En la mañana de hoy ha ocurrido un intenso cho…Ver más

La mañana había comenzado como cualquier otra. El cielo estaba cubierto por una capa gris, no lo suficientemente oscura como para anunciar tormenta, pero sí lo bastante pesada como para presionar el ánimo de quienes conducían rumbo a sus trabajos, escuelas y hospitales. El asfalto aún conservaba la humedad del amanecer, ese brillo engañoso que convierte a la carretera en una trampa silenciosa.
Nadie imaginaba que, en cuestión de segundos, esa autopista se transformaría en un escenario de caos, miedo y decisiones que marcarían vidas para siempre.
Todo empezó con un frenazo.
Un sonido seco, metálico, seguido de otro… y otro más. Un camión perdió estabilidad, un auto intentó esquivarlo, otro no tuvo espacio, y entonces el tiempo dejó de avanzar de forma normal. Los segundos se estiraron como una pesadilla interminable. Vehículos pesados volcados, autos compactos aplastados, cristales volando como lluvia, bocinas sonando sin sentido, gritos que se mezclaban con el estruendo del acero retorciéndose.
Cuando finalmente el ruido cesó, quedó un silencio antinatural. Un silencio roto solo por motores humeantes y alarmas que no dejaban de sonar, como si los propios vehículos pidieran ayuda.
Las personas tardaron en reaccionar. Algunas quedaron inmóviles, atrapadas entre hierros, incapaces de entender qué había ocurrido. Otras salieron tambaleándose, con la mirada perdida, cubiertas de polvo y sangre, buscando con desesperación a quienes viajaban con ellas minutos antes. Hubo quienes llamaron nombres que no recibieron respuesta. Hubo quienes rezaron sin darse cuenta.
Los primeros en llegar fueron otros conductores que lograron detenerse a tiempo. Nadie pensó en el tráfico ni en la prisa. Se bajaron de sus autos y corrieron. Manos temblorosas intentando abrir puertas dobladas. Voces ofreciendo agua, palabras de consuelo que no alcanzaban. Un hombre sostuvo la mano de un desconocido atrapado en su vehículo, repitiéndole que no se durmiera, que ya venía ayuda, aunque ni él mismo sabía si era verdad.
Las sirenas comenzaron a escucharse a lo lejos. Ambulancias, camiones de bomberos, patrullas. La autopista se llenó de luces intermitentes que contrastaban con el gris del día. Los equipos de emergencia avanzaban con rapidez, pero también con cuidado, conscientes de que cada movimiento podía significar la diferencia entre la vida y la muerte.
Algunos rescates fueron rápidos. Otros, desesperadamente lentos.
Había un auto azul aplastado entre dos camiones. Dentro, una mujer joven hablaba sola, repitiendo que tenía que llegar a tiempo, que su hijo la esperaba en la escuela. Los rescatistas le hablaban con calma mientras trabajaban sin descanso. Cuando finalmente la sacaron, lloró sin hacer ruido, como si ya no le quedaran fuerzas.
Más adelante, un padre buscaba a su hija entre los vehículos detenidos. La había perdido de vista segundos antes del impacto. Caminaba llamándola por su nombre, con la voz rota, esquivando restos de metal y vidrios. Cuando la encontró, sentada en la banquina, temblando pero viva, cayó de rodillas y la abrazó como si nunca más fuera a soltarla.