Mujer indigente da a luz a su bebé en la calle…Ver más

¡MÉXICO BAJO FUEGO, SANGRE Y LÁGRIMAS! CRÓNICA DE UN FIN DE SEMANA QUE PARECE EL APOCALIPSIS: ENTRE EL INFIERNO CARRETERO, LA INDIFERENCIA QUE MATA Y LOS MONSTRUOS QUE ACECHAN EN LA NOCHE
SUBTÍTULO: La huesuda anduvo desatada, mis valedores. Mientras una madre indigente paría en la banqueta fría, ignorada por todos, el destino trituraba decenas de vidas en las carreteras y el crimen seguía con su fiesta de balas. Un fin de semana donde la “Tristeza Nacional” nos dobló las rodillas, mostrándonos el rostro más crudo de un país que se desangra entre el dolor real y el circo de las redes sociales. Pásale, pásele y entérese del horror que sacude a la raza.
POR: “EL CHALE” RODRÍGUEZ / LA VOZ DEL BARRIO / ALERTA ROJA MÉXICO
CIUDAD DE MÉXICO, LUNES DE RESACA TRÁGICA Y MORAL CRUDA.— Si usted, amable lector, pensaba que ya lo había visto todo en este valle de lágrimas que llamamos México, agárrese fuerte de donde pueda y siéntese, porque el resumen de este fin de semana parece sacado de una película de terror dirigida por el mismísimo chamuco. Amanecemos este lunes con el alma en un hilo, el corazón estrujado y una sensación de impotencia que no se cura ni con tres platos de pancita.
La imagen que abre esta cloaca de noticias, la que nos dio la bienvenida a la realidad más puerca, fue la de una MUJER INDIGENTE DANDO A LUZ EN PLENA VÍA PÚBLICA [apoyo visual en la realidad de pobreza de las imgs 28, 49]. Así como lo oyen. Mientras la gente pasaba de largo, preocupada por llegar a su chamba o mirando el celular, una nueva vida llegaba a este México bárbaro sobre el cemento frío. ¡No tenemos madre, señores! Esa escena, que debería darnos vergüenza a todos, fue solo el prólogo de 72 horas de espanto.
Porque mientras esa madre sufría en la banqueta, el país entero se convertía en una sucursal del infierno. La imagen que mejor resume este sentimiento es esa portada de periódico que ya le dio la vuelta al internet: una pareja de abuelitos, nuestros viejos, con los rostros surcados por el dolor y los ojos hinchados de tanto llorar, bajo un titular que cala hasta los huesos: “TRISTEZA NACIONAL”. Y no es para menos.
EL INFIERNO TIENE CÓDIGO POSTAL: LAS CARRETERAS DE LA MUERTE
La sangre corrió como río en el asfalto. La imprudencia, eterna comadre de la muerte, tomó el volante este puente. Las imágenes son dantescas. Vimos la “Tragedia” con mayúsculas cuando un camión de volteo, una mole de acero imparable manejada por un cafre, aplastó un vehículo compacto como si fuera una miserable lata de refresco. Ahí quedaron sueños, familias y futuros reducidos a fierros retorcidos.
En otro punto de la República, un autobús de la línea “Rosario Bus”, de esos que mueven a la raza trabajadora que va por la chuleta, protagonizó un accidente horrible. El saldo: cuerpos tendidos sobre la tierra y el pavimento, cubiertos con esas frías mantas térmicas plateadas, mientras los servicios de emergencia no se daban abasto ante la magnitud del desastre. Los moños negros digitales inundaron las redes, como el de esa joven futbolista, toda una “crack” del barrio, que ya no meterá más goles en las canchas de tierra porque la carretera se cobró su vida.
El fuego también hizo su aparición estelar. Una columna de humo negro, densa y tóxica, manchó el cielo azul tras una explosión brutal, visible a kilómetros, dejando claro que el diablo andaba suelto. Y para rematar la locura, hasta un avión caza de combate militar terminó hecho pedazos en una pista, con el piloto sentado en el pasto, vivo de milagro, mirando cómo millones de dólares de nuestros impuestos se volvían chatarra humeante.
LA NATURALEZA RUGE Y LOS ENIGMAS TE PONEN LA PIEL DE GALLINA
Pero no solo los fierros matan. La madre naturaleza, harta de nosotros, también reclamó lo suyo. Mientras en el norte se ahogan con inundaciones bíblicas que dejan casas bajo el agua y familias trepadas en los techos, en otros lados la tierra se abre literalmente. Una grieta gigantesca, una herida profunda en el suelo, partió una comunidad entera, dejando casas humildes al borde del abismo, con la gente mirando aterrorizada cómo su patrimonio de años se lo tragaba la tierra en segundos. Y los mapas satelitales no mienten: monstruos en forma de huracán con ojos perfectos y destructores acechan las costas.
