LOS HECHOS

CIUDAD DE LA FURIA.– ¡Ay, nanita! Si usted, mi estimado lector de nervios de acero y estómago de trailero, pensaba que este iba a ser un martes tranquilo de godinato y tráfico habitual, déjeme decirle que la realidad nos acaba de dar una cachetada guajolotera de esas que te reinician el Windows.

El titular mocho que les llegó al celular y que los dejó con el morbo a todo lo que da: “Este muchacho se busco una páliza por r0ba… Ver más”, no era un clickbait cualquiera. ¡Era la crónica de una madrina anunciada! Y aquí, en su fuente de confianza de la nota roja, les vamos a destapar la cloaca completa de lo que pasó cuando la paciencia de la raza se rompió en mil pedazos.

El escenario de este zafarrancho fue nada más y nada menos que las inmediaciones del siempre caótico, siempre sudoroso y siempre peligroso paradero de Indios Verdes. Ya saben, ese hormiguero humano donde uno tiene que andar con ojos hasta en la nuca, cuidando la cartera con una mano y el celular con la otra, mientras rezas para que el chofer de la combi no maneje como si trajera diablo adentro.

Eran eso de las 2:00 de la tarde, la hora en que el sol pega con tubo y el hambre aprieta. Entre el gentío que iba y venía, buscando su transporte para regresar al Estado de México después de la jornada laboral, andaba un sujeto. Un “chavo” de no más de 25 años, flaquito, con corte de bacinica mal hecho, gorrita de lado y esa mirada escurridiza de quien anda “taloneando” la oportunidad para hacerse de lo ajeno. Un auténtico “amante de lo ajeno”, una “rata de dos patas” en potencia, diría la fina Paquita la del Barrio.

La víctima –porque siempre hay una víctima inocente en estas historias del México mágico– fue Doña Martita. Una señora de la tercera edad, de esas luchonas que todavía cargan sus bolsas del mandado y que se parten el lomo trabajando. Doña Martita acababa de salir del cajero automático. Grave error en estos tiempos, mi gente. Sacó su quincenita, fruto de su pensión, y la guardó con miedo en el monedero, bien profundo en su bolsa de ixtle.

Pero el malandro, que al parecer traía radar para el dinero ajeno, ya la había “basculeado” con la mirada desde media cuadra antes. Vio el movimiento, vio el efectivo, y se le hizo fácil. ¡Pobre iluso! No sabía que estaba a punto de cometer el peor error de su miserable vida delictiva.

En un movimiento rápido, digno de un carterista de poca monta, el sujeto se le acercó por la espalda a Doña Martita justo cuando ella iba a subir el escalón de una microbús. ¡ZAZ! Le dio el jalón a la bolsa con una violencia innecesaria, casi tirando a la pobre señora al suelo.

Doña Martita no se quedó callada. Su grito de auxilio retumbó más fuerte que el claxon de un tráiler: “¡AYÚDENME! ¡ME ROBA! ¡AGARREN A ESA RATA MALDITA!”.

Y ahí, mis valedores, fue cuando se soltó el diablo.

El grito de la señora fue como el silbatazo inicial de un partido de lucha libre súper extrema. La gente, esa “masa silenciosa” que aguanta el tráfico, los malos salarios y la inseguridad todos los días, de repente despertó. El hartazgo colectivo se transformó en acción inmediata.

“¡Allá va el hijo de su…!”, gritó un taquero que dejó el trompo al pastor para unirse a la causa. “¡Cierren el paso, no dejen que se pele!”, bramó un checador de combis.

La rata intentó correr. Quiso aplicar la de “patas pa’ qué las quiero”, zigzagueando entre los puestos ambulantes, tirando mercancía, empujando gente. Pero el destino ya lo tenía marcado. Un albañil, un señorón de esos de brazos fuertes que venía saliendo de la obra, le midió el paso y le metió una zancadilla magistral. ¡PUM! El ladrón azotó en el pavimento caliente como costal de papas.

Y entonces, se le vino la noche encima, aunque eran las dos de la tarde.

