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TÍTULO: UN FIN DE SEMANA EN EL INFIERNO: CRÓNICA DE UN MÉXICO EN LLAMAS, ENTRE EL LUTO NACIONAL, LA VANIDAD DEL “LIKE” Y LA TRAGEDIA DE LOS OLVIDADOS

SUBTÍTULO: Un brutal camionazo que calcinó sueños y familias enteras encabeza una jornada de terror en el país. Mientras unos lloran a sus muertos y buscan a sus desaparecidos, otros se pierden en la frivolidad de las redes sociales o protagonizan escenas dignas de un guion de cine surrealista. Un recorrido por el México profundo, ese que duele, que indigna y que a veces, solo a veces, da risa por no llorar.

POR: LA REDACCIÓN / CRÓNICA ROJA METROPOLITANA

MÉXICO.— Hay fines de semana que el destino marca con sangre en el calendario, días en que la desgracia no da tregua y golpea una y otra vez hasta dejar al país sin aliento. Este que acaba de pasar fue uno de esos. Desde el norte hasta el sur, la geografía nacional se tiñó de luto, vergüenza ajena y situaciones tan bizarras que solo podrían ocurrir en este nuestro “México Mágico”. Esta es la crónica de 48 horas de furia, un collage de realidades que se estrellan de frente, como una troca sin frenos en una bajada pronunciada, dejando al descubierto las heridas abiertas de una nación que sangra.

EL INFIERNO TIENE CARRETERA: LA TRAGEDIA QUE NOS DOBLÓ LAS RODILLAS

El epicentro del dolor se ubicó en una de las arterias principales del país, convertida en una sucursal del averno. Lo que prometía ser un viaje de regreso a casa para decenas de familias, se transformó en una pesadilla de fuego y metal retorcido. Las imágenes son dantescas, de esas que te enchinas la piel y te quitan el hambre. Un autobús de pasajeros, lleno de historias y cansancio, se encontró de frente con la imprudencia.

Una pipa de doble remolque, presuntamente conducida a exceso de velocidad por un chofer que peleaba contra el sueño, perdió el control. El impacto fue brutal, seco. En cuestión de segundos, el estruendo dio paso al fuego. Una bola de naranja y humo negro se elevó al cielo (como se ve en las fotos del siniestro), devorando el autobús y la pipa en un abrazo mortal. No hubo tiempo para nada. Los gritos de auxilio se ahogaron en el crepitar de las llamas.

Cuando los bomberos y paramédicos lograron acercarse, el panorama era desolador. Cuerpos calcinados, fierros retorcidos y un olor a muerte y combustible quemado que impregnaba el aire. En el asfalto, cubiertos con sábanas blancas, yacían los sueños de muchos.

Entre las víctimas, el destino se ensañó con los más prometedores. Lloramos a la joven futbolista (la chica de la foto con el balón y el uniforme rosa), capitana de su equipo, que regresaba de un partido triunfal. Su velocidad en la cancha no pudo superar la velocidad de la tragedia. También se nos fue el pequeño campeón (el niño de la foto con el moño de luto), un morrito que soñaba con ser el próximo Memo Ochoa y que ahora ataja balones en las canchas celestiales.

Mientras tanto, el presunto responsable, el conductor de una camioneta roja de carga involucrada en un accidente similar esa misma noche (el hombre de la foto de fichaje), miraba a la cámara con la mirada perdida de quien sabe que el alcohol y el volante le acaban de arruinar la vida para siempre. El “zafarrancho” en la carretera dejó una cicatriz imborrable y una fila de cuerpos esperando ser identificados por familiares destrozados, sumiendo al país en una “TRISTEZA NACIONAL”, como bien lo refleja la imagen de la pareja de adultos mayores llorando.

LA OTRA CARA DE LA MONEDA: VANIDAD Y MISERIA EN LA MISMA BANQUETA

Pero mientras la tragedia consumía la carretera, la vida en la ciudad seguía su curso, mostrando esos contrastes que dan náuseas. A kilómetros del accidente, en la comodidad de un cuarto con aire acondicionado y silla “gamer”, una “influencer” (la chica de la selfie en el espejo) se preocupaba más por el ángulo perfecto de sus caderas para ganar “likes” y suscriptores con su “Más VideeOs aca”, ajena absolutamente al dolor que embargaba al país. La frivolidad digital en su máxima expresión, mientras el mundo real arde.

Y si la vanidad duele, la miseria mata en vida. En una esquina olvidada de la periferia, una madre (la señora sentada en el escalón) se acurrucaba con sus dos hijos pequeños, tapándolos con una cobija raída, con la mirada perdida en la nada, esperando una moneda que quizás nunca llegue. Muy cerca de ahí, un “chaneque” de no más de siete años (el niño cargando el huacal de verduras) demostraba que en México la infancia es un lujo para ricos; él ya carga el peso de un adulto, con sus botitas de hule llenas de lodo, trabajando para medio comer. La noticia de su ahogamiento en el río mientras regresaba de su jornada laboral es un golpe bajo que nos obliga a reflexionar sobre el país que estamos construyendo.

El colmo del olvido social se materializó en un terreno baldío, donde un hombre mayor, quizás un albañil o un jornalero, yacía muerto boca arriba, cubierto de tierra (el hombre tirado con la prótesis o bastón). Un “nadie” para el sistema, una estadística más que probablemente termine en la fosa común, mientras los peritos levantan el cuerpo con la frialdad de la rutina.

ENTRE EL HORROR DOMÉSTICO Y LO INSÓLITO

Pero el fin de semana negro no solo se vivió en las calles, también dentro de las casas. La indignación estalló al conocerse el caso de una “madre” (la mujer detenida en la foto con el niño) que, en un acto de crueldad inimaginable, quemó la espalda de su pequeño hijo con cigarrillos. Las marcas en la piel del inocente son el mapa del infierno que vivía en su propio hogar. La mujer ya duerme tras las rejas, pero el trauma del niño no se borrará con nada.

En otro punto de la ciudad, el peligro acechaba de formas más rastreras. Una madre compartió la terrorífica imagen de un ciempiés gigante que picó a su bebé mientras dormía, recordándonos que en las zonas marginadas, hasta el sueño es un riesgo.

Y como para cerrar con broche de oro este circo de realidades, no faltó el toque surrealista. Mientras todo esto pasaba, las redes se peleaban por el video de una mamá que fue a dejar a su hijo a la escuela en un ajustado conjunto deportivo (la mujer de espaldas en la escuela) o con un vestido corto y brillante, desatando la furia de las “buenas conciencias”. Y en la sección de “no me lo van a creer”, apareció un sujeto (el hombre en el barril azul) durmiendo la mona dentro de un tambo de plástico en plena vía pública, y en un rancho lejano, presentaron a un cerdo tan musculoso que parece que se comió a todos los fisicoculturistas del gimnasio.

Así fue este fin de semana en México. Un país que te rompe el corazón con sus tragedias, te hierve la sangre con sus injusticias, te marea con su vanidad y te deja con el ojo cuadrado con sus locuras. Un país que hoy lunes se levanta con resaca moral, cuenta a sus muertos, busca a sus desaparecidos (como el niño de la foto “SE BUSCA” o la niña buscada en el bosque) y sigue adelante, porque aquí, rendirse no es opción.

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