Y en medio del caos, cosas que uno nomás no se explica. Los hospitales reportaron casos de manicomio. ¿Qué tiene que pasar por la cabeza de un hombre para tragarse una cadena entera de metal? Los doctores no daban crédito al ver la radiografía y luego tener que abrirlo para sacarle la ferretería del estómago. Vimos radiografías de piernas destrozadas, huesos sostenidos solo por clavos y tornillos, mapas del dolor humano. Y en el campo, el misterio del “cerdo fisicoculturista”, un animal con una musculatura tan grotesca que los rancheros juran que es obra del chamuco o de experimentos raros.
LA OTRA CARA DE LA MONEDA: VANIDAD, MISERIA Y LA INDIFERENCIA QUE MATA
Aquí es donde a uno le hierve la sangre de verdad, parientes. El contraste que nos cachetea la cara. Mientras el país se nos cae a pedazos, mientras las brigadas de búsqueda y las abuelitas con palas escarban la tierra buscando a los desaparecidos, el circo de la vanidad sigue su función.
Ahí tienen a las “influencers”, aprovechando cualquier espejo para presumir las curvas en ropa entallada y buscar el “like” fácil, vendiendo una realidad que no existe mientras el país arde. O la maestra que prefiere grabar TikToks bailando “perreo” y haciendo corazoncitos frente al pizarrón en lugar de enseñar. Y qué decir de la competencia entre las “mamás luchonas” por ver quién lleva el outfit más pegadito y provocador a la hora de la salida de la escuela, armando el debate nacional en el “feis” sobre la moral y las buenas costumbres.
Mientras tanto, en el México profundo, un niño —un verdadero héroe sin capa— carga un huacal de verduras más grande y pesado que él mismo en su pequeña espalda. Con sus botitas de hule, ese chavito se parte el lomo para llevar unos pesos a su casa. Esa es la realidad que duele, no la de los filtros de Instagram. Es la misma realidad de la mujer indígena que, sentada en la banqueta, pide una moneda con la mirada perdida, cargando a sus dos bebés, invisibles para los que pasan en sus camionetones.
CRIMEN, CASTIGO Y EL HORROR CONTRA LOS INOCENTES
La nota roja no descansa, nunca duerme. Las autoridades presentaron a varias “fichitas” este fin de semana. Desde la banda de malandros que cayeron con todo y lo robado (celulares, laptops), hasta los tipos de mirada fría y desafiante, algunos posando cínicamente con armas largas y equipo táctico como si fueran G.I. Joe.
Pero la justicia a veces no llega, y la muerte sí. En parajes solitarios, en caminos de terracería, siguen apareciendo cuerpos. Hombres tirados boca abajo en el lodo, ejecutados. Abuelitos olvidados que mueren solos en la banqueta, cubiertos con una sábana sucia, una “identidad olvidada” más que termina en la fosa común.
Pero lo que más nos rompe el alma, lo que nos hace perder la fe y querer gritar de rabia, es el sufrimiento de los niños. ¡Qué poca abuela! Una madre desalmada fue atorada por la policía después de que se descubriera el horror que vivía su propio hijo: la espaldita del pequeño estaba marcada, llena de lesiones que parecen quemaduras o golpes brutales. ¡Monstruos!. O la tragedia de la pobreza extrema: una bebé picada por un ciempiés gigante y venenoso en su humilde cuna; su madre, ahogada en llanto, mostró el insecto para que el mundo viera cómo la miseria también mata.
EL FINAL DEL DÍA: ENTRE REZOS Y LUTO
El fin de semana cierra con sabor a sangre, cobre y lágrimas. Los postes se llenan con nuevas fichas de búsqueda, rostros como el de Emiliano Ignacio, que salieron a trabajar y la tierra se los tragó, dejando familias rotas.
El luto es nacional. Los moños negros inundan los perfiles, acompañando las fotos de jóvenes llenos de vida que se nos fueron antes de tiempo. Chicas guapas, estudiantes, trabajadores. Hasta los niños se nos adelantan, recordados con homenajes dolorosos.
México está herido, raza. Está sangrando por los cuatro costados. Entre los accidentes, el crimen, los monstruos humanos y la indiferencia, el panorama está cabrón. Solo nos queda persignarnos, abrazar fuerte a los nuestros hoy que los tenemos, y rogar porque la próxima vez que salgamos a la calle, la huesuda no nos tenga en su lista. ¡Qué Dios nos agarre confesados a todos!