No fue una persona, ni dos. Fueron decenas. La turba iracunda se le fue encima como abejas al panal. Lo rodearon en cuestión de segundos. El miedo se le vio en los ojos al malandro cuando se dio cuenta de que no había salida, y de que la policía, como siempre, brillaba por su ausencia.

¡Empezó la repartición de caricias toscas! ¡La lluvia de trancazos! ¡El surtido rico de golpes!

Le llovieron patadas voladoras desde todos los ángulos. Zapes en la nuca, puñetazos en las costillas, jalones de greñas. No era un linchamiento organizado, era la catarsis de un pueblo que ya está hasta la madre de que lo roben. Cada golpe llevaba implícito el coraje de quien ha sido asaltado en la combi, de quien le han bajado el celular en el metro, de quien vive con miedo.

El muchacho, que segundos antes se sentía muy valiente robándole a una anciana, ahora estaba hecho bolita en el suelo, cubriéndose la cara, llorando y gritando cosas que nadie escuchaba: “¡Ya estuvo, ya estuvo, jefecita perdón, ya no lo vuelvo a hacer, aiudaaa!”.

“¡Cállese el hocico, perro!”, le gritaba una señora mientras le acomodaba un bolsazo en la cabeza. “¡Para robar sí eres muy machito, pero para aguantar la vara eres chillón!”, le recriminaba otro ciudadano ejemplar mientras le ajustaba las ideas con la suela de su bota industrial.

El video que circula es brutal. Se ve la polvareda, se escuchan los insultos floridos de nuestro rico vocabulario mexicano, se siente la rabia. El ladrón terminó sin playera, con el ojo morado, la boca reventada y el orgullo hecho trizas. Le dieron, como dicen en mi barrio, hasta pa’ llevar y pa’ repartir.

La “terapia de grupo” duró unos diez minutos eternos. Diez minutos donde la ley del talión se aplicó en su máxima expresión: ojo por ojo, diente por diente, y bolsa por madriza.

Doña Martita, temblando pero con su bolsa recuperada (porque un buen samaritano se la quitó a la rata y se la devolvió), miraba la escena entre asustada y agradecida. “Gracias, mijos, gracias por no dejarme sola”, decía con voz quebrada.

Y como ya es tradición en este tipo de eventos, las sirenas de las patrullas empezaron a sonar justo cuando la fiesta estaba terminando. Llegaron “los azules”, derrapando llanta, con las torretas prendidas, abriéndose paso entre la multitud que todavía estaba caliente.

La gente, lejos de asustarse, los recibió con rechiflas. “¡Uy, qué rápido llegaron, eh!”, “¡Ya para qué, ya nosotros hicimos su chamba!”, “¡Llévenselo antes de que lo terminemos de ablandar!”.

Los policías, viendo que la turba estaba a punto de convertir al sospechoso en puré de malandro, actuaron rápido para “rescatarlo”. Lo levantaron del suelo como pudieron, casi a rastras, porque las piernas ya no le respondían del miedo y los golpes. Lo treparon a la batea de la patrulla, esposado, sangrando y humillado.

La imagen final es digna de un cuadro del México surrealista: el ladrón, que minutos antes era el depredador, ahora iba en la patrulla viéndose como la víctima más triste del mundo, mientras la gente aplaudía y vitoreaba como si hubieran ganado el Mundial.

MORALEJA DE ESTA TRISTE HISTORIA:

Raza, esto no es una apología a la violencia, pero es un retrato de la realidad. Cuando la autoridad falla, el vacío se llena con furia ciudadana. Este muchacho pensó que iba a ser un día fácil, un “taloneo” más, pero se encontró con un barrio unido que le dio una lección de civismo a punta de fregadazos.

Que sirva de escarmiento para los otros “amantes de lo ajeno” que andan rondando por ahí: piénsenlo dos veces antes de meterse con la gente trabajadora. Porque el día menos pensado, la suerte se les acaba y se pueden ganar, como dice el titular, una paliza que no olvidarán jamás.

¡Ahí nos vidrios, mi gente! ¡Y cuiden sus carteras, que el diablo anda suelto, pero el pueblo también trae con qué defenderse!

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