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¡ESCÁNDALO EN LA ALCOBA! MARIDO “GODÍNEZ” ENCUENTRA A SU MUJER EMBARAZADA CON UN “VIEJO LOBO DE MAR” TATUADO Y SE ARMA LA DE DIOS ES PADRE

Por: El “Chismoso” de la Cuadra / Crónica Roja

CIUDAD DE MÉXICO.— ¡Agárrense, mis valedores, porque el chisme que les traigo hoy está más caliente que una plancha olvidada! Ni en las mejores telenovelas del Canal de las Estrellas se ve un drama de este calibre. Prepárense un bolillo pa’l susto, porque lo que sucedió ayer en un departamento de una colonia clasemediera de esta gran urbe, los va a dejar con el ojo cuadrado y la boca abierta. Una historia de traición, lágrimas, un embarazo y un triángulo amoroso que nadie vio venir, digna de la mejor “buena novela” (como dice el logo que, curiosamente, aparece en la evidencia gráfica del zafarrancho).

Todo comenzó como cualquier martes por la tarde-noche. El buen “Beto” (llamaremos así al marido para proteger su ya de por sí maltratada dignidad), un típico “godínez” de esos que checan tarjeta y viven para el fin de semana, regresaba a su nido de amor después de una jornada maratónica en la oficina. Con el tupper vacío en la mochila, la corbata ya floja como soga de ahorcado y soñando con unos tacos al pastor y ver un rato la tele junto a su amada esposa, “Lupita”, quien se encuentra en la dulce espera de su primer heredero.

Beto subió las escaleras de su edificio silbando una tonada, ajeno al huracán que estaba a punto de desatarse en su vida. Al meter la llave en la cerradura, notó algo raro… un silencio sepulcral. “Qué raro”, pensó, “Lupita siempre tiene puesta la tele o está hablando con su mamá por teléfono”. Con un mal presentimiento instalándose en la boca del estómago, abrió la puerta y llamó a su mujer. “¡Amor, ya llegué! ¿Dónde andas?”. Silencio.

Caminó por el pasillo, guiado por un instinto que le decía que algo no cuadraba. Al llegar a la recámara principal, la puerta estaba entreabierta. Empujó la madera y… ¡PUM! La escena que se topó le congeló la sangre y le tiró el alma al suelo.

Ahí, en el lecho conyugal, santuario de su amor y sus promesas, estaba su Lupita. Pero no estaba sola, ni viendo Netflix. Estaba hincada en la cama, con su prominente pancita de siete meses enfundada en un camisón blanco, llorando a moco tendido. Una mano le tapaba la boca, ahogando un grito de terror o de culpa, y sus ojos, esos ojos que Beto tanto amaba, estaban inyectados en lágrimas y pánico, clavados en la puerta donde él estaba parado como estatua de sal.

Pero lo peor no era ver a su esposa llorando. Lo peor era QUIÉN estaba con ella. Detrás de Lupita, con una familiaridad que a Beto le dio náuseas, se erguía un sujeto que parecía sacado de una película de ficheras o de un catálogo de “chicos malos” retirados. Un auténtico “títere”, mis amigos. Un señorón ya entrado en años, con el cabello y la barba tupida y blanca como la nieve, que le daban un aire de “sugar daddy” intelectual, reforzado por unos lentecitos que llevaba puestos.

Pero que no los engañe la edad, ¡porque el ñor estaba más trabado que puerta de penal! Llevaba una camiseta de tirantes verde militar que dejaba al descubierto unos brazos que ya quisieran muchos de veinte. Y lo más impactante: el brazo izquierdo estaba tapizado, de hombro a muñeca, con tatuajes tribales y diseños intrincados, de esos que gritan “he vivido rápido y peligroso”.

Y ahí estaba el detalle que hizo que a Beto se le subiera la presión hasta el techo: la mano tatuada del “viejo zorro” estaba posada, con una confianza pasmosa, sobre la cadera de Lupita, justo debajo de su vientre. No era un toque violento, pero tampoco era el toque de un amigo o un tío lejano. Era un toque de posesión, de intimidad.

La imagen era brutal. El contraste entre el marido oficinista, con su camisa planchada y su cara de “¿qué pachó?”, y el “amante” maduro, musculoso y rudo, era digno de una portada de revista de escándalos. Beto se quedó mudo, boqueando como pez fuera del agua. Su cerebro no procesaba la información: su esposa embarazada, un desconocido tipo “cholo” jubilado en su cama, las lágrimas, la mano en la cadera… ¡todo era una locura!

“¡Guadalupe! ¿Qué… qué carajos significa esto?”, logró articular Beto finalmente, con la voz quebrada y un temblor en las manos que no podía controlar.

El hombre de los tatuajes, lejos de asustarse o intentar huir por la ventana como en los chistes, levantó la vista con una calma que daba miedo. Miró a Beto por encima de sus lentes, como quien mira a un niño haciendo berrinche, y no movió la mano de la cadera de Lupita ni un milímetro. Su expresión era indescifrable: ¿desafío? ¿lástima? ¿aburrimiento?

Lupita, por su parte, solo pudo soltar un gemido ahogado. Estaba atrapada entre la espada y la pared, o mejor dicho, entre el marido proveedor y el pasado (¿o presente?) turbio que se le había metido a la casa.

Por supuesto, el “mitote” no se hizo esperar. Doña Chona, la vecina del departamento de abajo que tiene oído de tísico, nos contó en exclusiva: “¡Ay, hijo! Yo estaba viendo mi novela cuando se oyeron unos gritos allá arriba que ¡Virgen Santísima! Pensé que estaban matando a alguien. Se oía al muchacho, al Beto, gritando groserías y reclamando, y a la muchacha llorando como Magdalena. Y luego una voz ronca, de hombre grande, que decía cosas como ‘Cálmate, chavo, no es lo que piensas’ y ‘Ella me necesita’. ¡Qué fuerte! Yo casi llamo a la patrulla, pero la verdad me ganó el chisme y me quedé pegada a la puerta”.

El zafarrancho duró unos buenos minutos. Se escucharon portazos, llanto histérico y amenazas de divorcio. Al final, se vio salir al hombre tatuado del edificio, caminando con una tranquilidad pasmosa, como si nada hubiera pasado, subirse a una moto Harley-Davidson que tenía estacionada afuera y perderse en la noche con un rugido de motor.

Beto se quedó en el departamento, hecho un mar de dudas y dolor. ¿Quién era ese hombre? ¿Un amante del pasado que regresó? ¿Un familiar incómodo que salió del “bote”? ¿El verdadero padre del bebé que Lupita espera? Las especulaciones en la colonia están a la orden del día. Unos dicen que es un ex novio de Lupita de cuando ella andaba en malos pasos, un “jefe” de barrio que vino a cobrar alguna deuda pendiente. Otros, más venenosos, sugieren que Lupita tiene gustos peculiares y que se buscó un “sugar” rudo para cumplir ciertas fantasías mientras el pobre Beto se mata trabajando.

Lo cierto es que la imagen de esa recámara, con la embarazada llorando entre el marido “godínez” y el “viejo lobo” tatuado, se ha quedado grabada en la mente de todos los vecinos. Una escena digna de una de esas historias que se leen en las aplicaciones de “goodnovel”, donde el drama, la pasión y los secretos oscuros están a la orden del día. ¿Qué pasará con este matrimonio? ¿Podrá Beto perdonar? ¿Quién es realmente el hombre de los tatuajes? ¡Seguiremos informando, raza, porque esto apenas comienza!

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